Perek 3, Mishná 7, continuación…
Rabbí Elazar, hombre de Bartotá dijo: “Dale de lo que es Suyo, pues tú y lo tuyo son [enteramente] Suyos”. Y asimismo dijo David: “Porque Tuyo es todo y de Tu propia Mano te dimos”.[1] Rabbí [Shimón] Yaacob dijo: “Quien va a estudiando en el camino e interrumpe su estudio y dice: “¡Qué bello es este árbol!” o “¡Qué bello es este campo arado!”, es considerado por la Escritura como si mereciera la muerte.
La segunda declaración en esta Mishná se atribuye a Rabbí Shimón, pero probablemente se trate de un error en la edición impresa de la Mishná. El verdadero autor de la declaración es Rabbí Yaacob ben Korshá, un Tanaita de la cuarta generación; contemporáneo de Rabbán Gambliel II, al que cierta vez protegió y ayudó contra sus colegas adversarios.[2] En Usha, donde Rabbí Yaacob era miembro del Sanhedrín (Gran Tribunal),[3] Rabbí Shimón ben Gamliel lo eligió tutor de su hijo, el futuro Rabbí Yehudá Hanasí. Por parte de su madre, era nieto de Elishá ben Abuyá (Ajer). Cierta vez, observó a un joven quien obedecía las órdenes de su padre, subió a un árbol para buscar pichones; de acuerdo con la Halajá, alejó primero a la madre del ave y tomó los polluelos. Así cumplió con dos Mitzvot, sobre las cuales la Torá promete explícitamente, “larga vida”, respeto a los padres y Shilúaj Hakén.[4] Sin embargo, cuando el joven comenzó a descender de la escalera, cayó y murió, Elishá confundió su entendimiento y terminó en la herejía.
A pesar de lo sucedido con su abuelo, la fe de Rabbí Yaacob permaneció inalterable: “En este mundo, dijo, no hay recompensa que alcance por las buenas acciones; las recompensas que garantiza la Torá, son otorgadas en el Mundo donde todo es bueno y eterno”. Muchas décadas después, un Amorá de Babel comentó: “Si Ajer hubiera interpretado estas promesas como lo hiciera el hijo de su hija, no se habría transformado en un pecador”.[5] En una Mishná posterior Rabbí Yaacob habló acerca de la suprema importancia del Mundo Venidero.[6]
Rabbí Yaacob dijo: si uno está estudiando Torá mientras transita por un camino e interrumpe su concentración, las escrituras consideran este acto como si estuviera exponiendo su vida. ¿Acaso por hacer una pausa para observar la belleza de la naturaleza y alabar al Creador, está comprometiendo su existencia? ¿Por qué? Responde el Maaral de Praga, estudiamos en la Mishná anterior que, una persona que se encuentra estudiando Torá, aunque esté sólo, la Presencia Divina está frente a él, ayudándole a comprender lo que está escrito en ella: Cuando el hombre reza, le habla al Creador, cuando el hombre estudia, el Creador habla con él. Alguien que interrumpe a la mitad de su estudio, es como si estuviera tratando un tema a solas con el Rey, y a la mitad de la conversación, se aparta para hablar con otra persona, o se asoma por la ventana y lo interrumpe para decir: “Su majestad, que hermoso campo tiene usted”. ¿Cómo lo tomaría el Rey? ¿Cómo una alabanza, o como una insolencia?
Sin duda, debemos alabar al Todopoderoso en todo momento, lo que no se debe, es pausar el estudio, pues mientras estudia se encuentra enlazado con la palabra del Todopoderoso: Porque el Eterno otorga la sabiduría. De Su boca viene el conocimiento y la comprensión profunda.[7] Y por este motivo es tan grave distraer el estudio. Claro que la persona tiene que hacer pausas para atender sus necesidades, pero que no interrumpa a la mitad de un capítulo, tema o del horario que haya establecido.
Rashí ofrece otra interpretación: cuando la Mishná dice que quien se distrae de su estudio es considerado por la Escritura como si mereciera la muerte, no está hablando de un castigo, sino de una consecuencia de su abandono. En la antigüedad, todos los caminos eran peligrosos, se podían encontrar asaltantes, fieras salvajes y otros riesgos. Todo viaje, aun en nuestros tiempos, requiere de protección, y ninguna defensa es tan efectiva como la protección Divina, y esta se obtiene al estudiar Torá. Mientras se encuentra enlazado con el Todopoderoso por medio del estudio, es como si estuviera dentro de una cúpula que lo protege de todo peligro,[8] pero en el momento en que interrumpe su estudio por razones triviales, se desprotege sin remedio; por eso sentencia la Mishná: es considerado “como” si mereciera la muerte, quiere decir, él mismo se está metiendo en el riesgo; sin la protección adecuada quedará expuesto a los peligros del camino.
El Talmud relata que el rey David le pidió al Todopoderoso que le diera a conocer la fecha exacta en la que abandonaría este mundo. El Creador rechazó su petición, explicándole que nadie puede conocer la fecha exacta de su fallecimiento. Después que se percató que su petición no sería cumplida, pidió que por lo menos le fuera comunicado el día de la semana en el que moriría. Esta petición fue aceptada y le dijo que su muerte sucedería en Shabat. La idea de morir en este día sagrado no fue del agrado del rey David, debido a que su cuerpo no podría ser enterrado de inmediato y permanecería sin sepultura durante algún tiempo, así que pidió que su muerte se pospusiera hasta el domingo, a lo que el Eterno respondió: “El domingo habrá llegado el tiempo para que reine tu hijo Shelomó, y ningún reinado puede interferir con el otro, ni siquiera por el grosor de un cabello”. David siguió insistiendo: “Estoy dispuesto a ceder un día de mi vida y del reinado con tal de morir el viernes”. El Eterno le respondió: “Es más valioso para Mí un día de tu vida en el que te dedicas a estudiar Torá, que mil sacrificios que acercará tu hijo Shelomó sobre el altar del Templo Sagrado diariamente, por lo que no puedo conceder tu pedido. David dedujo que si estudiaba sin parar Torá desde que comenzaba Shabat, el ángel de la muerte no podría ejercer su poder sobre él, y así procedió. Cuando llegó la hora, David estaba inmerso en la Torá, oyó un extraño ruido en los árboles de su jardín. Por curiosidad fue a ver qué ocurría, el ángel de la muerte quitó un escalón donde él pisaría, al perder el equilibrio dejó de pensar en Torá, quedó expuesto y se tornó vulnerable, y así logró el ángel llevar su alma al Creador.[9]
La enseñanza que nos deja Rabbí Yaacob es: Dale de lo que es Suyo, pues tú y lo tuyo son Suyos: tus palabras, tus pensamientos, todo es de Él. Probablemente la instrucción que plasmó en la Mishná estuvo basada en la experiencia de su abuelo materno, Elishá. Él se encontraba “andando por el camino”, estudiando Torá, interrumpió su estudio para mirar como el joven trepaba al árbol, abandonó la protección que lo cobijaba, se metió en un riesgo de muerte, las dudas comenzaron a envenenar su razón, y terminó abandonando la Torá y al Eterno.[10] ©Musarito semanal. by Elias E. Askenazi
“Aférrate a la instrucción. No la dejes ir. Guárdala, porque es tu vida”.[11]
[1] Dibré Hayamim 29:14.
[2] Horaiot 13b.
[3] Horayot 13b.
[4] Debarim 5:16 y 22:7.
[5] Kidushín 39b.
[6] Ver Mishná 4:21-22.
[7] Mishlé 2:6.
[8] Torá Temimá, Shir Hashirim 8:10.
[9] Shabbat 30a-b.
[10] Jaguigá 15a-b.
[11] Mishlé 4:13.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.