Perek 1, Mishná 17
Shimón su hijo [de Rabbán Gamliel] solía decir: Todos los días de mi vida crecí entre los sabios, y no encontré nada mejor para el bienestar del cuerpo que el silencio. Y lo principal no es el estudio, sino la práctica. Y todo el que se compromete en conversación excesiva, genera pecado.
Observemos que, a diferencia de las anteriores, el autor de esta Mishná, es catalogado sin título de Rab; explican los Jajamim que esta máxima fue promulgada cuando Shimón era todavía muy joven, y aun no disponía de Semijá (consagración Rabínica).[1] Rabbán Shimón ben Gamliel fue un Taná (Sabio Mishnáico) que perteneció a la cuarta generación en la línea de Hilel HaZakén. Cuando el militante Bar Kojbá comenzó su rebelión contra Roma, él era un joven que vivía en Betar, ciudad que se convirtió, eventualmente, en la fortificación de Bar Kojbá. Cuando Betar cayó finalmente en manos del enemigo, Rabbán Shimón Logró escapar de la masacre que siguió a la toma de la ciudad.[2] En su época, los judíos sufrían tanto por las persecuciones y opresiones de los invasores que señaló: “nuestros antepasados conocieron el sufrimiento sólo a la distancia, pero nosotros, hemos estado inmersos en la congoja tantos años…,[3] que si deseáramos registrar lo que hemos soportado, no encontraríamos suficiente espacio para escribirlo todo.[4]
Sucedió a su padre en el puesto de Nasí (presidente) del Sanhedrín de Usha. Al igual que sus antecesores, estableció dictámenes para el bienestar de la comunidad, teniendo como prioridad los derechos e intereses del individuo.[5] Una de las normas qué probablemente adoptó de su padre, era ésta: Ninguna regla debe ser impuesta al pueblo, a menos que pueda soportarla.[6] En varias ocasiones actuó de acuerdo con este principio, por ejemplo: al igual que en los tiempos de su abuelo, el precio de las aves había subido tanto, que las mujeres que tenían que ofrecer sacrificios de palomas en el Templo Sagrado, difícilmente podían comprarlas. Rabbán Shimón promulgó un decreto por el cual, toda mujer que debía llevar cinco pares de palomas podía ofrendar sólo un par; rápidamente el precio de las palomas se redujo a un cuarto del valor fijado antes de la promulgación de su decreto.[7] También resolvió que no era necesario erigir monumentos en memoria de los hombres piadosos; sus acciones, enseñanzas y obras, mantendrían viva su memoria.[8]
A diferencia de las primeras Mishnayot, se menciona al autor como: Shimón su hijo, ¿Por qué no lo llama por su nombre, como lo hizo con los anteriores? Esto para enseñarnos que su padre [Rabbán Gambliel] fue quien lo crio. Los Jajamim extrajeron de esto una esencial enseñanza: No es suficiente instruir meramente a tu hijo acerca de la Torá y las Mitzvot. Debes mostrar primero tu propio compromiso para convencerlo. No puedes pedirle a tu hijo: “Ve a la Sinagoga, toma un libro y estudia” mientras que tú no lo haces, sino que debes ser un ejemplo vivo para que el niño te imite. Rabbán Shimón nos está diciendo: “mi padre me crio, no con sermones, sino siendo un ejemplo viviente. Él no sé satisfizo simplemente predicando y diciéndome lo que es correcto, sino haciéndolo el mismo. Viéndolo hacerlo, yo desarrollé un deseo enorme por imitarlo…”.[9]
Rabbán Shimón ben Gamliel, entregó literalmente su vida al servicio y a la santificación del Nombre Divino, presidió el Sanhedrín, procuró juzgar con compasión e indulgencia, estableció varias leyes y fue uno de los diez mártires que fueron bárbaramente asesinados por los romanos durante la destrucción del segundo Bet HaMikdash.
Todos mis días crecí entre los Sabios, y no encontré nada mejor para el bienestar del cuerpo que el silencio. Dijo Rabbán Shimón ben Gamliel: “Al criarme entre los Sabios, tuve oportunidad de observar y aprender de sus principios y atributos excepcionalmente refinados y sagrados, y al considerar el valor de cada una de sus cualidades, entendí que la virtud del silencio es la mejor. Él exalta la virtud del silencio, incluso en una generación en la que todos solían entablar exclusivamente conversaciones relacionadas a los tópicos de la Torá, e incluso si alguien no tenía cuidado con sus palabras, no transgredía de ninguna manera los límites del habla permitida. Y aun así, llegó a la conclusión que el silencio es preferible. ¡Qué podemos decir nosotros en la época en la que vivimos…!
Quien se acostumbra a quedarse callado puede salvarse de violar prohibiciones contra la adulación, la frivolidad, la calumnia, la mentira y la obscenidad. Los Jajamim dijeron: Si una palabra vale una moneda, el silencio vale dos.[10] Y si el silencio es recomendado para los sabios, con más razón para los ignorantes: un necio será considerado sabio mientras se mantenga callado.[11] Mientras que el cuerpo se siente honrado cuando se guarda silencio, el alma ansía aumentar en palabras de Torá, Tefilá y servicio al Todopoderoso.
Rabbí Obadyá de Bartenura interpreta así la Mishná: El silencio durante el enojo es como agua para el fuego.[12] Quiere decir, una persona que se mantiene en silencio mientras lo insultan, además de evitar la discusión, traerá paz a todo el mundo, y por medio de esta acción, será alabado en el Cielo y recibirá todo lo que su corazón anhele.
Un hombre sabio sabe cuidar su lengua como protege la pupila de sus ojos: quien cuida su boca y su lengua, cuida su alma de penurias,[13] él sabe que: la vida y muerte están en poder de la lengua.[14] La persona puede hacer más daño con sus palabras que con una espada. Uno puede matar a otro con sus palabras incluso a distancia, mientras que la hoja de la espada sólo puede infringir una herida cuando se está cerca de ella. Por eso el hombre ha sido creado con dos ojos, dos oídos y dos orificios nasales, pero sólo una boca, para indicar que debe reducir su habla a lo mínimo.
A veces es apropiado que la puerta de la casa esté abierta y a veces es conveniente cerrarla. Porque si la puerta de la casa estuviera constantemente abierta, su contenido sería robado o dañado. Lo mismo se aplica al portal de la boca, dijo el rey Shelomó: Hay momentos para callar y hay momentos para hablar.[15] Esto es elemental: para hablar todo el tiempo no hace falta inteligencia, ni tampoco es necesaria para callar constantemente, es el sabio quien sabe discernir cuando abrir y cuando cerrar la boca, dice el Zohar: Así como la persona es castigada por hablar mal, del mismo modo es castigada por lo que podía haber hablado bien y permaneció en silencio, por ejemplo, cuando tiene que reprochar a quien cometió un delito o un pecado, o cuando tiene la posibilidad de alentar a otro Yehudí para que cumpla una Mitzvá y se queda callado.[16] ©Musarito semanal
“Las personas exitosas tienen dos cosas en sus labios: sonrisa y silencio”
[1] Tosafot Yom Tob.
[2] Guitín 63a; Sotá 49b; Babá Kamá 83a.
[3] Shir HaShirim Rabbá 3,3.
[4] Shabbat 13b.
[5] Ketubot 42b; Guitín 37b.
[6] Abodá Zará 36a.
[7] Mishná Keritut 1,7.
[8] Shekalim 2,6; Midrash Rabbá, Bereshit 87,11.
[9] Tzadik Katamar.
[10] Meguilá 18a.
[11] Mishlé 17:28; ver también Pesajim 99a.
[12] Pele Yoetz; Enojo.
[13] Mishlé 21:23.
[14] Ídem 18:21.
[15] Kohélet 3:7
[16] Péle Yoetz; el silencio.
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