Perek 4, Mishná 19, continuación…

 

 

Shemuel Hakatán dice: De la caída de tu enemigo no te regocijes, y cuando tropiece no se alegre tu corazón, no sea que el Eterno vea y sea malo a Sus ojos y haga volver hacia ti Su ira.

 

¿A qué tipo de enemigo se refirió Shemuel Hakatán en la Mishná? ¿A aquella persona que tiene mala voluntad y lo persigue para hacerle algún mal? o podríamos decir que se trata simplemente de un adversario o rival.

 

Es muy natural del ser humano que sienta cierto alivio cuando sabe que su perseguidor se resbala, cae y se lastima, pues sabe que por lo menos un tiempo dejará de acosarlo, pero la Mishná va un poco más allá. Todos los que vivimos en sociedad tenemos la tendencia a luchar para buscar una posición elevada en cualquier entorno: evaluamos, medimos, trabajamos y tratamos de destacar en lo que hacemos; a nuestros costados tenemos a otras personas que buscan lo mismo que nosotros, y allí se genera un tipo de competencia, ésta es la lucha diaria de la mayoría de las personas. ¿Qué sucede cuando uno de esos competidores tropieza? La reacción habitual es alegrase y regocijarse. Incluso desde que uno es niño y juega recreativamente, se le enseña a defender su posición y ganar, ganar y siempre ganar.

 

Shemuel Hakatán nos viene a advertir. Esta actitud no es digna de un hombre que se considera temeroso del Cielo. Pues este espíritu de rivalidad no cabe en un ambiente donde todos tenemos en común que somos hijos de un mismo Padre. Está escrito: No aborrecerás a tu hermano en tu corazón.[1] Lo único que merece nuestro odio es el pecado y la perversión, y no quien lo practica. Y aunque en algún momento pudieran caer, no deberíamos alegrarnos por ello, pues tal vez es culpa nuestra que él se encuentre en tal situación, pues no fuimos buen ejemplo ni tampoco le hicimos ver su error.[2] Así que no podemos celebrarlo, pues el Todopoderoso puede percibirlo y trasladar Su furia de aquel hacia nosotros mismos.

 

Uno de los detonadores que provoca que la persona se regocije con la caída de su rival es por celos, es un mal del cual casi nadie en el mundo se salva. Incluso un hombre acaudalado puede experimentar, por carecer de algo que desea, un pesar casi tan grande como el que padece un menesteroso a quien le falta un bien indispensable.[3] Los sentimientos de envidia, generalmente están basados en ilusiones, provienen del intento de compararse con otras personas a las cuales miran por sobre el hombro para ver qué es lo que tienen. La envidia es una declaración de inferioridad. La envidia puede conducir al hombre a cometer actos infames, esto fue ejemplificado con una parábola: Un hombre ambicioso y otro envidioso iban juntos por el camino, cuando llegaron a una bifurcación se los encontró un rey y les propuso lo siguiente: “Uno de ustedes pida algo y le será concedido, pero a su compañero le será entregado el doble”. El envidioso no quiso ser el primero en hacer la petición, pues sabía que envidiaría la porción que recibiría su acompañante. El ambicioso no quería tampoco pedir al principio, pues sabía que ansiaría recibir más que el otro. Al final, el envidioso pidió que le arrancaran a él un ojo, con tal de que al otro le sacaran los dos….[4]

 

La misión del hombre es alcanzar sus logros valiéndose de los talentos y valores singulares que le son propios. El error más grande que puede cometer aquel que ha sido atacado por los celos, es alegrarse con el infortunio de su adversario, pues al hacerlo, se meterá más en sí mismo; lo que no sucede cuando uno es consciente de que lo que el otro tiene, no le corresponde a él y por más que haga no lo va a obtener, entonces podrá ayudarlo y así sanar su mente. La Torá prohíbe tener enemigos personales, quiere decir, aquel que guarda algún resentimiento porque esa persona no le hizo algún bien cuando más le urgía. De todo este tipo de sentimientos se debe alejar, asumiendo con amor todo aquello que le destine el Todopoderoso, sin necesidad de depositar su confianza en los hombres. Envidiar es medirse de acuerdo a los parámetros de los demás, y con este acto anula completamente su propia personalidad. Nadie necesita en realidad la aprobación de otros para ser una persona ponderable.[5] Dijo el Saba Mislabodka: Tal vez puedas adornarte con las plumas de otro, pero nunca podrás volar con ellas….

 

Cuando un hombre envidia la posesión física o intelectual de otro, y más aún, cuando se alegra y celebra su caída, manifiesta su rebeldía y su queja ante el Todopoderoso, pues piensa que lo que poseen otros, debía haberle llegado a él. Todo aquel que reconozca que el Todopoderoso es justo e imparcial, nunca sentirá envidia de ninguna otra persona y vivirá feliz para siempre, independiente de lo que él tenga o de lo que posean los demás.[6]

 

En un edificio de departamentos, uno de los propietarios decidió remodelar su unidad. Aun a pesar de las molestias de toda obra, los habitantes de esa casa, estaban felices pensando en lo bonito que quedaría su nuevo hogar. Tanto, que parecía que hasta se habían olvidado qué tenían vecinos. Un día, un par de ellos, se quejó airadamente por esto, reclamando por el ruido de los trabajadores que iban y venían, y no paraban con los golpes, y ni hablemos del polvo y la mugre que inundó todo el edificio… La dueña de casa, que era una mujer noble y gentil, se sentía muy angustiada por esto.

 

Un día, la Rabanit Menujá Palei (esposa del Mashguíaj de Jebrón) sube a su departamento y golpea a su puerta. Al ver por la mirilla quien estaba esperando ser atendida, la mujer se estremeció. Ella sospechó que, si la Rabanit también venía a quejarse por los ruidos y el molesto polvo, especialmente tratándose de una pareja de avanzada edad, sin lugar a duda, no tendría otra alternativa que suspender la remodelación, y dejar todo a la mitad. Pero lejos de esto, cuenta su hijo, la Rabanit Palei era una vecina de otra clase…

 

Entró a la casa con una amplia sonrisa, y le dijo a la mujer: ‘Mira, querida vecina, seguramente, en este momento en que están remodelando tu casa, está lleno de polvo en todas las habitaciones, y tú tienes una familia numerosa, con muchos niños. Si quieres descansar un poco, o incluso comer tranquila, no tienes que hacerlo aquí. Vine a avisarte que nuestro departamento está vacío, y estás invitada a entrar para descansar y para usarlo en lo que sea necesario. Nosotros te destinaremos una habitación especial, para que puedas estar cómoda y hacer lo que desees.’ Estos eran los pensamientos que la Rabanit Palei tenía en su cabeza, los que la guiaban en todas sus acciones y sus conductas en este mundo: su preocupación, más allá de su propia persona, era pensar en el bienestar del otro. Preguntémonos: “¿Qué era lo que tanto molestaba a aquellos vecinos? ¿Acaso era tanto el polvo que no les permitía respirar? ¿O el ruido que no los dejaba descansar? ¿O acaso era el ahogo y la turbación que emanaba de los celos que sentían por lo que estaban haciendo sus vecinos…? © Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“Cuando se te despierte el odio hacia otro por su defecto, mírate al espejo y verás que tú tampoco eres perfecto”.

 

 

 

 

 

[1] Vayikrá 19:17.

 

[2] Rúaj Jaim.

 

[3] Jayé 'Olam; Vol. 1, pág. 1,3.

 

[4] Midrash Shemuel.

 

[5] 'Alé Shur, pág 37.

 

[6] Reshit Jojmá; Shá'ar Ha'anavá, Cap. 7.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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