Perek 2, Mishná 3, continuación…
Sean cautelosos en sus tratos con aquellos que se encuentran en el poder, pues ellos no ofrecen amistad a nadie si no es para su propio beneficio; se muestran amistosos cuando es para su ventaja, pero no brindan ayuda al hombre en su hora de necesidad.
En el cometario anterior trajimos la exégesis más usada por los comentaristas. Otra forma de interpretar la Mishná es la siguiente: La palabra Rashut que tradujimos como gobierno, puede también significar, permiso, autorización, algo que es de carácter optativo. El Midrásh Shemuel lo explica de la siguiente forma: La Mishná dice: Sean cautelosos en sus tratos con aquellos que se encuentran en el Rashut (el poder) no leas Rashut, sino sean cuidadosos con el Reshut, quiere decir, evadan en la medida de lo posible el ser permisivos, esto con el afán de evitar los tropiezos y caer en el pecado. Existen actos que son Mitzvá, por ejemplo: comer antes del ayuno de Kipur o vestir elegante y comer delicias en Shabbat, entre otras. Hay cosas que son prohibidas, por ejemplo: comer Taref o vestir una prenda confeccionada con lana y lino, etcétera. También existen cosas que son Reshut, quiere decir, que no se consideran Mitzvá, pero tampoco se encuentran en la lista de las cosas prohibidas y son opcionales; si uno las quiere hacer esta bien, y si se abstiene de hacerlas no va a ser castigado por ello. La Mishná advierte: ten cuidado con caer en los excesos de los placeres, los cuales, no están prohibidos, pero te van llevando poco a poco hasta que terminan arrastrándote hasta las prohibiciones más severas. Y ni el más grande placer te ayudará en el momento del aprieto.[1]
Dice el versículo: Sagrados serán porque sagrado soy Yo.[2] El Rambán explicó que el ser humano debe santificarse justamente con aquellas cosas que están permitidas, ya que los excesos, incluso aquellos que son “permitidos”, llevan a la persona a descender de nivel y a perder el autocontrol. La abstención de dichos excesos tiene el poder de desconectar a la persona de lo mundano y material, y elevarla en el ámbito espiritual, el dominio de los instintos es lo que nos hace diferentes del resto de las criaturas. Además, advierte el Raabad: cuando el hombre se excede en los placeres, pierde la fuerza de contención y cuando el Instinto Maligno lo incita a pecar, no es capaz de soportar la tentación y termina sucumbiendo ante el deseo, pues él no te ofrecerá amistad si no es para su propio beneficio, pero no te ofrecerá auxilio a la hora de necesidad. El hombre temeroso del Cielo, estudiará Musar y estará siempre atento, sabrá limitarse aun en las cosas permitidas, y de esta forma conseguirá subyugar a la tentación y tendrá un mejor autocontrol de sus actos:[3] Santifícate evitando los excesos.[4]
El Jovot HaLebabot dedica un capítulo entero al tema de la abstinencia.[5] Menciona la importancia que tiene el racionamiento de los placeres; esto constituye una parte vital para el mejoramiento de la vida espiritual y terrenal, y otorga tranquilidad al alma y al cuerpo en ambos mundos. La abstinencia radica en ponerle un freno a los deseos egoístas, y renunciar voluntariamente a algo que el hombre puede y tiene la posibilidad de hacer, pero prefiere no utilizarlo. El Eterno quiso crear la especie humana para disciplinar el alma y ponerla a prueba en este mundo, con el objetivo de que ésta se purifique y alcance el nivel de los ángeles.[6] Al tratarse de una prueba, la Sabiduría Suprema implantó en el hombre el “apetito”; el cual consiste en un impulso instintivo que estimula al hombre a buscar las actividades provechosas y renovadoras, que le ayudan a subsistir y desarrollarse, todo el tiempo que el alma permanece dentro del cuerpo. Sin embargo, cuando su instinto se impone y domina al intelecto, y el alma es atraída hacia él, esta se desvía en pos de los excesos que conducen al deterioro de su condición, y a la devastación del cuerpo, y por ende, el materialismo será su rector.
Esto determina que el hombre necesite de la cualidad de la abstinencia para apartarse del placer y del ocio. Atención: no estamos hablando de que la persona debe convertirse en un asceta y que renuncie a todos los placeres de este mundo, esta manera de proceder es un error y pecado, tal como el Nazír que, por abstenerse solamente del vino, la Torá lo consideró como un transgresor, pues está privándose de algo que el Creador puso en el mundo para que tenga provecho de él. La manera equilibrada y correcta de vivir es la que marcó Yaacob: saber vivir bien, pero sin excesos, “pan para comer y la ropa para vestir”. Pero de ninguna forma renunciar a lo mínimo, como tampoco desearlo todo, el fin es alcanzar un balance apropiado, cada uno conforme a lo que sea sano y propio, según lo que el Todopoderoso le proporcionó.
Los bienes materiales son aparentemente una cosa profana, ya que se les asocia con lo mundano. Esto no es algo absoluto, la riqueza tiene dos caras: puede utilizarse para vestir con orgullo ropas caras, vivir en grandes mansiones, comer los mejores manjares, viajar… Estos mismos bienes pueden servir también para enaltecer al Creador, cumpliendo sus Mitzvot en forma majestuosa, para mantener y educar a las siguientes generaciones, para apoyar a los que lo necesitan y para liberar a los Tamidé Jajamim del yugo del sustento para que estudien e iluminen el mundo con sus enseñanzas… Sobre el hombre recae la responsabilidad de saber distinguir el lugar, el tiempo y la medida de la inversión de sus recursos. La ambición puede ser la mejor y la peor de las cualidades de la persona. Al ser arrastrado hacia los placeres físicos, uno pierde el gusto por el foco espiritual en la vida.[7]
La manera equilibrada y correcta de vivir es hacerlo sin excesos y la línea que lo limita es bastante delgada… Debemos saber apreciar y a estar satisfechos con lo que el Todopoderoso nos otorga y para eso hay que ser sabio de corazón. La Torá le ordena al rey que no debe tener demasiados caballos, demasiadas riquezas ni demasiadas mujeres para que no se desvíe su corazón, tal como dice la Torá: Sólo que él no deberá aumentar para sí caballos en exceso…Y no deberá aumentar para sí demasiadas mujeres, para que su corazón no se desvíe y no deberá aumentar para sí plata y oro en exceso.[8] Esta orden implica que el rey debe reconocer su lugar singular, cuidarse a sí mismo y colocarse límites, aunque sea rey, porque él es un símbolo para todo el pueblo, debe ser un ejemplo personal y cuidarse de aquellas cosas que pueden llevarlo a pecar y a enorgullecerse.[9] Ni siquiera Shelomó Hamélej, el hombre más sabio de todos los seres humanos supo contenerse ante la tentación, él mismo dijo: Lo haré y no pecaré.[10] Pero a pesar de su santidad y elevado nivel, no logró sobreponerse a sus deseos y dañó su santidad.
Los bienes materiales y todos los demás deseos, no deben convertirse en la finalidad de nuestras vidas, solamente son medios que nos ayudan a poder pasar por este mundo y obtener la vida eterna, y para eso debemos cumplir Torá y Mitzvot. Debemos aprender a valorar lo que tenemos y saber elegir lo más conveniente y no dejarnos llevar por el materialismo que está inundando y ahogando al mundo entero. Si llevamos a cabo estos sabios consejos, los frutos de nuestro esfuerzo y futuro serán exitosos y siempre bien vistos por el Todopoderoso. ©Musarito semanal
“No es lo mucho o poco que tienes lo que te hace grande o pequeño, sino qué tan grande o tan pequeño eres con lo que tienes”.[11]
[1] Rabbí Shlomo Benhamu.
[2] Vayikrá 19:2.
[3] Ver Baalé HaNefesh, Shaar HaKedushá.
[4] Yebamot 20a
[5] Jobot Halebabot, novena sección: “la abstinencia”; Rabenu Bejaye ibn Pekuda.
[6] Ver Zejariá 3:7.
[7] Rabenu Yoná.
[8] Debarim 17:16.
[9] Rambam, Melajim 3:6.
[10] Tanjuma Vaerá 5.
[11] Rabbí Sansón Raphael Hirsch
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