Perek 4, Mishná 14

 

 

Rabí Nehoray dice: Exíliate a un lugar de Torá, y no creas que ella irá tras de ti, o que tus compañeros de estudio la harán perdurar en ti; y no confíes mucho en tu raciocinio.

 

Rabí Nehoray fue un Taná de Éretz Israel. El Talmud interpreta que el apelativo de su nombre proviene de una palabra aramea que significa: “Aquel que ilumina”. Esto alude al hecho de que llenó de luz los ojos de su generación, misma que servía para contrarrestar la oscuridad que los romanos reflejaban con su propia cultura.[1]

 

Algunos dicen que no existió ninguna persona llamada Nehoray, sino que se trataba de un seudónimo. ¿Cuál era entonces su verdadero nombre? Hay tres opiniones: unos dicen que se trataba de Rabí Meir. Otros sostienen que era Rabí Nejemiá, un alumno de Rabí Akibá. Los demás dicen que se trata de Rabí Elazar Ben Araj, uno de los alumnos más destacados de Rabán Yojanán Ben Zakai.[2] Shemuel cita en el Talmud que existió también un Amorá denominado Rabí Nehoray.[3]

 

El protagonista de la Mishná interpretó que el versículo que dicta: Porque ha despreciado la palabra del Señor,[4] hace referencia a cualquiera a quien le sea posible dedicarse al estudio de la Torá, y en lugar de hacerlo, se involucra en actividades ociosas,[5] éste hombre estará incluido en la categoría mencionada,[6] debido a que su dejadez demuestra una falta de respeto por la Torá.

 

Otra cita donde encontramos a Rabí Nehoray como protagonista, es donde analiza si un solo testigo es admisible para testificar que vio la luna nueva. Una Baraitá relata que cierta ocasión Rabí Nehoray acompañó a un hombre en Shabat a testificar en Usha sobre la contemplación de la luna nueva, al parecer, el Sabio ofreció su testimonio solo. Es sabido que se necesitan dos testigos, y en el caso de Rabí Nehoray había otro testigo con él. Y el hecho de que no haya sido mencionado se debe al honor del Sabio, para no indicar que el otro era su igual. Rab Ashi debatió diciendo: En el incidente, ya había otro testigo esperando en Usha y Rabí Nehoray fue a reunirse con él.

 

Los Sabios del Talmud preguntan: Si es así, ¿Cuál es el propósito de relatar este incidente? La Guemará responde: Para que no digas que en caso de incertidumbre no se profana el Shabat, es decir, tal vez el testigo en Usha no estaría presente ese día, lo que significaría que Rabí Nehoray profanó el Shabat sin ningún motivo. Por lo tanto, la Baraitá nos enseña que, por el importante propósito de la Luna Nueva, ya que todas las festividades y el manejo del calendario dependen de este testimonio, y por tanto, el Shabat puede ser profanado incluso en un caso dudoso.[7]

 

En otro sitio en el Talmud, Rabí Nehoray relató lo que sucederá en la era pre mesiánica: Los jóvenes avergonzarán a los viejos y los viejos se levantarán ante los jóvenes; una hija se levantará contra su madre, para insultarla y avergonzarla, y lo mismo una nuera contra su suegra. El rostro de la generación será como el rostro de un perro [es decir, no tendrán vergüenza], y el hijo no se avergonzará delante de su padre.[8]

 

Otra enseñanza muy conocida de Rabí Nehoray dice: Dejo de lado todos los oficios del mundo y le enseño a mi hijo sólo Torá. También cita que al cumplir Mitzvot, la persona participa de su recompensa en este mundo y la recompensa principal le queda en el Mundo Venidero, y no se puede comparar a ninguna otra ocupación, cuya recompensa sólo se encuentra en este mundo. Además, si una persona enferma, o envejece, o sufre, y no puede dedicarse a su oficio, he aquí, muere de hambre. Pero con respecto a la Torá no es así, ya que se puede estudiarla en todas las circunstancias. Más bien, lo preserva de todo mal y pecado en su juventud, y le proporciona un futuro y esperanza en su vejez.[9]

 

Para aquellos que dicen que Rabí Nehoray era Rabí Elazar Ben Araj, relatan una lección de vida que dejó una profunda huella y que fue la que lo orilló a que tuviera siempre presente la máxima que nos legó en esta Mishná: Exíliate a un lugar de Torá, y no creas que ella irá tras de ti, o que tus compañeros de estudio la harán perdurar en ti; y no confíes mucho en tu raciocinio.

 

Rabí Elazar vivía en la ciudad de grandes educadores. Cierto día, su esposa lo convenció que se mudaran a Diomeset, un lugar con verdes prados, donde corría un bello balneario termal a donde muchos acudían a relajarse y curar en salud. El único inconveniente era que allí no residía ninguno de sus compañeros con los que él estudiaba y por eso se negaba a ir. En primera instancia él no aceptó la propuesta de su mujer, más el diario asedio lo convenció y se mudaron allí, pensando que sus alumnos lo seguirían a ese lugar. Más con el tiempo y viendo que no tenía con quien estudiar Torá; propone a su esposa a regresar junto a sus maestros y alumnos.  Su mujer le responde: “¿Quién necesita más al otro, ellos o tu?”. “Ellos me necesitan”, le respondió: “Entonces, qué vengan ellos hacia ti y aprovechen tus conocimientos, es como el ratón y su queso, ¿quién va en busca del otro?”. Rabí Yojanán Ben Zakai había implantado en sus alumnos las raíces de su gran academia en Yavne, y los discípulos resolvieron permanecer en la academia, aun a pesar de no contar con su mentor. Él extrañaba los continuos debates y argumentos que mantenían su mente lúcida, más la mujer volvió a persuadirlo y permanecieron casi solos. La encantadora ciudad bendecida con riquezas naturales, aguas curativas y fragante vino, paralizó el intelecto y lo adormeció, hasta que sus conocimientos fueron borrados por completo de su mente.[10]

 

El Talmud continúa relatando que en cierta ocasión, Rabí Elazar tuvo que regresar a Yavne a resolver cierto asunto, por la mañana, los asistentes se percatan de su presencia y lo homenajean convocándolo a leer una parte del Séfer Torá en voz alta, como se habitúa en las oraciones matutinas de lunes y jueves. Sus colegas y alumnos se levantaron de sus asientos para mostrar respeto hacia su erudición, y grande fue su sorpresa cuando en lugar de leer: “Hajodesh Hazé Lajém” (será este mes para ustedes),[11] había olvidado tantas cosas que apenas podía recordar cómo se leían las letras hebreas, y pronunció con perplejidad, palabras que en ese momento ya eran extrañas para él: “Hajresh Hayá Libám” (ensordecido estaba su corazón). Los sabios que se encontraban reunidos en el recinto, aquellos que en su momento se habían deleitado de la sapiencia del gran Sabio, quedaron horrorizados ante lo que estaban presenciando. Al ver el mal momento que estaba pasando aquel que habían venerado desde hace tantos años atrás, por su gran labor educativa, oraron al Creador para que tuviera misericordia por él y su brillante nivel de aprendizaje y estudio le fuera restituido. Después de esto y secundado por la influencia de sus anteriores méritos, según algunos comentarios Rabínicos, fue asistido por Eliahu Anabí, estudió de nuevo con él hasta que logró restaurar el aprendizaje que había olvidado.[12] © Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“La tendencia natural del hombre es dejarse influenciar por las ideas y actos de su prójimo y amistades, y actuar de acuerdo con el comportamiento del lugar. Por tanto, el hombre debe unirse a los justos y sentarse junto a los sabios, a fin de aprender de sus buenas acciones”.[13]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Erubín 13b

 

[2] Shabat 147b.

 

[3] Julín 55b.

 

[4] Bemidbar 15:31.

 

[5] Maharshá.

 

[6] Sanhedrín 99a.

 

[7] Rosh Hashaná 22b.

 

[8] Sanedrín 97a.

 

[9] Kidushín 82a.

 

[10] Kohelet Rabá 7,7.

 

[11] Shemot 12:2.

 

[12] Shabat 147b.

 

[13] Ramba”m; Hiljot Deot, Cap. 6:1.

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