Perek 3, Mishná 10, continuación…

 

 

Él solía decir: aquél que es placentero a sus semejantes, lo es también para el Eterno; y todo aquel que no es placentero a sus semejantes, tampoco es placentero para el Eterno. Rabí Dosá ben Harkinás dice: el dormir de la mañana, el vino a mediodía, la conversación vana con los niños, y la permanencia en reuniones de ignorantes, apartan al hombre del mundo.

 

Rabí Dosá ben Harkinás dijo: el sueño de la mañana… saca al hombre del mundo. Este pasaje nos enseña que una persona no debe dormir hasta tarde en la mañana, porque es el tiempo de levantarse como un león para servir al Creador.[1] Debe recitar el Keriat Shemá en su tiempo y también rezar la Tefilá de Shajrit en el horario reglamentado.[2]

 

Sabemos que Rabí Dosá ben Harkinás vivió hasta una edad muy avanzada,[3] probablemente por lo que dice en el Talmud, de que todo aquel que madruga para llegar a tiempo al Bet Haknéset, se le otorga larga vida.[4] En su tiempo no se había inventado la luz eléctrica, la gente se iba a dormir mucho más temprano que ahora. Por lo tanto, en su época, el dormir hasta tarde en la mañana era menos común, pero esto no nos exime hoy de madrugar para hacer Tefilá.

 

¿Acaso cosas tan triviales como las que menciona la Mishná pueden conducir al hombre a la perdición? El tiempo para realizar las cosas es en la mañana, después de que la persona descansó por la noche. Sin embargo, si lo desperdicia durmiendo, entonces se entorpece y pierde el vigor que debería tener. En vez de obrar y ser productivo, pasa el tiempo en la cama; si continúa por ese camino finalmente perderá toda su vida. El despertarse temprano comienza y depende del momento, horario y manera que uno se va a dormir, ya que quien vive trasnochado, difícilmente madrugará, dijo el rey Shelomó: ¿Hasta cuándo, perezoso, te acostarás? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño?[5] La persona suele preguntar: “Qué diferencia hay si me acuesto a dormir temprano o no? El versículo exhorta al hombre a dormir temprano ya que así podrá levantarse temprano para el Servicio Divino al otro día.[6]

 

Rabbí Itzjak Meir ben Menajem Psiner, estudió en la famosa Yeshibá de Radin durante cinco años, y relata que cuando era parte de un grupo numeroso de jóvenes, se encontraban en el Bet Midrash. “Ya hacia largo rato que había pasado la medianoche, pero nadie pensaba en el reloj, en aquellos años dorados de Yeshibá las horas corrían como el agua entre los dedos, mientras disfrutábamos vivenciando y sintiendo cómo los grandes sabios del Talmud nos hablaban desde las amarillentas hojas de la Guemará. De pronto, las puertas del Bet Midrash se abrieron y de inmediato ingresaron al lugar el Jafetz Jaim junto a su yerno Rabbí Tzvi, en ese momento todos percibieron la energía del Tzadik redoblando el entusiasmo por el estudio, pero el Jafetz Jaim hizo un ademán con su mano y el silencio llenó la sala, con voz suave y paternal nos dijo –“¡jóvenes, ha llegado la hora de ir a dormir!”, más sus palabras hicieron en los muchachos un efecto inverso, y en lugar de retirarse del lugar se aferraron a los libros con más esmero y entusiasmo. El Jafetz Jaim sin decir nada más comenzó a treparse a las bancas cercanas a los faroles y fue apagando uno a uno, hasta dejar el lugar a oscuras, entonces volvió a repetir: “¡jóvenes, llegó la hora de dormir!”.

 

Su hijo, el Admur Rabí Pinjas Menajém, escuchó de un yehudí que vivió en Varsovia en tiempos de la primera guerra mundial, era vecino de Rabbí Abraham Mordejai, y cuenta que tenía una conducta inalterable, todas las noches apagaba las luces a la misma hora y por las mañanas las volvía a encender siempre en el mismo horario, con una puntualidad realmente asombrosa. Cierta vez en la casa del Admur se reunieron varios Rabinos; el vecino esperaba con ansiedad ver que esa noche la luz no se apagaría a la hora indicada, pero para su sorpresa, unos minutos antes de que llegue ese momento, vio como el Admur despedía a los visitantes y en el instante exacto las luces se apagaron una vez más.

 

Continúa la Mishná advirtiendo sobre el vino del mediodía. El vino trae somnolencia, el individuo se puede ofuscar y debilitar cuando lo bebe en el mediodía. Eso conduce al ocio en el momento propio para la actividad. Igual que el caso anterior, malgasta su tiempo y permanece improductivo, la ociosidad es la madre de la corrupción del ser humano. Un ejemplo que ofrece la Torá es sobre Nóaj, al principio lo describe como un hombre justo, íntegro en sus generaciones.[7] Después de bajar del arca, encontró un mundo desolado, ya entonces decidió plantar un viñedo y embriagarse en vez de profundizar en la Torá. El alcohol y el oprobio hicieron que Noaj descendiera de su nivel espiritual y fuera llamado: el hombre de la tierra.[8] El vino, en exceso, simboliza todos los placeres del mundo, arrastra el corazón del hombre, lo incita y lo acompaña hacia todos los demás vicios, como está escrito: deja llevar mi carne por el vino,[9] y lo lleva a la embriaguez. El alcohol es un solvente muy efectivo; puede disolver familias, matrimonios, amistades, empleos, cuentas bancarias, neuronas; pero nunca disolverá los problemas…

 

La conversación de los niños, existe siempre una natural brecha generacional entre los padres y los hijos y entre los abuelos y los nietos. Las nuevas generaciones tienden a ver a las anteriores como arcaicas, y se afanan en que la modernidad es el único estilo de vida tolerable, insisten en que el mundo no puede seguir existiendo con la forma de pensar y de actuar del pasado, esta tendencia se da mayormente en el mundo secular. Sin embargo, en las familias donde se estudia la Torá y se cuidan las Mitzvot, el anciano es reverenciado, el padre de familia es respetado, ellos son escuchados por los jóvenes, pueden conversar acerca de algo siempre actual de la Torá o del Talmud.[10] Nietos y abuelos podrán compartir la Torá y la vida judía: pregunta a tu padre y él te responderá; a tus ancianos y ellos te dirán.[11]

 

Finalmente, la reunión de los ignorantes es cuando se juntan a fumar, pasar el tiempo, etc. Eso no deja nada a la persona, no le da provecho a su vida; su mente se vuelve más perezosa, ya que estas conversaciones, son fútiles y no lo conducirán a nada.

 

En conclusión, el hombre que anhela llevar una vida de Torá y adquirir la vida eterna, conoce lo valioso que es el tiempo y no derrocha durmiendo en demasía, ni tampoco lo desperdicia en la búsqueda del ocio de los placeres, sabe que este no es un comportamiento apropiado para alguien que quiere apegarse a la Torá y a la Presencia Divina, es diligente y busca aprovechar cada instante y cada oportunidad que le ofrece la vida.  ©Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“Enséñanos a contar nuestros días adecuadamente, y alcanzaremos un corazón dotado de sabiduría”.[12]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Oraj Jaim 1:1.

 

[2] Rabí Obadiá de Bartenura.

 

[3] Yebamot 16a.

 

[4] Berajot 5a. Ver Mishná 3:6.

 

[5] Mishlé 6:9.

 

[6] Késef Saruf sobre el versículo mencionado.

 

[7] Bereshit 6:9.

 

[8] Idem 9:20.

 

[9] Kohelet 2:3.

 

[10] Rab Irving M. Bunim.

 

[11] Debarim 32 :7.

 

[12] Tehilim 90:12.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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