Perek 4, Mishná 17, continuación…
El solía decir: Es mejor una hora de arrepentimiento y buenas acciones en este mundo que toda una vida en el Mundo Venidero; y es mejor una hora de paz de espíritu en el Mundo Venidero que toda una vida en este mundo.
Después del análisis que hicimos en los comentarios anteriores, llegamos a la conclusión de que la vida en este mundo tiene un valor incalculable, ya que solamente utilizando nuestra vida de la forma debida, lograremos preparar todo lo necesario para la vida eterna, y la “moneda” con la que se puede adquirir el Mundo Venidero, son la Torá y las Mitzvot que uno realice: Observarás el mandamiento y los decretos y las leyes que Yo te ordeno hoy, para que las realices.[1] Los Sabios del Talmud explican que el hoy que menciona la Mishná, se refiere a esta vida, es el momento de realizar los Mandamientos, pero la plenitud y la recompensa sólo puede recibirse en el Mundo Venidero.[2]
Dijo Rabenu Bejaye:[3] “Cuando el hombre se dispone a partir en un largo viaje, de antemano prepara todo lo que necesitará durante el mismo; investiga todo lo relacionado sobre el sito de su destino, cómo es la gente, cuál será su medio de transporte, que suministros requerirá, con quien más viajará, en que lugares se detendrá para abastecer las provisiones; aunque de antemano no conoce a ciencia cierta lo que le deparará en el camino. Del mismo modo, hermano mío, debemos estar preparados para la hora señalada por el Creador, debemos estar listos para el largo viaje hacia el Otro Mundo, del que nadie puede escapar ni evitar. Debemos pensar en las “provisiones” que necesitaremos y en como habremos de presentarnos ante nuestro Creador en el Gran Día del juicio, sobre el cual está escrito: Pues, he aquí, el día está llegando, ardiendo como un horno.[4] ¿Cómo podemos desatender esto? Constantemente estamos viajando y desplazándonos hacía allá. El camino es largo, y el lugar de descanso distante. ¿Por qué no consideramos seriamente nuestra posteridad? La respuesta es, porque pensamos que viviremos por siempre en este mundo, pero David Hamélej descubre nuestro engaño y lo escribió en los Salmos: Peregrino soy en esta tierra. Ciudadano seré cuando estaré con mis antepasados".[5]
Podemos entenderlo mejor mediante una parábola: Un comerciante salió de viaje a un país lejano para conseguir productos que no había en su tierra. Llegó uno de los habitantes de ese país y le ofreció salir a distraerse y divertirse, aprovechando su estadía allí. El comerciante le respondió muy firmemente: "¡De ninguna manera! no he venido hasta aquí para pasar el rato ni para recrearme, sino para trabajar. Dejé muy lejos mi familia y mi lugar de residencia. Si me encuentro aquí es sólo para poder llegar a mi verdadero hogar y tener con qué subsistir. Por favor no me insistas, pues cada pérdida de tiempo es para mí muy valiosa. ¡Quisiera que en todo momento que yo permanezca en este país extraño, me permitan dedicarme únicamente al objetivo de mi viaje!".
La moraleja es clara: el alma de la persona proviene de la Fuente de la Vida Eterna. En este mundo, mediante el cuerpo físico, se dedica a acumular méritos para acceder a una parte en el Olam Habá. Las tentaciones y las actividades mundanas pueden provocar que la persona se olvide del motivo por el cual se encuentra en este mundo y muchas Mizvot y buenas acciones quedan en el camino. Por lo tanto, es necesario recordar siempre que el ser humano es sólo "un extranjero en tierra extraña". Debemos tener en cuenta que esta vida es pasajera, y si bien trabajamos, nos alimentamos y nos divertimos, lo hacemos para que nuestra "tarea" resulte placentera, y no para que consideremos a todas esas actividades como primordiales. Todo aquel que así piense llegará, después de ciento veinte años, a su verdadero hogar en paz y tranquilidad.[6]
En una ocasión, el Jidushé Ha-Rim viajó con un hombre en su carruaje tirado por dos caballos. Después de unos pocos kilómetros, uno de los caballos murió, causándole gran angustia a su dueño. Unos pocos kilómetros más adelante, el otro caballo también murió. El dueño estaba tan angustiado por la pérdida de sus caballos, los cuales eran sumamente importantes para él, que se quedó sentado llorando durante mucho tiempo hasta que falleció. Esa noche, el Jidushé Ha-Rim vio al hombre que había muerto es su sueño, y este le relató que había conseguido entrar al Olam Habá (Mundo Venidero). ¿Cómo era su Olam Habá? Un hermoso carruaje con dos hermosos caballos…
Esta historia nos enseña que el Olam Habá, es producto de lo que cada persona valora y trabaja en el Olam Hazé (este mundo). Para este hombre, lo más importante en su vida eran sus caballos y el carruaje, por ende, eso fue lo que obtuvo para toda la eternidad….
Ahora bien, uno podría preguntar que la idea no es tan descabellada, recibir lo que uno desea en este mundo es lo que recibirá en el Olam Habá, ¿qué tiene de malo? él se esforzó para ello. Rav Frand responde a esta pregunta diciendo que cuando era niño, él siempre quiso tener una honda para jugar, pero que sus padres siempre se la negaron. Querido lector, imagina lo que hubiera pasado si al momento de su boda sus padres hubieran llegado y le hubieran dicho: "¡Aquí tienes la honda que siempre deseaste!". ¿Sería algo completamente ridículo, verdad? De niño la honda parecía el articulo más valioso, pero cuando el hombre crece y madura se da cuenta que es algo que carece de valor delante de todo lo que puede ofrecer el mundo. De la misma forma, muchos de los que llegan al Mundo de la Verdad, descubren con decepción que todo lo que se esforzaron para alcanzar muchos de los “placeres” en este mundo, como la riqueza, el honor, pensando que les brindarán satisfacción eterna. Pero cuando llegan al Olam Habá, se dan cuenta de la verdad de las palabras de Rab Moshé Jaim Luzatto en La senda de los rectos: “Todo lo demás [más allá de la cercanía al Eterno] que la gente cree que es bueno, es sólo vacío".[7] En el Mundo Venidero se descubre con absoluta claridad lo insignificantes que son las cosas en las que invertimos tanta energía en este mundo. La cita de Rabí Yaacob debe sonar fuertemente en nuestros oídos, para recordar siempre que la Torá y las Mitzvot deben ser la única fuerza motivadora para impulsar todos los actos de nuestra vida. El honor, el poder, el dinero, los alimentos y todos los demás placeres son sólo fuentes imaginarias de significado para nuestras vidas, son herramientas útiles para poder llegar a nuestro objetivo en la vida que el coronar al Señor, y entender que este mundo es la mejor oportunidad para preparar las viandas para el disfrute, el placer y beber de la fuente de la única y verdadera felicidad. Que todos podamos tener el mérito de alcanzarlo. © Musarito semanal. by Elias E. Askenazi
“La satisfacción no es estar en la cima de la montaña; lo que da satisfacción real, son todos los sacrificios que se hicieron para llegar allá”.[8]
[1] Debarim 7:11.
[2] Ver Rashí en Abodá Zará4b.
[3] Jobot Halebabot; Shaar Jeshbón Hanefesh, 15.
[4] Malají 3:19.
[5] Tehilim 39:13.
[6] Extraído del Jafetz Jaim Al Hatorá.
[7] La senda de los rectos, cap. 1.
[8] Rab David Zaed.
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