Perek 1, Mishná 6, continuación…

 

 

Yehoshu'a ben Perajiyá y Nitay de Arbela recibieron la tradición [Torá Oral] de ellos [los sabios antes mencionados]. Yehoshu'a ben Perajiyá dijo: Hazte de un maestro; gánate un amigo y juzga a todo hombre con benevolencia.

 

 

Juzgar con el beneficio de la duda es un precepto de la Torá: …con justicia juzgarás a tu prójimo.[1] Este versículo exige a los jueces actuar con ecuanimidad, sin embargo, además del significado literal los Jajamim nos enseñan que, cuando un asunto se encuentra en tela de juicio y a los observadores no les es posible deliberar en un sentido o en otro, se debe mantener una disposición positiva y no condenar a las personas, aunque desde el punto de vista del espectador, el acto sea reprobable; mientras los jueces no dictaminen, se debe conceder al inculpado el beneficio de la duda,[2] esto con el afán de mantener la paz y la armonía social. Mientras los jueces no emitan su fallo o mientras el asunto no sea 100% comprobado, la actitud que la Torá exige de nosotros consiste en ser indulgentes y juzgar para bien,[3] a menos que los jueces o los Jajamim indiquen lo contrario.

 

Imagina que te transportas al año 1914, vives en la ciudad de Yerushaláim. Son tiempos difíciles. Son tiempos de guerra. Los víveres y las cosas más esenciales escasean. Hoy, la vecindad amanece al rojo vivo y no por la guerra. Un hombre grita al dueño de la makólet (miscelánea) acusándolo de haberle robado una valiosa moneda, (el valor de esta alcanza para alimentar a una familia durante un año); al escuchar los gritos, te acercas al lugar para ayudar, y te encuentras al querellante diciendo que él tenía resguardado en su armario un Napoleón de oro y que en la mañana, descubrió que la moneda no se encontraba en su lugar, preguntó a cada uno de los miembros de su familia si alguien la había tomado. En la búsqueda encuentra a su hijo más pequeño con algunos caramelos en su mano; un par de preguntas fueron suficientes para darse cuenta de lo que había sucedido, (el niño tomó la moneda para ir a “comprar” un caramelo). Entonces fue junto con su esposa a la miscelánea a reclamar la devolución de la moneda...

 

Por otro lado, escuchas al comerciante responder que el niño había pagado los caramelos con el importe exacto, con moneda corriente, y que no sabe de qué le están hablando. La pareja ruega al comerciante que reconozca y devuelva la moneda, pero al ver que sus esfuerzos no funcionan y llenos de furia insultan al dependiente: “¡Eres un sinvergüenza! ¡Mentiroso! ¡Ladrón! ¡Devuélvenos la moneda, ésta no te pertenece!”. El hombre continúa negando con firmeza... y los vecinos, que llegaron al escuchar el alboroto, se unen al querellante y el comerciante recibe toda clase de insultos y desprecios de la gente reunida.

 

Entonces los llevan al Bet Din y los Rabinos deliberan que el comerciante debe jurar para demostrar su inocencia. El tendero acepta jurar delante de los Jajamim. Y entonces, el dueño de la moneda se dirige a los jueces y les dice: “Por lo que veo, este hombre pretende quedarse con los ahorros de mi vida, ¡no permitiré que nadie jure en falso por mi culpa! Prefiero cederle toda mi riqueza, y no que siga mintiendo porque no quiere regresar lo que tomó indebidamente...”. El caso se cierra, cada uno regresa a sus actividades y el comerciante comienza a vivir la amarga consecuencia de la vergüenza y el desprecio por parte de sus vecinos.

 

Pasan unos meses y el dueño de la moneda recibe una carta que contiene una moneda similar a la que causó el agrio incidente. Comienza a leer el escrito y se le hela la sangre: el escriba confiesa en su carta haber encontrado al niño y después de distraerlo un poco, le cambió la valiosa moneda por otras de poca valía, argumentando que el hambre de sus hijos y la desesperación lo orillaron a hacerlo…[4]

 

Una vez que la verdad salió a la luz, analiza la actitud de cada uno de los personajes. Comienza con el dueño de la moneda. Definitivamente su actuación no fue de lo mejor, pues provocó un fuerte daño al comerciante. Sin embargo, dado que los datos en su poder le indicaban que este último estaba mintiendo, ¿cómo iba a imaginarse lo que realmente sucedió? Además, hasta el propio Bet Din lo declaró culpable…

 

El comerciante; ni hace falta mencionarlo, era inocente y tuvo que soportar la vergüenza. El hombre que engañó al niño y tomó la moneda… ¿Qué podía hacer? ¡Su familia padecía hambre! Aunque podrías estar pensando que, con justificación, pero finalmente robó. Sí, tendrías razón si no fuera que al final regresó la moneda.

 

Entonces, ¿quién en esta historia es realmente el culpable? ¿Quién tendrá que rendir cuentas frente al Juez Supremo? Ni el dueño de la moneda, ni el comerciante, ni el que cambió y regresó la moneda, sino... todos aquellos que, desde la calle, sin tener nada que ver en el asunto, gritaron al comerciante: “¡Ladrón! ¡Ladrón!”. ¡Todos ellos, que sin que nadie les pidiera opinión alguna, y sin otorgar el beneficio de la duda, tal y como lo ordena la Torá, se arrastraron tras sus peores instintos y acusaron injustamente al tendero! ¡Éstos sí merecerían figurar como los únicos culpables de la historia! Porque no aplicaron uno de los fundamentos más importantes de nuestra Sagrada Torá: “Juzga a tu prójimo para bien”.[5]

 

Todo hombre será medido con el mismo patrón que él ha utilizado para medir a los demás. ¿Cómo quisieras ser juzgado luego de 120 años? ¿Con severidad, o con indulgencia? Seguramente pretenderás que el Juez Supremo encuentre un atenuante ante cada una de tus faltas. Dicen los Jajamim: Todo aquél que rehúsa perdonar a los demás por agravios recibidos, difícilmente pueda esperar que el Cielo perdone sus transgresiones. Similarmente, aquél que juzga a sus semejantes con benevolencia, puede esperar confiadamente ser juzgado de la misma forma.

 

Podemos agregar una enseñanza más: por lo general nuestros gestos y actitudes se reflejan en los demás, quiere decir, que son imitados por la gente que nos rodea. Cuando veas alguna situación que te parezca inadecuada, y en lugar de verla desde tu propia perspectiva, procuras verla desde la del ejecutante, y si además te fijas en el mismo acto y no en el actor, probablemente, en lugar de sentir rechazo hacía él, cambiará tu perspectiva, tal vez logres entenderlo y así será más fácil para tí poderlo ayudar en forma constructiva. Si quieres que las demás personas te juzguen con indulgencia, que no se apresuren a sospechar de ti, y que no te condenen tan fácilmente, comienza tú mismo a juzgar a los demás con el beneficio de la duda. ©Musarito semanal

 

 

 

“Aquél que juzga a su semejante hacia el lado del mérito, El Santo, Bendito Es, lo juzgará meritoriamente”.[6]

 

 

 

 

 

 

[1] Vayikrá 19:15.

 

[2] Ver Rashí en Shebuot 30a.

 

[3] Rabbí Obadyá de Bartunura.

 

[4] Historia verídica relatada por el Rab Shalom Shwadron.

 

[5] Sheal Abija Veyaguedja, Hamaor.

 

[6] Shabat 127b.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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