Perek 2, Mishná 3

 

 

Sean cautelosos en sus tratos con aquellos que se encuentran en el poder, pues ellos no ofrecen amistad a nadie si no es para su propio beneficio; se muestran amistosos cuando es para su ventaja, pero no brindan ayuda al hombre en su hora de necesidad.

 

 

¡Tengan cuidado! Advierte la Mishná. No te acerques a ninguna persona que, cuando necesita algo de ti se muestra afectuoso y honesto, pero una vez que obtiene de ti lo que desea, se transforma en otra persona, pudiendo llegar incluso a desconocerte en tu apuro. Esto puede darse en cualquier individuo, ¿por qué enfatiza que seamos cautelosos con aquellos en el poder? En realidad, uno debe guardar una sana distancia de cualquier persona que considere malintencionada; incluso tú no debes ser de aquellos que solamente buscan relacionarse con los demás solamente para cubrir tus intereses personales. Este tipo de actitud se encuentra generalmente en los servidores públicos, los cuales, por la naturaleza de su trabajo, buscan siempre a quienes les concedan gran popularidad y confianza, aunque estos, no siempre sean los más convenientes para la sociedad a la cual dirigen.

 

La afirmación de Rabbán Gamliel, probablemente estaba basada en la vasta experiencia de su padre, Rabbí Yehudá Hanasí. Él sabía moverse entre los gobernantes romanos que, en su época, habían conquistado y presidían en Israel. Incluso tenía una estrecha relación con el emperador, quien a menudo solicitaba el consejo del Sabio, y su séquito aprendía mucho de sus enseñanzas. Sin embargo, cuando Rabbí Yehudá los necesitó para salvar la vida de muchos de sus compatriotas, la ayuda le fue negada.

 

En el primer capítulo encontramos el consejo de Shemayá quien sugiere: detesta la actitud autoritaria y no te des a conocer al gobierno.[1] En la Mishná anterior Rabbán Gamliel aconseja: Trabaja para la comunidad. Acepta el liderazgo, pero hazlo en Nombre del Cielo. Shemayá recomendó categóricamente, evitar relacionarse con los gobernantes. Rabbán Gamliel aceptó el hecho de que en ocasiones será una necesidad tratar con ellos, y más cuando trabajas para la comunidad, pero cuando lo hagas, sé prudente en tus tratos y toma conciencia de que la ayuda prestada, se puede revocar en cualquier momento. Hay un proverbio que reza: “Cuando un hombre de estado dice: “sí”, significa “tal vez”. Cuando dice: “tal vez”, significa “no”. Y si dice “no”, no es un hombre de estado…”.[2]

 

Durante el reinado del emperador Fernando II de Habsburgo, un nuevo gobernador fue nombrado en Bohemia, donde se encontraba el ghetto de Praga. Como gesto de agradecimiento por el nombramiento recibido, llevaba consigo unas cortinas de oro, que entregaría al emperador. En un descuido, el baúl que contenía el valioso presente, desapareció. El gobernador ordenó cerrar todos los accesos a la ciudad, nadie podía entrar ni salir hasta que aparecieran las cortinas. El mayordomo sugirió que, sobre seguro los judíos del guetto tendrían algo que ver, entonces, el nuevo gobernante que no simpatizaba con ellos y aprovechando la oportunidad, envió varias tropas para que realizaran un minucioso cateo en cada una de las casas. Sin consideración alguna, entraban y rompían todo lo que encontraban a su paso. Cuando llegaron a la casa de Enosh Altschul, un anciano quien desempeñaba el cargo de consejero del guetto, lo obligaron a conducirlos hacia el sótano donde él guardaba sus artículos valiosos. En poco tiempo, los soldados encontraron allí las resplandecientes cortinas de oro. El anciano fue encadenado y llevado al palacio para interrogarlo.

 

La comunidad judía temió por la seguridad de Enosh y por la suya propia. El gobernador observó con desprecio al judío y le exigió una explicación. “Con todo respeto”, dijo el prisionero, “quisiera poder explicarlo, pero di mi palabra de honor a un noble miembro de su corte que mantendría en secreto la presencia de esas cortinas en mi casa, podría decirlo, sólo si él me da permiso para hacerlo”. El rostro del gobernador enrojeció y exclamó: “¡Crees que te traje aquí para que te burles de mí… veremos qué tan fiel eres a tu palabra!”, ordenó a sus guardias: “¡Saquen a este hombre y vean si veinte latigazos le sueltan la lengua!”. Fue arrastrado a una cámara contigua y allí el verdugo descargó con saña su inmisericorde odio antisemita.

 

Esa noche, el pobre hombre se estremecía por el dolor. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas, mientras recitaba algunos Salmos implorando el auxilio Divino, un sueño profundo comenzó a caer sobre sus parpados. En su sueño, se apareció su maestro, Rabí Yehudá Loewy, mejor conocido como el Maharal de Praga, quien lo consoló diciéndole que su ruego había sido aceptado. Al otro día despertó lleno de esperanza. Antes de que llegaran los guardias para llevarlo de nuevo delante del gobernador, rezó la Tefilá de Shajrit en su celda. Esa mañana, el regente estaba de peor humor que el día anterior y amenazó con destruir todo el ghetto, si Enosh no revelaba la verdad. De repente, el mayordomo dio un paso adelante. “Su majestad”, dijo al sorprendido gobernador, “confieso que fui yo quien robó las cortinas. Tenía una desesperada necesidad de conseguir 25,000 ducados de oro para saldar una deuda de juego. Se me ocurrió la idea de empeñar las cortinas de oro a algún judío, a sabiendas que si me descubrían descargaría su furia con ellos. Entonces fui a ver a Enosh Altschul, sabía que él poseía esa suma y que acostumbraba a prodigar favores a todos los necesitados. Recibí las monedas y antes de partir, lo amenacé que él y sus vecinos sufrirían si alguna vez mencionaba a alguien este incidente.

 

“¿Y qué fue lo que te animó a confesar la verdad?”, cuestionó el gobernador. “Yo sabía que al culpar al judío lo aniquilarían y yo saldría libre de culpa, sin embargo, anoche tuve un sueño aterrador. Se apareció ante mí el fallecido Rabí Loewy de Praga, quien me advirtió que debía presentarme y confesar el hecho, sentí mucho temor y sabía que no tenía otra elección que presentarme y decir la verdad”. Mientras terminaba su revelación, el mayordomo se agarraba fuertemente la garganta, y ante la mirada aterrorizada de los observadores comenzó a asfixiarse hasta que cayó muerto, comprendieron que el Todopoderoso los había salvado del perjurio y ajustició al falso acusador. El inculpado fue absuelto y las hordas que esperaban ansiosos para atacar a los judíos del ghetto fueron dispersados. La tristeza y la preocupación de los judíos de Praga, se convirtió en felicidad y regocijo como durante Purim de antaño.[3]

 

Ya lo dice el versículo: El corazón del rey es como torrentes de agua en la mano del Eterno, a donde quiere Él la inclina.[4] El corazón de los gobernantes, su voluntad y todas las decisiones que toman, están en manos del Creador, al igual que los torrentes de agua, Él puede desviarlo a donde lo decida. Las acciones y los pensamientos de los soberanos que conducen los países están limitados por el Todopoderoso, son como enviados suyos para todos los asuntos relacionados con su mandato. Si el pueblo es meritorio, Él inclina el corazón del mandatario para la guerra o para la paz.[5] Y es por este motivo que siempre debemos rezar y pedir por el bienestar del reino y del gobierno. ©Musarito semanal

 

 

 

“Mejor es refugiarse en El Eterno que confiar en el hombre”.[6]

 

 

 

 

 

 

[1] Pirké Avot 1:10.

 

[2] Ética del Sinai, tomo 1, pag.166; Rab Inving M. Bunim.

 

[3] Extraído de: Descanso y alegría, pág. 160; Rabí Mordejai Katz

 

[4] Mishlé 21:1.

 

[5] Malbim.

 

[6] Tehilim 118:8.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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