Perek 1, Mishná 18, continuación…

 

 

Rabbán Shimón ben Gamliel decía: “En virtud de tres principios el mundo perdura: por la justicia, la verdad y la paz. Como fue dicho: “Juzguen en sus puertas verdad y juicio de paz”.[1]

 

En el Monte de Sinaí, el Todopoderoso entregó los Diez Mandamientos a todo Klal Israel, además entregó a Moshé un conjunto de Leyes y estatutos que son fundamentales para una coexistencia civilizada entre los seres humanos. El hombre, es incapaz de dictar leyes o normas ecuánimes, pues su criterio y comprensión de la justicia son limitadas y parciales, y es por este motivo que, por lo general, las naciones hacen continuamente enmiendas a los códigos de leyes que rigen en sus respectivos países, en tanto que las Leyes que recibimos en Sinaí son inmutables e infalibles. El Creador plasmó en la Torá las reglas o preceptos que rigen la vida social, política, ética y económica del ser humano. Además, concedió a los Jajamim la facultad de formar tribunales donde se interpreten y hagan valer dichas leyes en forma honesta, ecuánime y correcta; Él les provee sabiduría e intuición para que puedan conseguirlo: Tres personas que están sentadas a fin de formar una corte para juzgar tienen la Presencia Divina con ellos.[2] Las leyes proporcionadas en el Monte de Sinaí son bastante complejas e incluyen detalles que fueron ya analizados y legislados por nuestros Sabios a través de la historia; todo aquel que pretenda interpretar alguno de ellos apoyado en su razonamiento lógico, será innegable que terminará tropezando en alguna grave transgresión.

 

Pongamos como ejemplo las distintas formas en las que se legisla el robo: en algunos países lo condenan con la pena de muerte. En otros, le cortan la mano al ladrón. Otros los encierran en la cárcel. Y ¿qué hacen con lo robado? ¿lo regresan a sus dueños? ¿lo confiscan para las arcas del gobierno? podemos encontrar diferentes criterios e interpretaciones sobre el tratamiento de este delito. Veamos un ejemplo que ofrece el Talmud acerca de uno de los seres que habitan en la mayoría de las tierras del planeta: la hormiga.[3] Estos pequeños insectos viven en grandes colonias, compuestas por millones de individuos. Trabajan colectivamente, mostrando una extraordinaria organización social: las obreras construyen los nidos y alimentan a las larvas, los soldados protegen y defienden a las demás de los predadores, las recolectoras salen a buscar el alimento. Con solo seguir a una, podremos observar que una vez que una de ellas encuentra algo que sirva de alimento, lo lleva a cuestas hacia el hormiguero y como si se rigieran por su propio “código de ley”, ninguna otra hormiga intenta acercarse a ella para arrebatarle su hallazgo.

 

Semejante actitud debería servirnos como ejemplo de honestidad, sin embargo, hay algo que debemos observar: ¿alguna vez vimos que las hormigas siembren y cosechen sus cultivos? Ellas simplemente cortan y sustraen las hojas y todo lo que encuentran a su paso, no preguntan sobre su origen ni su propiedad; solamente la toman y se la llevan con indiferencia hacia el hormiguero. Ellas tienen prohibido robarle a las de su especie, ¡pero tienen todo el permiso para robarle a los demás…! Esto se asemeja a aquel que utiliza su propio criterio para interpretar las leyes de la Torá; sobornado por su propio interés, piensa erradamente que está tomando algo que le pertenece. Nuestra bendita Torá tiene sus propios parámetros y normas para mantener el orden en el mundo, definiendo claramente lo que es permitido o lo contrario y por eso nos advierte: Así como aquella perdiz que se apodera de crías que no son suyas…, es el que acumula riquezas de manera ilegal; en la mitad de sus días deberá abandonarlas y al final será condenado.[4] De la mentira te alejarás.[5] Nadie debe guiarse orientado por su propio juicio para discernir la verdad o la falsedad de algo. Debe consultar siempre con los Jajamim, ellos podrán ofrecerle una justa valoración, apoyados en las leyes de la Torá y así evitará transgredir cualquier delito.

 

El objetivo de las leyes de la Torá es el de proporcionar a las personas una forma de vida, que habrá de realzar considerablemente el contenido de sus existencias. El establecimiento de Normas y Ordenamientos que rigen la conducta de todos los miembros del Am Israel, es la base principal de la Torá, y es a través de su correcta observancia que el Pueblo se mantiene unido y subyugado a las órdenes del Creador.[6] Las leyes de la Torá impregnan a la sociedad fuerza espiritual y moral; abren los conductos que bajan abundancia y bendición al mundo: Pues Tus leyes son mi regocijo y mis consejeros.[7]

 

La cultura occidental traza una línea divisoria entre la religión y el estado. Para la Torá no existe tal distinción. Por el contrario: todos los ámbitos de la vida de un judío están entrelazados, y la santidad que se genera al hacer cualquiera de sus actividades diarias, tendrá una forma prescrita por la ley judía en el Shulján Aruj; ya sea al comer, al dormir, al convivir con sus semejantes, al hacer negocios; no hay actividad que no esté mencionada y ninguna es inferior a la que concierne a los asuntos rituales, pues toda diligencia que se realice durante el día, también se considerará como parte de ello.

 

Lo mencionado anteriormente, es uno de los principales motivos por lo que el estudio de las Leyes, es implementado en las escuelas y Yeshivot aun desde una edad temprana, mediante el aprendizaje y el conocimiento del Talmud -la Mishná y la Guemará- Porque el Derecho Judaico y todas sus leyes, no son materia exclusiva de los jueces y profesionales en derecho, sino también de todo miembro de Israel, adulto, joven o inclusive niño, debe estudiarlas y comprenderlas, porque son parte de su responsabilidad con el Creador, son parte de su convivencia con las demás personas, y todo su quehacer está intrínsicamente unido a la Torá.

 

Un hombre se encontraba en un laberinto y estaba desesperado. Por más que avanzaba, los caminos le parecían todos iguales; sabía que sólo uno de ellos lo sacaría de allí, pero ¿por cuál ya había transitado? ¿hacia dónde debía dirigirse? En un costado del laberinto había un edificio alto, desde uno de los balcones había un observador quien podía ver desde la altura todos los senderos del laberinto. Al ver que el hombre caminaba confundido, le gritó y cuando éste lo miró, observó que le hacía señas indicándole por donde dirigirse. Depende de si sigue las indicaciones y transita por el camino señalado, irá por el camino correcto y podrá llegar sin inconvenientes a su destino, más si se muestra testarudo e insiste en buscar por sí mismo la salida, seguirá dando vueltas, y quién sabe si algún día conseguirá salir de ese lugar...

 

Debemos cumplir con nuestra misión en el mundo: destacar entre las naciones por nuestras Leyes Justas y por nuestro gran nivel ético y moral, el cual está fundamentado en nuestra Sagrada Torá. Debemos estudiarla, entenderla, cumplirla y además, entre más nos  acerquemos y consultemos a los Jajamim, sabremos encontrar el sendero correcto de la vida y por ende hallaremos la mejor forma de cumplir con las órdenanzas de nuestro amado Creador. ©Musarito semanal

 

 

 

“Nunca hubiera querido servir a un D-os cuyos caminos son entendidos por medio del cerebro de un ser humano”.[8]

 

 

 

 

 

 

[1] Zejariá 8:16.

 

[2] Berajot 6a

 

[3] Eruvin 100b.

 

[4] Irmeyá 17:11.

 

[5] Shemot 23:7.

 

[6] Rab Moshé Schternbuj

 

[7] Tehilim 119:24.

 

[8] Rabí Menajem Méndel de Kotzk.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.