Perek 1, Mishná 16 continuación…

 

 

Rabbán Gamliel solía decir: Procúrate un maestro y líbrate de la duda. Y no te excedas en deducir el diezmo por estimación.

 

La primera declaración de Rabbán Gamliel: procúrate un maestro, es la misma que enseñó Yehoshúa ben Perajiá en la sexta Mishná de este Pérek; allá, se aconseja buscar a un maestro con quien estudiar y aprender. Los Jajamim le dan otro contexto a esta Mishná: procúrate un maestro y líbrate de la duda, significa que, el alumno ya aprendió, pero, si debe enfrentarse a un caso Halájico dudoso, por ejemplo: no sabe si algo es puro o impuro, no debe decidir por sí mismo, sino que debe preguntar a alguien cuyo conocimiento sea mayor que el suyo, porque si decide que algo es impuro y resulta que realmente es puro, causará una pérdida económica al propietario. Y si delibera que es puro y realmente es impuro, provocará que alguien transgreda. Continúa la Mishná: …no adquieras el hábito de diezmar con conjeturas, observemos cómo esta declaración se conecta con la anterior, diciéndonos: si quieres evitar dudas, es recomendable que tengas un maestro a quien consultar. Cabe acotar que antes de comer algún producto agrícola, se deben separar los diezmos. El primer diezmo se le entrega al levita y el segundo diezmo debe consumirse en Jerusalén (durante el primer, segundo, cuarto y quinto año de un ciclo sabático) o ser entregado a los pobres (durante el tercer y sexto año). Rabbán Gamliel enseña que uno no debe diezmar por estimación, sino que debe asegurarse de que sus diezmos sean precisos. Si uno diezma por estimación, su comida se considerará "producto dudosamente diezmado", lo cual está prohibido. Y lo mismo podemos decir acerca del diezmo que debe separarse de toda ganancia que obtenga la persona (aunque no se trate de un producto agrícola), cualquier utilidad que obtenga por cualquier otro medio, o inclusive cualquier satisfacción, alegría o de cualquier beneficio que le otorgue la vida, deberá diezmar una parte para causas espirituales.

 

Cuando el Beth HaMikdash estaba construido, la persona que entregaba el diezmo de sus cosechas, debía declarar y dar fe en voz alta que ha cumplido con la obligación de dar los distintos diezmos a sus respectivos destinatarios. Decía así: …he terminado con la (cuota de lo consagrado) de mi casa, y también lo he entregado al Leví, al peregrino, al huérfano y a la viuda, conforme a todo Tu mandamiento que Tú me has ordenado…”[1] Rabbí Yitzjak Abarbanel dice al respecto: No hay ninguna otra Mitzvá, en la cual se deba confesar públicamente al haberla cumplido, y ¿por qué solamente en esta? explica que, el motivo es porque el diezmo puede ser dado a quien uno quiera, y por esta razón, nadie puede fiscalizar si se ha completado la cuota del diezmo correspondiente. Entonces la Torá le exige que declare frente al Templo públicamente haber cumplido con su deber, logrando así, establecer en su pensamiento la importancia y responsabilidad de cumplir en forma correcta y ordenada la Mitzvá de repartir los diezmos.[2]

 

Por medio de la repartición de nuestras ganancias, nos transformamos en un instrumento del Creador, quien hace que los bienes que igual tenían que llegar a manos de los necesitados, lo haga por medio de nosotros, y así convertimos algo que no era nuestro en un activo que se mantiene por siempre. Esto lo aprendemos del siguiente versículo: Y las cosas consagradas de un hombre serán suyas; lo que un hombre entregue al Kohén de él será.[3] Nuestros Jajamim interpretan la cita de la siguiente forma: cuando un Yehudí destina su dinero a obras sagradas (donaciones para lugares de Torá; caridad, etc.), es "para él".  Es decir: nadie puede garantizar que va a ser dueño perpetuo de los bienes que posee hoy, pero si todo aquello que entregó para a una causa sagrada.

 

Rab Yaakob Galinski relató la siguiente vivencia: “En la época Bolchevique, fui encarcelado por el “delito” de ser judío. Me tocó compartir celda con otro judío, un hombre mayor. Un día, encontré al hombre sollozando y le pregunté el motivo, él me respondió: 'Estamos encerrados en esta fría y oscura celda, nos hacen sufrir y ni siquiera tenemos la certeza si algún día saldremos con vida de este lúgubre espacio…, me siento tan angustiado y en medio de mi dolor e incertidumbre, declaro que hay dos personas en este mundo a quienes difícilmente podré perdonar, ni en este mundo ni tampoco en el otro mundo. ¿Quieres saber quienes son?'. Asentí con la cabeza. 'Ellos son el Rab de Kovno y el Rab de Ponevich. Por la reacción de tu rostro, entiendo que quieres saber el por qué. Ellos venían seguido a mi casa para pedirme que rescate sus Yeshibot. Antes de que los Bolcheviques me trajeran aquí, les di grandes cantidades de dinero'. Encogí los hombros y le pregunté: No comprendo su malestar, a mi parecer debería estar sumamente agradecido con ellos... El hombre me respondió: 'Estoy resentido con ellos, ¡porque no me obligaron a darles más...! yo estoy aquí encarcelado y todo cuanto poseía ahora se encuentra en las arcas de los Bolcheviques. ¡No me quedó nada…!' Yo seguía desconcertado y le pregunté: ¿qué esperaba que hicieran ellos? ¡Usted decidió cuanto darles! ¿Por qué los condena? 'Pues recién me estoy dando cuenta que sólo es mío aquello que me llevaré cuando abandone este mundo. Todo lo que poseí, se quedará aquí y quién sabe si podrán disfrutar de ello mis herederos. Lo único que me llevaré son las aportaciones a las obras de bien, eso me acompañará eternamente. ¡¿Cómo no vinieron armados a exigirme que les diera mucho más dinero…?! Y así continuó llorando sin control”.

 

Citaremos un comentario del Midrash, que refiere el concepto de que, quien diezma sus ganancias, tendrá un beneficio asegurado para este y para el Mundo Venidero. Y observemos que el protagonista del ejemplo es el mismo que cita la máxima que estamos estudiando:

 

Un filósofo preguntó a Rabbán Gamliel: “Tengo entendido que tu Torá te ordena dar caridad de todo lo que obtienes. ¿Cómo puedes disponer del dinero sin preocuparte de tu futuro? ¿Acaso no es razonable ahorrar para los tiempos de necesidad?”. Rabán Gamliel le preguntó: “Si te piden un préstamo en este momento, ¿estarías dispuesto a prestar una gran cantidad de dinero?”. El filósofo respondió: “¡Bueno, depende de quién lo pida! Si quien lo solicita es un extraño, tendría miedo de perder mi dinero”. Entonces preguntó el Rab: “¿Qué pasa si el solicitante ofrece garantes?”. Contestó el filósofo: “Bueno, si supiera que son confiables, aceptaría”.

 

Continuó Rabbán Gamliel: “Si quien te solicita el préstamo ofrece como garante al jefe del gobierno, ¿le prestarías?”. El filósofo afirmó. “Seguramente le prestaría el dinero en estas circunstancias, porque estaría totalmente seguro de que mi préstamo queda garantizado.” Rabbán Gamliel explicó: “Cuando alguien da caridad, en realidad extiende un préstamo garantizado por el Creador del Universo. El que es benevolente para con los pobres presta al Eterno, y su buena acción será recompensada.[4] El Todopoderoso compensará al benefactor en este mundo restituyéndole el ‘préstamo’, y reservará la compensación total para el mundo futuro. Nadie es más confiable que el Creador; si Él garantiza devolver el dinero de un donante, ¿por qué alguien dudaría de dar caridad?”.[5] ©Musarito semanal

 

 

 

“Envía tu pan sobre las aguas, ya que después de muchos días lo hallarás”.[6]

 

 

 

 

 

 

[1] Debarim 26:13.

 

[2] Extraído de la revista Pájad David, Perashat Ki Tabó; Rab David Pinto.

 

[3] Bamidbar 5:10.

 

[4] Mishlé 19:17.

 

[5] Midrash HaGadol 16:10.

 

[6] Kohélet 11:1.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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