Perek 2, Mishná 4
El solía decir: Cumple con su voluntad como si fuera tú voluntad, para que Él haga tu voluntad como si fuera Su Voluntad. Anula tu voluntad frente a Su voluntad, para que Él anule la voluntad de otros ante tu voluntad. Hilel dice: No te apartes de la congregación, y no confíes en ti mismo hasta el día de tu muerte. Y no juzgues a tu prójimo hasta que tú mismo te encuentres en su situación. Y no digas palabras que no se pueden oír, pues finalmente serán oídas. Y no digas: “cuando me desocupe estudiaré”, porque quizás nunca te desocupes.
La primera mitad de esta Mishná contiene otra declaración de Rabbán Gamliel, el hijo de Rabbí Yehudá Hanasí. La segunda mitad de la Mishná vuelve a las declaraciones de Hilel, las cuales ya fueron analizadas en el capítulo anterior. La razón por la que la Mishná se remonta a Hilel, es porque él fue el maestro de Rabbán Yojanán ben Zakai, la Mishná hizo una interrupción de las exposiciones de su maestro, para enseñar las proclamaciones de la progenie de Hilel.
Una forma de explicar la declaración de Rabbán Gamliel es que, el hombre debe mostrar la fe, la disposición para ir más allá de su razón y a realizar acciones aun cuando estas se opongan a su propia voluntad. Quiere decir, el hombre debe proceder conforme la voluntad del Creador con tal fervor, como si lo estuviese realizando para su propio beneficio. En todo el transcurrir de la vida, el objetivo central, el motivo de nuestra existencia es servir al Todopoderoso. Él nos eligió para ser judíos y nos concedió el honor de servirlo. Debemos cumplir Su voluntad expresada en la Torá y los preceptos que ella nos indica. Y cuando nuestra voluntad se oponga a dichas Leyes, debemos contener nuestros deseos y someternos a los de Él, entendamos o no el motivo de la orden. Y aunque nuestra razón nos incline hacia lo contrario, debemos de poner mucho esfuerzo para doblegar nuestras pretensiones por las indicadas por la Voluntad Divina. Rabbí Elazar ben Azariá enseñó: Nadie debe decir: “No me es posible usar una prenda confeccionada con lana y lino”.[1] Tampoco debe decir: “no me apetece la carne de cerdo”. “Nunca soportaría cometer adulterio”. Más bien debe decir: “Yo muy bien podría hacer todas estas cosas, pero ¿qué puedo hacer? ¡mi Padre en el Cielo me lo prohíbe para que acepte Su soberanía sobre mí!”.[2]
Durante todas sus peregrinaciones en el desierto, los hijos de Israel fueron conducidos por las Nubes de Gloria: Y conforme se retiraba la nube de encima de la Tienda de la Cita, después de eso emprendían el viaje los Hijos de Israel; y en el lugar donde se asentase la nube, allí acampaban.[3] La Torá enfatiza la grandeza de la Generación del Desierto. A ellos no se les preguntaba dónde deseaban viajar, ni si deseaban o no permanecer en algún sitio. Mas bien ellos obedientemente seguían la Nube de Gloria. Cuando ella se asentaba sobre el Mishkán, acampaban; cuando ella se elevaba, era la señal para tocar las trompetas para reunir a la comunidad y levantar los campamentos para proseguir la avanzada. Nadie sabía si la permanencia en el lugar duraría una hora, un día, semana, mes o incluso años… Todos se levantaban en la mañana y lo primero que hacían era alzar sus ojos al cielo, no para conocer el estado del tiempo, sino para saber si debían levantar las tiendas o no. Algunas veces el Todopoderoso elegía un sito desagradable, por ejemplo, en Mará, donde el agua no era potable, no obstante, la nube permanecía allí. Otras veces arribaban a un lugar con buenas fuentes de agua y árboles, no obstante, la Nube partía poco después del arribo. Y así lo hicieron durante treinta y ocho años, realizaron cuarenta y dos viajes… Ellos se dejaron conducir con absoluta confianza, deambularon de un lado a otro, sin itinerario, ni brújula, partían y acampaban de lugar en lugar, cargando a sus hijos, ancianos y demás pertenencias, con paciencia, serenidad y afabilidad: Cumple con su voluntad como si fuera tú voluntad, para que Él haga tu voluntad como si fuera Su Voluntad…
Transcurría el año 1942. La festividad de Pésaj se acercaba, y un grupo de judíos del gueto de Kovna, se reunían para idear cómo conseguir harina para hornear algunas Matzot. Sus opresores controlaban todo ingreso y cada día tenían que ingeniárselas para conseguir lo mínimo indispensable para comer y sobrevivir. La idea de encontrar y meter harina al gueto era realmente descabellada, los nazis (que su nombre sea borrado) vigilaban constantemente para que no se introdujera nada al gueto. Un hombre judío llamado Moshé Goldkorn trabajaba en las afueras del sitio, y se ofreció para conseguirla e introducirla. Día a día lo fue haciendo a sabiendas que podía costarle la vida. La festividad se acercaba y a pesar de la opresión de los oficiales de la Gestapo, la alegría en el gueto era inmensa; Moshé Goldkorn había podido colar suficiente harina para poder hornear las Matzot. Sin embargo, ocurrió que mientras estaba pasando el último pequeño paquete de harina, los alemanes lo detuvieron para una revisión, y al inspeccionar sus ropas, encontraron la pequeña bolsa con harina. Los furiosos guardias lo golpearon salvajemente, el hombre tuvo mucha suerte de salir vivo de la golpiza que le propinaron, le tiraron toda la dentadura; después que los inmisericordes verdugos se retiraron, sus compañeros lo arrastraron hacia el interior del gueto y lo atendieron con los pocos remedios que tenían.
Después que recobró la conciencia, Moshé pidió hablar con Rabí Efraín Ashley, quien era el dirigente espiritual del gueto. Con lágrimas en sus ojos le preguntó: “¿Sin dientes, cómo cumpliré con la Mitzvá de comer Matzá? usted bien sabe que la Halajá prohíbe remojarla en agua, debido a la sospecha que pudiera haber dentro de ella algo de harina que no se coció en el horno, y con la humedad pudiera fermentar; dígame por favor ¡Cómo voy a cumplir con esta preciada Mitzvá, por la cual arriesgué mi propia vida…!.[4] El Rabino le respondió: La Roca: perfecta es su actuación, porque todos Sus caminos son justicia; el Eterno es fiel y sin iniquidad: justo y recto es Él.[5]
El periodo de peregrinaciones en el desierto enseñó al judío a seguir la conducción del Todopoderoso con absoluta certidumbre. Esta fue la escuela donde adquirirían la confianza en el Creador para los largos años del exilio, mientras peregrinarían a través del “desierto de las naciones”, hasta hoy día. Es cierto que hemos sufrido persecuciones, pogromos, inquisiciones, holocaustos, guerras y un sinfín de sufrimientos, aun a pesar de esto, los judíos no hemos perdido la esperanza de la llegada de la redención y la reunión de las diásporas, y nuestra voluntad ha sido y seguirá siendo la voluntad de Él, porque así fuimos enseñados desde nuestra formación como nación, aprendimos a tener confianza y a esperar, y a pesar de que ella (la Redención Final) se demore, seguiremos esperando por ella, porque confiamos en que ciertamente llegará.[6]-[7] ©Musarito semanal
“La redención (Gueulá) depende, en esencia, de la fe (Emuná). Pues la raíz del exilio es simplemente la falta de fe”.[8]
[1] Vayikrá 19:19; Debarim 22:11.
[2] Torat Cohanim 20:128; Ver Rashí sobre Vayikrá 20:26.
[3] Bemidbar 9:15-23.
[4]Ki Atá Imadí
[5] Debarim 32:4.
[6] Jabakuk 2:3.
[7] Rabbí Shimshón Refael Hirsh.
[8] Rabí Najman de Bresleb.
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