Perek 2, Mishná 1

 

 

Rabbí dijo: ¿Cuál es el sendero recto que debería elegir el hombre? El que brinda prestigio a quien lo transita y lo honra ante la gente. Sé tan cuidadoso con un Mandamiento [aparentemente] menos importante como uno importante, pues no conoces la recompensa por observarlas. Considera el perjuicio que ocasiona una Mitzvá comparada con su recompensa, y el beneficio obtenido por un pecado comparado con el perjuicio que ocasiona. Reflexiona acerca de tres cosas y no caerás en las garras del pecado: Sabe que encima de ti hay un ojo que ve, un oído que oye y un libro en el que se registran todos tus actos.

 

El autor de esta declaración era llamado simplemente Rabbí, una expresión de respeto poco usual en las escrituras; fue un personaje clave en nuestra historia. Un erudito piadoso y brillante, reunía en sí todas las cualidades. Era hijo de Rabbí Shimón ben Gamliel. Cuando su padre murió, él lo sucedió en la dirección de la nación y por esto es nombrado como Rabbí Yehudá Hanasí. Se desempeñó en este puesto con gran autoridad, a tal punto, que después de Hilel, fue el primer Sabio al que se le agregó el título de Nasí. Dijeron los Sabios de su época que desde los días de Moshé hasta los días de Rabbí Yehudá Hanasí, no se encontró una entereza y grandeza sin igual en una sola persona. Su autoridad se mantuvo firme incluso en el tiempo del Talmud, dondequiera que es mencionado su nombre, sus decisiones son aceptadas como ley. Era tan culto, piadoso, y se cuidaba tanto en las leyes de carácter ritual, que sus alumnos y colegas lo llamaban Rabenu Hakadósh. A pesar de su gran riqueza y prestigio, vivió sencillamente y empleó sus medios para mantener a estudiantes y necesitados. Basado en su ilimitada memoria, y un vasto conocimiento en la Torá Oral, y continuando con la labor que comenzaron los primeros Sabios, tales como Rabbí Akiva y Rabbí Meir, recopiló, organizó y redactó los seis tratados de la Mishná, una compilación de la Ley Judía, obra fundamental de la cual se deriva el Talmud y de allí se extraen los códigos legales que conocemos hoy como Shulján Aruj.

 

Vivió en una ciudad llamada Beth Shearim, luego en Beth Sheán y al final de su vida se mudó a Tzipori. Sus discípulos lo amaban tanto que, cuando Bar Kapará lo halló ya fallecido, no tuvo coraje para decírselo directamente a los demás, y les informó por medio de una parábola: Los ángeles y los seres humanos piadosos y devotos se aferraron al Arca Sagrada [y lucharon por apoderarse de ella]. Los ángeles vencieron y el Arca fue tomada.[1]

 

El primer concepto tratado en esta Mishná es que, una persona debe elegir un camino que sea honorable para sí mismo y que le brinde el honor de los demás. El Rambam, la interpreta así: Estamos hablando sobre los rasgos del carácter del hombre, y el camino que debe seguir es el que refleje una distinción a los ojos del Cielo y los de las demás personas: Este pueblo crié para Mí, Mis alabanzas publicará.[2] Una persona debe ser fiel a sí misma y no debe ir tras las costumbres de gente perversa. Pero no puede darse el lujo de ignorar la sociedad en la que vive e ir en contra de sus costumbres (si estás van alineadas con la Torá). Lo recomendable es marchar por el medio y no desviarse hacia los extremos, por ejemplo, con el rasgo de la generosidad. Un avaro nunca será llamado noble, y el derrochador será deshonrado, ya que terminará en la pobreza. Y entonces ¿quién es el generoso? El que, aunque ama el dinero y lo ahorra muy bien, ordena sus gastos, y asigna parte de sus utilidades para ayudar con generosidad a los demás. Hay quienes equivocan el camino obteniendo bienes ilícitamente, para repartirlo entre los necesitados, aunque será satisfactorio para él y para quienes lo reciben, no será así ante los ojos de Quien todo lo ve. Así también aplica en todas las cosas de la vida, uno debe esforzarse por elegir un camino que, tanto él, tanto los demás y principalmente el criterio de la Torá lo consideren correcto.

 

Rabenu Yoná la interpreta así: ¿Cuál es el camino recto que una persona debe elegir? Cuando se cumplen las Mitzvot, el Santo, Bendito Sea su Nombre, se hace digno de alabanza a través de ellos, y eso es un verdadero elogio para las personas que las realizan. Y por lo tanto, uno debe elegir este camino. Y cuán apropiado es cuando se realizan en el tiempo y forma adecuados, como dice el versículo: Cuán buena es una cosa en su tiempo.[3] También incluye a aquellos que embellecen los Mandamientos, como aquel que adquiere un hermoso Lulav (hoja de palma) para la festividad de Sucot, o un hermoso Talit (manto de oración), o un hermoso rollo de la Torá, Tefilín y objetos similares, de una manera que la gente lo alabará y felicitará por ellos.

 

Continúa la Mishná diciendo: Sé tan cuidadoso con un Mandamiento [aparentemente] menos importante como uno importante, pues no conoces la recompensa por observar cada una de ellas. La Torá no es explícita acerca de la recompensa que recibe quien cumple los mandamientos positivos, ni tampoco menciona el castigo a quien desiste de hacerlos. Pero sí son mencionados los castigos que recibe quien viola alguna de las prohibiciones.

 

 El anuncio corrió como pólvora encendida por toda la ciudad. El rey había dejado en su palacio un terreno libre porque deseaba tener un bello jardín. Anunció que cada uno de los súbditos debía traer algo para plantar en el jardín del rey, y cada uno sería recompensado. Ese mismo día, todos se apresuraron a llegar y sembraron en el terreno una amplia variedad de especies: plantas decorativas, arbustos exóticos, árboles frutales; el jardín real quedó colmado de una gran variedad de especies. Por la tarde el rey convocó a todos y le preguntaba a cada uno lo que había plantado. “Yo planté un cerezo, su majestad”, dijo el primero. El monarca miró el árbol y dijo: “¡Excelente! Me encanta el cerezo, toma diez monedas de oro”. El siguiente exclamó: “Excelencia, ¿qué le parece este naranjo?”. “Me gusta porque además de decorar el jardín, nos deleitará con su delicioso aroma”, y le entregó también diez monedas de oro. “Yo planté un rosal”, dijo otro, y a éste también lo recompensó con diez monedas. “Yo planté un olivo”, dijo alguien, el rey se puso muy contento y le dijo: “¿Un olivo?  ¡Excelente!  ¡Estas cien monedas son para ti!”. Los demás presentes reaccionaron y dijeron: “Majestad, si tanto le gusta el árbol de olivo, ¿Por qué no nos dijo antes?”. El rey les mostró una leve sonrisa y les dijo: “Yo quería tener un jardín y ahora lo tengo. Si les hubiera dicho que me gusta el árbol de olivo, hubiera tenido un bosque de olivo, pero ahora poseo un bellísimo jardín…”.

 

Por medio de esta parábola explican nuestros sabios por qué no se menciona en la Torá la recompensa de cada Mandamiento. La respuesta es como la de aquel rey, que deseaba tener un jardín, y no un bosque. Si supiéramos qué Mizvá es más valiosa, haríamos solamente aquellas mejor remuneradas y dejaríamos al costado el resto. Y ya que Él desea que cumplamos todas por igual, ocultó la recompensa de cada una. ©Musarito semanal

 

 

 

“En la erudición de la Torá, hay Sabios. Pero no hay sabios en el cumplimiento de las Mitzvot. Para convertirse en Tzadik, uno debe esforzarse”.[4]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ketubot 104a.

 

[2] Yeshayahu 43:10.

 

[3] Proverbios 15:23.

 

[4] Rabí Menajem Méndel de Kotzk.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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