Perek 1, Mishná 18

 

 

Rabbán Shimón ben Gamliel decía: “En virtud de tres principios el mundo perdura: por la justicia, la verdad y la paz. Como fue dicho: “Juzguen en sus puertas verdad y juicio de paz”.[1]

 

El autor de esta máxima, no es el mismo Rabbán Shimón de la Mishná anterior, fue un Taná (Sabio Mishnáico) que perteneció a la cuarta generación en la línea de Hilel HaZakén; así como sus antecesores, desempeñó el cargo de Nasí del Sanhedrín. Fue el patriarca después de la revuelta de Bar Kojbá. Vivió en Galilea, que se convirtió en el centro del judaísmo después de la revuelta. Cuando Betar cayó finalmente en manos del enemigo, Rabbán Shimón Logró escapar de la masacre que siguió a la toma de la ciudad por parte de Adriano.[2] Muchas de sus declaraciones aparecen en la Mishná. Fue colega de Rabbí Akivá y Rabbí Yehoshúa. Existen dos opiniones acerca de si fue el padre o el bisabuelo de Rabbí Yehudá HaNasí,[3] quien editó la Mishná por primera vez.

 

Rabbán Shimón dijo: En virtud de tres principios el mundo perdura: por la justicia, la verdad y la paz. Los exegetas preguntan: existe una aparente contradicción acerca de lo que dijo Shimón Hatzadik en la segunda Mishná: El mundo se sostiene sobre tres cosas: Torá, el servicio divino y los actos de beneficencia. ¿sobre qué se sostiene el mundo entonces? Una de las respuestas que ofrecen los comentaristas es que no tratan sobre la misma cuestión: Shimón Hatzadik se refiere a que el mundo fue creado por el mérito de tres principios: la Torá, el servicio de los Korbanot (sacrificios), y la realización de favores; estos son la finalidad del mundo, y sin estos se exterminaría. Sin embargo, Rabbán Shimón está tratando en la forma en la que el mundo funciona y esto depende de la justicia, (tener leyes que recompensen a quien lo amerita, y responsabilicen a quien las infringe). Por la verdad, (porque su ausencia, provoca una relación discordante entre los hombres). Y por la paz, (porque es el pilar de la perpetuidad del mundo entero). En suma, una sociedad sin ley y orden estará condenada al caos. Sin justicia, verdad y paz, el mundo se transformaría en un lugar anárquico y la Creación entera estaría en gran riesgo.[4]

 

En todas las ciudades que el Eterno te dará, pondrás jueces y oficiales, por tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio”.[5] El hombre recibió la orden de designar jueces y guardianes (policías) en todas sus ciudades, para que mantengan el orden y se preocupen de que el pueblo no se desvíe del sendero correcto. El juez y el guardián tienen roles diferentes. El guardián vela que la Ley y el orden no sean transgredidos, y si viere a alguna persona que transgrediere la Ley, lo llevará ante el Juez, quien decidirá lo que procede. De la lectura de este versículo, podemos observar que también el guardián tiene el rol de juzgar, porque el versículo dice sobre ambos: “juzgaran al pueblo con juicio justo”, lo que supone que los dos el juez y el guardián, deben juzgar en forma imparcial. No es suficiente con que en la ciudad haya muchos jueces y guardianes, para resguardar el orden, si ellos mismos no se conducen en forma correcta y no tienen presente que en el Cielo hay un Juez Supremo.

 

Un hecho fantástico ocurrió en el tribunal presidido por el gran erudito Rabbí Yitzjak Vaiss, jefe de la suprema corte rabínica de la comunidad ortodoxa en Jerusalén (Badat"z), ante quien se presentaron dos litigantes. Uno de ellos reclamaba que el otro le debía una gran cantidad de dinero, en tanto que el otro negaba absolutamente la demanda. El Rabino se dirigió al demandante y le preguntó si tenía alguna prueba que avalase su acusación. Afirmó con la cabeza mientras sacaba de su bolsillo un documento, donde estaba escrito explícitamente que el otro le debía cierta cantidad de dinero, y al pie de este, se hallaba la firma del demandado claramente legible. Llamó el Dayán (juez) al demandado y le preguntó: “¿Es ésta tu firma?”. Y respondió: “Si, efectivamente es mi firma, sin embargo”, objetó, “no debo eso que reclama, e incluso no recuerdo haber firmado ese documento”.

 

De acuerdo con la Halajá, el juez debía condenar inmediatamente al demandado a saldar la deuda, pues el documento probatorio obraba en poder del demandante, además que, el mismo deudor reconocía su firma. Sin embargo, el gran erudito dudó sobre la honestidad del demandante, y el demandado aparentaba ser un hombre correcto y decente. Por ello, el Rabino no quiso deliberar en ese momento, pues pensó que podría encontrar argumentos que eximiesen al demandado. ¿Cómo explicar que una firma tan compleja pudiera ser falsificada? El gran rabino pidió diferir el juicio hasta la mañana siguiente, hasta entonces, pensó, el Eterno me proveerá con la suspicacia suficiente para dirimir el juicio en forma justa.

 

La mañana siguiente, mientras ambos litigantes aguardaban en la recepción del tribunal rabínico la llegada del gran erudito, se presentó el secretario del tribunal e instó al demandado a que vaya a su casa y traiga un libro de su biblioteca personal. Aunque la petición le resultó algo extraña, se dirigió a su casa para tomar uno de los libros y regresó al tribunal. Cuando ambos litigantes fueron llamados al salón de la corte, Rab Vaiss le pidió al demandado que le mostrara el libro que tenía en su mano. El hombre le acercó el ejemplar, y sin decirles nada a los litigantes, observó que el demandado no firmaba su nombre en el extremo superior de la primera hoja en blanco, como la mayoría de las personas, sino que lo hacía al pie de la página. Entonces le preguntó si en alguna ocasión le prestó al demandante un libro, y tras pensar unos momentos le respondió afirmativamente, "hace aproximadamente un año le presté un libro y todavía no me lo ha regresado". Sorpresivamente el Rabino le pidió al secretario que acompañe al demandante a su casa a traer el libro que tomó en préstamo del otro. Cuando el libro llegó al tribunal, el Rabino pudo comprobar que la primera página había sido arrancada y la hoja en que estaba redactado el documento que el deshonesto demandante había redactado. Allí se evidenció la gran inteligencia del erudito que no se apresuró a dictaminar un juicio y ameritó emitir un dictamen correcto y ajustado a la verdad y la honestidad.[6]

 

Establece la Mishná: En virtud de tres principios el mundo perdura: por la justicia, la verdad y la paz. De aquí aprendemos que, no solamente los jueces deben analizar las situaciones con detenimiento, paciencia y equilibrio, con la intención de alcanzar la paz, incluso en las relaciones personales y familiares, el hombre no debe tomar decisiones impulsivamente sino, ahondando y rogando al Creador que le conceda la sapiencia para ir siempre detrás de la verdad y la justicia, y de esta manera arribar a conclusiones correctas y coherentes y así vivir con la tan anhelada paz.  ©Musarito semanal

 

 

 

“Donde hay justicia, hay paz. Y donde hay paz, hay justicia”.[7]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Zejariá 8:16.

 

[2] Guitín 63a; Sotá 49b; Babá Kamá 83a.

 

[3] Yajín.

 

[4] Rabbí Obadyá de Bartenura.

 

[5] Devarim 16:18.

 

[6] Rab Obadía Yosef.

 

[7] Maséjet Dérej Éretz Zotá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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