Perek 3, Mishná 1

 

 

Akabyá ben Mahalalel dijo: Medita acerca de tres cosas y no caerás en poder del pecado: Conoce de dónde has venido, hacia dónde vas, y ante Quién habrás de rendir cuentas. ¿De dónde has venido? De una gota pútrida. ¿Hacia dónde vas? A un lugar de polvo, larvas y gusanos. ¿Y frente a Quién rendirás cuentas? Ante el Supremo Rey de Reyes, el Santo, Bendito Sea.

 

Akabyá ben Mahalalel era uno de los grandes Tanaítas de la generación de Shemayá y Abtalión,[1] vivió durante el período del Segundo Templo,[2] fue integrante del selecto grupo de Sabios que fueron mencionados sólo por su nombre. Su declaratoria debía estar entre los primeros capítulos, pero el compilador de la Mishná no quiso interrumpir la línea de Hilel hasta que llegó hasta Rabbí Yehudá HaNasí y su hijo. Luego volvió a la secuencia cronológica de la tradición, comenzando de nuevo con los dictados de Hilel y en la misma línea mencionó a Rabbí Yojanán ben Zakai, quien recibió la tradición de él, y continuó con los estudiantes de Rabbí Yojanán. Luego enseñó la máxima de Rabbí Tarfón porque era similar a la enseñanza de Rabbí Elazar, el último de los estudiantes de Rabbí Yojanán ben Zakai. Entonces reanudó de nuevo con los Tanaim anteriores.[3]

 

Relatan los Jajamim de la Mishná, que cuando las multitudes se reunían en el patio interior del Templo, tenían que cerrar los portones por la gran cantidad de personas que asistían, dicen que ese patio nunca albergó a algún hombre que fuera igual a Akavyá ben Mahalalel, respecto a su sabiduría y temor al Cielo. Se destacó por su gran devoción y sabiduría. Fue un erudito que disputó con los Sabios de su época, en cuatro cuestiones de la Ley que entrañaban ciertas cuestiones técnicas; dado que había recibido su tradición de un grupo diferente de Sabios, a quienes consideraba una mayoría que sobrepasaba en valor e importancia a sus colegas, se mantuvo firme en su postura. Cuando se le informó que le aguardaba el puesto de Ab Bet Din (Magistrado Supremo), hay quienes dicen que probablemente esto sucedió después del fallecimiento de Shamai, ellos pretendían condicionar a Akavyá a que cambiara de opinión, para así conformar una mayoría, aun así, él rehusó la propuesta para que no se alteraran las decisiones legales que había recibido de sus numerosos maestros. Aunque él se comportaba esencialmente como un hombre piadoso y humilde, era peculiarmente inflexible cuando se trataba de defender las normas o preceptos que recibió de sus maestros, y como resultado del rechazo fue excomulgado. Sus colegas pensaron que su decisión no era coherente, él les dijo: “Prefiero ser llamado tonto toda mi vida, que convertirme en un malvado pecador ante el Omnipresente, ni siquiera por un instante”. Y aún si hubiera estado dispuesto a cambiar mis decisiones por las de ellos, no lo habría hecho en ese momento, para que no se dijese que, a fin de obtener un alto cargo, renuncié a mi acervo. En su lecho de muerte pidió a su hijo que abandonara las disposiciones y decisiones que él había sostenido sobre esos cuatro puntos de la Ley. Su hijo protestó: "Pero ¿por qué no lo cambiaste tú?" El Sabio moribundo respondió: "Yo aprendí de muchos maestros, y ellos [mis colegas] también tomaron sus opiniones de muchos maestros. Yo me mantuve firme en mis enseñanzas, y ellos hicieron lo mismo. Pero tú, has recibido la opinión de un solo individuo (yo), y las decisiones opuestas ahora le pertenecen a la mayoría. Por lo tanto, es mejor abandonar las palabras de un solo individuo y adherirse a la opinión de la mayoría”.[4]

 

            Akavyá ben Mahalalel expresa que con mirar tres cosas, es suficiente para no caer en manos del pecado. De dónde has venido, ¿Hacia dónde vas? y fíjate ¿frente a Quién rendirás cuentas? Nadie puede “ver” el pasado, tampoco el futuro y mucho menos ante Quien finalmente tendrá que rendir cuentas; estas son situaciones a las que puede uno llegar a través de la “mirada sensorial”, quiere decir, por medio de la reflexión, pues sólo son accesibles a través del conocimiento.[5]

 

            Luego de exhortarnos a “conocer” nuestro origen, nuestro destino final y ante Quien presentaremos los hechos de toda la vida, el Taná continúa preguntando y respondiendo las cuestiones y así interpretan los exegetas el mensaje de Akavyá ben Mahalalel:

 

Cuando el hombre hace conciencia acerca de su origen: de donde viene, el alma del ser humano proviene de la Santidad Divina, es la corona de la Creación, tiene la capacidad de razonar y por ende tiene la facultad de la libre elección. Si uno comprende lo que esto significa, entonces seguramente sabe hacia donde se dirige; sabe que tiene las herramientas y la capacidad para alcanzar elevadas metas, tiene la aptitud de obtener en este mundo la vida eterna. Entonces, será muy cuidadoso en sus actos, pues posee la conciencia que tendrá siempre frente a él al Juez Supremo ante Quien tendrá que rendir cuentas por cada acción. Pero, el ser humano también posee un cuerpo, y pregunta el Sabio: ¿Sabes de dónde has venido? De una gota fétida (se le llama así porque se pudre de inmediato si está fuera del vientre de la mujer).[6] ¿Sabes hacia dónde vas? Todo organismo tiende a dejar de funcionar, y después de esto, su destino es la descomposición. ¿Acaso alguien que realmente entiende esto puede sentirse arrogante?  Ésta es la enseñanza de Akavyá: El engreimiento es el camino más corto para llegar al pecado. Al reflexionar que la mayoría de las creaciones del Todopoderoso tienen alguna utilidad después que mueren: de las flores marchitas se puede extraer perfume, de los árboles caídos se obtiene la leña, de los animales se aprovecha la piel, pero cuando un ser humano fallece, debe ser sepultado lo más pronto posible. La mayoría de los seres, nacen e inmediatamente comienzan sus funciones, en cambio, el hombre es la criatura que más tarda en depender de sus progenitores.

 

Entonces, ¿qué es lo que distingue al ser humano de las demás creaciones? La grandeza del hombre se encuentra en la facultad de trascender, de entender y superarse, de reflexionar sobre su origen y destino y saber que algún día tendrá que rendir cuentas de sus actos, pues a diferencia de los demás seres, él posee el libre albedrío y la conciencia para evaluar y decidir cada uno de sus actos. Esta es la gran responsabilidad que el Creador encomendó al hombre y conlleva un arduo trabajo de toda una vida. El hombre que cumple con su encomienda y muestra que el mundo tiene un propósito y que él es parte esencial del plan Divino, esto lo coloca en el nivel más alto entre todas las creaciones.[7] ©Musarito semanal.  Elias E. Askenazi

 

 

“Dichoso el hombre que siempre teme”.[8]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Ver Rambam y Meiri.

 

[2] Eduyot, 5:6.

 

[3] Tosafot Yom Tob.

 

[4] Eduyot 5,6.

 

[5] Midrash Shmuel.

 

[6] Bartenura.

 

[7] Rab Inving M. Bunim.

 

[8]  Mishlé 28:14.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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