Perek 1, Mishná 8

 

 

Yehudá ben Tabai y Shimón ben Shataj recibieron la tradición [Torá Oral] de ellos [los sabios mencionados anteriormente]. Yehudá ben Tabai dijo: [Cuando seas juez] no actúes como un abogado; y cuando ambos litigantes estén ante ti, considéralos culpables, como si no tuvieran razón, pero cuando se alejen de ti, considéralos inocentes, ya que acataron el veredicto.

 

 

Yehudá ben Tabai y Shimón ben Shataj, ambos alumnos de Yehosúa ben Perajiá y de Nitay de Arbela, fueron el tercer par de Zugot. Ambos dirigieron a la Nación judía en los tiempos del rey Yanai, no se sabe quién de ellos era el Nasí y quien ejercía como Ab Bet Din. Yehudá ben Tabai renunció voluntariamente de su puesto y se trasladó a radicar en Alejandría, tras haber ejecutado a un integrante Tzedokí, una secta herética, quienes negaban la autenticidad de la Torá Oral, este testigo quiso tenderle una trampa al Bet Din (corte Rabínica). La Torá dictamina que si un par de hombres fabulan un crimen o pecado cometido por alguien y se presentan y acusan delante de un Bet Dín pretendiendo que el acusado sea castigado injustamente, cuando aparecen otros testigos y certifican que los primeros nunca pudieron haber visto lo que dicen ya que no estaban en el lugar en el momento de los hechos, sino en otro lugar con ellos), estos se denominan Edim Zomemin, y el complot se desmorona, a estos testigos falsos se les aplica aquella pena que pretendieron para su víctima en su falsa acusación. A Yehudá ben Tabai le llegó un caso de un par de testigos (Tzedokim) que acusaron falsamente a un hombre de asesinato, en el cual solamente uno de los testigos fue desmentido, ellos pensaron que como la ley lo ordena, el juez no podría sentenciar condena, sin embargo, lo ajustició con la intención de objetar contra las torcidas teorías de los Tzedokim. Debemos señalar que, en la época de la Mishná los abogados no eran habituales en los juicios, los querellantes se presentaban directamente delante del juez. Aun así, Shimón ben Shataj le demostró su error y Yehudá ben Tabai aceptó sobre si en adelante no decidir más juicio, salvo bajo la verificación y dirección de él.[1]

 

[Cuando seas juez] no actúes como un abogado; la Mishná nos enseña: Ningún juez tiene permiso de actuar inadvertidamente como defensor de ninguna de las partes, debe aplicar la ley en forma objetiva e imparcial. Y aunque uno de los litigantes no presentara su demanda o defensa adecuadamente, el juez no puede ayudarlo a reformular el caso, sino que debe juzgar con base en los reclamos y en los hechos,[2] su encargo no es el ser benévolo ni intransigente, ni con los demandantes ni con los acusados, pues la justicia no le pertenece al magistrado, sino que proviene del Todopoderoso. Hacer justicia no es un derecho, es una obligación de quien ejerce como sentenciador; nos dice la Mishná: Por tres cosas el Mundo existe: por la Verdad, la Justicia y la Paz.[3] Todo juez que dictamina correctamente, se convierte en socio del Todopoderoso en la Creación del Mundo. Otra enseñanza es que, quienes imparten justicia, no deben mostrar una actitud arrogante, y mucho menos abusar de su posición, no deben arreglar la ley según su necesidad ni podrán buscar entenderla según su beneficio, tienen la responsabilidad de verificar con mucho cuidado todos los hechos antes de dictar sentencia. No reconocerán al rico por encima del pobre, ni al fuerte por encima del débil, y aunque tenemos prohibido sospechar de toda persona y la posibilidad de inocencia tiene siempre que sobreponerse, dicta la Mishná: cuando ambos litigantes estén ante ti, considéralos culpables, como si no tuvieran razón, inclusive si piensan que una de las partes está diciendo la verdad, deberán examinar con imparcialidad y con escepticismo, porque si favorecen a una de las partes antes del fallo, no estarán practicando una auténtica justicia. Sin embargo, al cerrar el caso, y se alejen de ti, considéralos inocentes, ya que acataron el veredicto. Esto puede deberse a dos razones: en primer lugar, el hecho de que el culpable acepte su juicio significa que al final estaba dispuesto a hacer lo correcto.  Su aceptación del juicio es una forma de arrepentimiento. En segundo lugar, el juez nunca puede estar al cien por cien de la veracidad de su sentencia

 

Tres hombres viajaban juntos, planearon arribar a su destino antes de Shabbat, sin embargo, la noche los sorprendió. Rápidamente ocultaron sus pertenencias en un lugar seguro, y pensaron recogerlo al término de Shabbat. En la mitad de la noche, uno de ellos tomó el dinero y lo escondió en otro lado. Al término de Shabbat fueron por sus cosas… y el dinero había desaparecido. Cada uno sospechaba y acusaba al otro, hasta que decidieron presentar el caso delante del rey Shelomó. El sabio escuchó el relato de los tres y les dijo: "Percibo que son hombres ilustrados, antes de darles mi dictamen, ayúdenme a tomar una decisión respecto a un juicio que tengo pendiente. ¿Aceptan?". Los tres asintieron y el rey les dijo: "Un joven le propuso matrimonio a una jovencita y le pidió hacer un juramento. “Si alguien quiere casarse contigo, no aceptarás sino es con mi consentimiento", ella le dio su palabra. Pasó el tiempo y ella se comprometió con un hombre. Antes de la boda le dijo a su novio: "Antes de casarme contigo, necesito cumplir con una promesa". Fue con el novio anterior, y le ofreció un cofre lleno de dinero a cambio de su consentimiento. El joven respondió: "Como te mantuviste fiel a tu juramento, permitiré que te cases con otro hombre, y además te entrego el cofre como regalo de boda". La mujer se retiró contenta y agradecida, y en el camino de regreso la interceptaron unos ladrones y la tomaron prisionera. La llevaron con un ladrón anciano, que cuando la vio quiso aprovecharse de ella. La joven pidió clemencia y le rogo: "¡Déjeme contarle mi historia!". Cuando terminó, le dijo: "Si mi novio anterior, quien está en la flor de su vida dominó su instinto y no se aprovechó de mí; ¡Tú, que ya eres anciano, cuánto más y más deberías de hacerlo!". Y agregó: "¡Quédate con todo el dinero y déjame libre para casarme con mi amado!". Cuando el ladrón escuchó esto, reconoció su error y la dejó libre y le devolvió su dinero”.

 

Les preguntó el rey Shelomó: “Ahora díganme, quién de los tres protagonistas de la historia merece más elogios". Uno de ellos dijo: "Yo considero que la muchacha es la mejor de los tres, porque se mantuvo firme en su juramento. El segundo opinó: "Para mí, su amigo de la infancia tiene más mérito, porque dominó su instinto y permitió que la muchacha se casara con otro a cambio de nada". El tercero dijo: "Según mi opinión, los ladrones son los que mejor se portaron, aunque ya tenían el dinero en las manos, aun así, lo regresaron". En ese instante, Shelomó señaló al tercero y exclamó: "¡Tú eres el ladrón! Mostraste que lo único que te interesó del caso fue el dinero, no dudo que tú tomaste ilegalmente algo que no te pertenece". Luego de presionarlo con preguntas, confesó que fue él quien tomó el dinero y lo escondió. Después de esto, se dijo de Shelomó: "¡La Sabiduría del Eterno mora en su interior, para hacer justicia!".[4]  ©Musarito semanal

 

 

 

“Donde hay justicia, hay paz. Y donde hay paz, hay justicia”.[5]

 

 

 

 

 

 

[1] Tosefta, Sanhedrín 6.

 

[2] Sanhedrín 6b.

 

[3] Pirké Abot 1:18.

 

[4] Keter Batorá 1

 

[5] Maséjet Dérej Éretz Zotá; Hameir Ledavid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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