Perek 3, Mishná 11, continuación…
Rabí Elazar de Modiín dijo: El que profana las cosas sagradas, desprecia las festividades, avergüenza a su semejante en público, quebranta el pacto de Abraham, nuestro patriarca, o interpreta la Torá contrariando la Halajá (Ley Normativa), no tendrá parte en el Mundo Venidero, aunque domine la Torá y acredite buenas acciones.
Rabí Elazar de Modiín citó cinco graves pecados que, a pesar de que domine la Torá y acredite buenas acciones, provocan que una persona pierda su parte en el Mundo Venidero. Una de las más graves es la de avergonzar a su semejante en público, como dice el versículo: Quien derrama sangre de un hombre, por el hombre su sangre será derramada.[1] En este versículo encuentra Rabí Israel Meir HaCohén, mejor conocido como el Jafetz Jaím, una referencia a las palabras de nuestros Sabios: Todo el que avergüenza a su compañero en público es como si hubiera derramado sangre.[2] La analogía es la siguiente: Quien derrama sangre, (aludiendo al que avergüenza a su compañero); por el hombre, es decir, en público y ante otras personas, su sangre será derramada, su falta es equiparable a aquel que ha asesinado, porque el hombre fue hecho a la imagen del Eterno. Y dentro del asesinato se incluye atormentar al prójimo, hacerle competencia, impedirle ganar su sustento, y causar daños a su cuerpo o a sus bienes. Y por esto dijeron nuestros Sabios: es mejor arrojarse a un horno encendido, y no avergonzar a alguien en público.[3]
Todo esto nos enseña la importancia del hombre creado a la imagen del Eterno, su honor es tan importante como el honor al Cielo.[4] También encontramos el comentario de Rashí sobre Shir Hashirim: Como dos gemelos de una cabra,[5] así son las Tablas de la ley que son exactamente idénticas, cinco mandamientos que dictan sobre las obligaciones hacia el Eterno y cinco mandamientos sobre la otra que dictan las obligaciones de un hombre hacia su prójimo. Las relaciones entre las personas no son una cosa reservada para fanáticos o para gente que quiere ser más estricta en el Servicio Divino, tampoco forma parte del embellecimiento de un precepto, sino que es un precepto que es la base de la Torá y de nuestra vida.
En nuestra sagrada Torá encontramos varias veces la obligación de respetar y honrar debidamente a otras personas, como por ejemplo: honrar a nuestros padres, honrar a las personas que dedican su vida al estudio de la Torá, honrar al Rab de quien aprendemos Torá, etc. Y, desde luego, existe el precepto de honrar y respetar a toda persona, sean estudiosos o no, sean grandes o sean pequeños, o sea, tanto ancianos como niños pequeños…
Hay una regla muy común y generalizada en el mundo que nos rodea: cualquier persona que se distingue o se eleva en determinada rama de la ciencia, deporte o profesión, suele menospreciar a sus colegas que están por debajo de su categoría, es como que ahora estoy libre de rendir honores ya que soy un ente superior. Nuestros Sabios, los grandes Jajamim, por cierto, no se comportaron nunca de esa forma, sino al contrario, cuanto más grandes son en Torá, muestran a todos la necesidad y la obligación de honrar a toda persona, y podemos escribir y escribir sobre ellos, sobre el respeto que guardan hacia todo integrante del pueblo de Israel.
Rab Itzjak Kaána, contó una impresionante historia protagonizada por Reb Tzion Suiv, intendente de una casa de estudio de Torá. Rab Tzión tuvo el mérito de estar en contacto con el Jazon Ish, quien lo bendijo y lo incentivó a ayudar a quienes estudiaban Torá. Uno de los recuerdos más significativos de este Yehudí es su constancia, durante años, de repartir té a los estudiantes de una de las clases de Torá que se realizaban en Or Yehudá.
Rab Tzión pasaba entre los estudiantes, llevando una bandeja grande y sobre ella, decenas de vasos de té, pidiéndoles que tomaran para recobrar fuerzas y poder continuar con el estudio de Torá con plena concentración. El repartidor de té, hizo su trabajo fielmente, todos los días, durante muchos años.
Un gran enigma se escondía detrás de los vasos de té, motivo de no pocos comentarios y especulaciones, pero nadie se atrevía a indagar el por qué. Lo cierto es que los vasos nunca estaban llenos, el líquido humeante solo llegaba hasta la mitad. También quien estuviera muy sediento, debería conformarse con el ´medio vaso´. Algunos opinaban que ´el repartidor de té´ era un avaro y a pesar de estar haciendo un acto de favor al repartirlo, no podía desprenderse de la cualidad de la avaricia, que lo dominaba.
Hace un tiempo, me encontré con el hijo de Reb Tzión, cuenta Rab Kaána, quien me pidió que lo escuchara un momento, porque tenía para contarme una interesante historia en relación con su padre. "Poco antes de fallecer mi papá, ocurrió que un día no llegó a tiempo a la clase, por lo que decidí repartir el té en su lugar. Por supuesto, esta vez llené todos los vasos hasta el borde, los acomodé sobre la bandeja y me dispuse a repartirlos entre los estudiantes.
En ese mismo instante llegó mi papá, se le veía muy agitado. Reb Tzión observó los vasos, y luego a mí con expresión de disgusto. Tomó la bandeja de mis manos, volcó la mitad del contenido de cada vaso en la pileta y se dispuso a repartir el té entre los estudiantes como de costumbre. También a mí me intrigaba desde hacía tiempo su hábito de repartir los vasos de té, completos solo hasta la mitad, pero como el resto, me contuve y no dije nada.
Pero esta vez, al ver que los vasos estaban llenos y él volcó la mitad, comprendí que se trataba claramente de una determinación y decidí preguntarle, de una vez por todas, el motivo de su actitud a pesar de que esta le acarreaba desprecio por parte de los estudiantes"
Su respuesta fue una aleccionadora clase de piedad hacia el semejante. Así me respondió mi padre: "Seguro tú conoces a ´este´ y ´este´, nombrándole a dos miembros de la clase y una vez que el hijo le respondió positivamente, continuó explicándole: he notado que las manos de ambos tiemblan constantemente, yo sabía que si sirvo a todos un vaso lleno, cuando llegara a sus manos ellos se verían en un problema… El té caliente se derramaría provocándoles quemaduras y hasta podría volcarse sobre sus ropas, siendo despreciados por esto. Por otra parte, si le sirviera al resto de los estudiantes un vaso completo y a ellos medio, los avergonzaría frente a todos. Por eso decidí que, en vez de avergonzarlos a ellos, me avergonzaría a mí mismo y repartiría a todos solo medio vaso para librarlos a ellos del desprecio. El Señor hizo conmigo un milagro el día de hoy, al permitirme llegar a tiempo y evitar que sirvieras a todos los estudiantes un vaso completo… © Musarito semanal. by Elias E. Askenazi
“No se destruyó Yerushalaim sino porque se avergonzaban uno al otro”.[6]
[1] Bereshit 9:6.
[2] Babá Metziá 58b.
[3] Berajot 43b.
[4] Ver Vayikrá 24:17.
[5] Shir HaShirim 4:5.
[6] Shabat 119b.
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