Perek 1, Mishná 2
Shim'ón HaTzadik [el justo] fue uno de los últimos integrantes de la Gran Asamblea. El solía decir: El mundo está basado sobre tres cosas: la Torá, el servicio divino y los actos de beneficencia.
¿Quién era Shim'ón HaTzadik? y ¿Por qué fue elegido para encabezar la lista de enunciados? La Gran Asamblea, fue instituida por Ezrá, era compuesta por entre 70 y 120 Sabios, los cuales fueron llamados: Anshé Keneset HaGedolá. Cuando Israel regresó del exilio en Babilonia, Shim'ón HaTzadik cargaba la tradición sobre sus hombros, pues era el último sobreviviente de la Asamblea; recibió la Kehuná Guedolá de Ezrá. Cuando Alejandro Magno se dirigía hacia Yerushalayim para destruir el Bet Hamikdash, Shim'ón HaTzadik ataviado con las vestimentas sacerdotales salió a su encuentro. Tan pronto lo vio el conquistador macedonio, quedó impresionado ante la personalidad del Sabio, bajó de su carro y se inclinó respetuosamente ante él. Cuando los Cutím vieron esto, le preguntaron: “¿Cómo un rey tan grande y poderoso acepta arrodillarse ante un simple anciano?”. El respondió: “Para mí no es cualquier persona, veo su imagen antes de vencer mis batallas y estoy en deuda con él”. Entonces, se convirtió en el protector de los judíos.[1]
Durante los cuarenta años que Shim'ón HaTzadik ejerció como Cohén Gadol, el sorteo del chivo expiatorio que se sacrificaba en Nombre del Eterno, siempre salía de su lado derecho. La tira de color carmesí que se ataba entre los cuernos del sacrificio de Yom Kipur, siempre se tornó blanca, mostrando la aceptación de la expiación de la nación. Todo tiempo que él encendió las velas de la Menorá (Candelabro), la llama ubicada en el extremo occidental (Ner Maaraví), nunca se extinguió, a pesar de que en ella se agregaba la misma cantidad de aceite que en las demás candelas, esta era una de las señales que mostraban que la Divinidad posaba sobre Klal Israel.[2] El fuego del altar no se apagó durante el tiempo que sirvió como Sumo Sacerdote, los demás Cohanim le ponían solamente dos leños pequeños por la noche, solamente para cumplir lo que prescribe la Ley.[3]
La derrota y expulsión del Bet HaMikdash, el distanciamiento de la fuente de la santidad y las terribles persecuciones de los enemigos, causaron abandono del estudio de la Torá y por ende del cumplimiento de las Mitzvot y de las tradiciones. Los sabios de la Asamblea son mencionados con el titulo de “Grandes”, porque ellos fueron los garantes de reinstalar las legislaciones conforme a lo ordenado en la Torá. Ellos vislumbraron proféticamente que los judíos estarían dispersos por los rincones más lejanos del mundo, vivirían en ambientes y costumbres distintas a lo que estaban habituados, y, en consecuencia, requerirían transmitir la Torá Oral a sus alumnos, Shim'ón HaTzadik la recibió de Ezrá y la transmitió a Antignos.
En las siguientes Mishnaiyot encontraremos máximas de nuestros Sabios. En varias de ellas menciona: “el solía decir”. Rabbí Yehudá Hanasí, el compilador de la Mishná, no escribió los pronunciamientos de los Sabios únicamente como un reconocimiento a su sapiencia, sino que seleccionó el lema que reflejara el carácter y la perspectiva de cada uno de los autores… Ahora que conocemos algunas de las facetas y la estatura espiritual de Shim'ón Hatzadik, podremos entender porque encabezó la lista, en su enunciado provee el origen, la meta final y la existencia del universo: El mundo está basado sobre [no fue creado sino para estas] tres cosas: la Torá [su estudio y cumplimiento], el servicio divino [la oración y el culto al Eterno] y los actos de beneficencia [la bondad del hombre actuando en beneficio de sus semejantes].
Imaginemos al mundo apoyado sobre un trípode, si sacamos alguno de los tres soportes, la estructura se derrumbaría. Si una persona es culta pero no observante; si es caritativa pero no dispuesta a la oración, no tiene posibilidad de experimentar una vida religiosa plena. Tal religiosidad defectuosa está destinada a ser frágil y se derrumbará fácilmente.
La Torá es para el hombre, como el agua y el aire para cualquier ser vivo. Es el Libro Divino. Contiene en su texto el mensaje eterno e infinito del Todopoderoso. Es y será, a través de los siglos y el tiempo, la obra escrita reconocida y respetada universalmente como sagrada y santa. El mundo se sostiene por su mérito, como está escrito: Si Israel no hubiese recibido la Torá, los Cielos y la Tierra no se hubieran establecido.[4] El pueblo de Israel es el exclusivo depositario legal e irrevocable de este legado Divino. Es esencial e indispensable para el pueblo de Israel, sin ella pierde su identidad, su peculiaridad su razón de existir… Con la Torá el judaísmo tiene el futuro asegurado, sin ella, estará condenado a la asimilación y perdición. Con Torá, con escuelas, con Yeshívot y Kolelim se puede asegurar la próxima generación y construir un pueblo eterno.
Cierta vez, un grupo de Rabanim viajaron de New York a Israel para consultar a Rab Shaj ciertos temas que debían atender con urgencia. Fueron a la casa del Rab y estaban en la sala de espera, cuando el Rab estaba por recibirlos, se acercó un padre con su hijo y le susurró algo al oído, entonces el Rab Shaj agarró inmediatamente al niño y lo llevó al otro cuarto. Los minutos transcurrían y la impaciencia de los Rabanim, que tenían que tomar el vuelo de regreso esa misma noche, iba en aumento. Transcurrió más de media hora hasta que Rab Shaj salió del cuarto con el chico de la mano; se veía radiante. El Gabay (secretario), agobiado por la presión de los Rabanim americanos, se acercó y preguntó a qué se debió esa demora tan extraña. El Rab Shaj le explicó: “Se me acercó el padre y me dijo que el día siguiente sería el Bar Mitzvá de su hijo, y me preguntó qué podía hacer para motivar al chico, pues él no disfrutaba del estudio de la Torá. Y como comprenderás, se trataba de un caso de “vida o muerte”. Así que me lo llevé a mi cuarto y estuvimos estudiando juntos hasta que vi que su cara se iluminó. Lo siento, no pude hacerlo más rápido”.[5]
Para poder concebir este relato, se requiere entender la importancia que tiene el estudio de la Torá y cuánta satisfacción puede traer a quien se dedica a tratar de comprender lo que está escrito en ella. Al estudiarla, aumentamos nuestro conocimiento, ampliamos nuestros horizontes mentales, extendemos las fronteras de nuestra comprensión. La Torá fue comparada con el agua.[6] El agua es algo inconmensurable que no tiene límites ni medida. Así también la Torá es amplia y profunda como el mar. Todo aquél que quiere estudiar y profundizar, puede hacerlo sin fin, porque ella es como el agua, que no tiene límites.[7] ©Musarito semanal
“¡Cuánto he amado a Tu Torá! [Durante] todo el día ella es mi conversación”.[8]
[1] Yomá 69a.
[2] Ver Rashí.
[3] Ver Yomá 39a.
[4] Yirmiyahu 33:25; Shabbat 88a.
[5] Bemijitzatán; Rab Lorents.
[6] Babá Kamá 17a.
[7] Rab David Pinto.
[8] Tehilim 119:97
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.