Perek 4, Mishná 20, continuación…
Elishá Ben Abuyá dice: ¿A qué se asemeja quien aprende de joven? A tinta escrita en pergamino nuevo. ¿A qué se asemeja quien aprende de viejo? A tinta escrita en pergamino gastado. Rabí Yosí Bar Yehudá, hombre de Kefar HaBablí, dice: ¿A qué se asemeja quien aprende de los jóvenes? A quien come uvas agraces y bebe vino del lagar. ¿A qué se asemeja quien aprende de los ancianos? A quien come uvas maduras y bebe vino añejo. Rabi dice: no te fijes en la vasija sino en su contenido; hay vasijas nuevas llenas de añejo, y viejas que ni siquiera nuevo hay en ellas.
La primera máxima, enunciada por Elishá Ben Abuyá, refleja su experiencia personal; de todos los Sabios citados por el Talmud, fue el único que, por haber renegado de sus raíces, terminó señalado como un hereje. Al parecer, una de las causas de su abandono fue el ambiente que se respiraba en la casa de su padre: Aquel que se acerca al estudio de la Torá teniendo errores desde el principio no será influenciado apropiadamente por ello. La ambigüedad de doctrinas a las que fue sometido Elishá, sembraron en su ser una mezcla extraña de cultura extranjera y de tradición judía al mismo tiempo, semejante dualidad de ideas, terminaron arrastrándolo hacia la deserción, a pesar de que logró adquirir un vasto conocimiento de Torá.[1] Así lo relata él mismo en el Talmud:
Abuyá, mi padre, era uno de los hombres ricos y prominentes de Yerushalaim. El día de mi fiesta de la circuncisión, invitó a todos los hombres prominentes y los sentó en una habitación, y a los grandes Tannaim Rabí Eliezer y Rabí Yehoshúa los sentó en una habitación diferente. Después de comer y beber, la gente que celebraba en el primer salón comenzó a cantar, aplaudir y bailar. Rabí Eliezer le dijo a Rabí Yehoshúa: "Mientras ellos están ocupados en su actividad, nosotros hagamos lo nuestro". Se sentaron y comenzaron a leer las palabras de la Torá, desde la Torá hasta los Profetas y desde los Profetas hasta las Escrituras, y un fuego descendió del Cielo y los rodeó. Abuyá se asustó y les dijo: "¡Mis maestros!, ¿Han venido a quemar mi casa?" Le dijeron: "¡el Señor no lo quiera! Estábamos sentados y repasando las palabras de la Torá, desde la Torá hasta los Profetas y desde los Profetas hasta los Escritos, y las palabras eran tan alegres como cuando fueron pronunciadas en el Sinaí, y fue entonces que se encendió el fuego. La transmisión principal de las palabras de la Torá fue sólo a través del fuego, como dice: “Y la montaña ardía con fuego hasta el corazón del Cielo.”[2] Mi padre les respondió sorprendido: "¡Maestros míos! Si ese es el poder de la Torá, entonces, si este niño vive, lo dedicaré a una vida de estudio de la Torá". Sin embargo, como la intención de mi padre no era por el bien del Cielo, (su sueño) no se cumplió en mí.[3]
La enseñanza de la Mishná puede haber sido proféticamente autobiográfica. En sus últimos años Elishá Ben Abuyá parecía recordar exactamente los estudios de su juventud; pero cuando intentaba escribir una página de arrepentimiento en el libro corrupto de sus últimos días, se daba cuenta de que no podía. Demasiada apostasía había escrita en él; sería imposible tachar o borrar lo que ya se había grabado en su memoria y escribir legiblemente un camino de retorno. Es interesante, también, notar que, en sus últimos años, cuando llevaba el inhumano apodo de Ajer, contradijo lo que había estudiado, cuando llegaba a la academia de Torá, traía consigo libros de herejía y los cubría en su regazo para esconderlos de la vista de los estudiantes que estaban en aquel recinto. Pero un día, cuando se levantó de su lugar, los libros heréticos cayeron de su regazo frente a la vista de los Sabios.[4] Cuando veía a los jóvenes discípulos con sus libros abiertos se preguntaba: “¿Qué están haciendo todos ellos aquí sentados? La vocación de uno de ellos puede resultar en un buen constructor; otro, un carpintero; la de aquél, un pintor, y la de éste, un sastre”.
Él se refería a que el momento adecuado para que una persona estudie, es durante sus años tempranos, cuando la mente está fresca, despierta y maleable. La conciencia del joven no está llena de las preocupaciones de los adultos, y por tanto, su memoria es aguda y vívida. Durante esos años su mente retendrá sus estudios como un papel nuevo, limpio; la tinta no se correrá y la escritura permanecerá precisa, clara y duradera. A una persona entrada en años le es difícil concentrarse. Ciertamente, carecerá, además, de la velocidad, la energía, el entusiasmo y la sed de conocimiento del joven. Demasiados asuntos irrelevantes que él ya ha absorbido, interferirán en su capacidad de retención. Inevitablemente, habrá conceptos erróneos de los que deberá desprenderse. Enseñarle Torá en esa etapa de la vida, será como escribir sobre un papel usado, del que fue borrada la escritura anterior. El papel estará cubierto, ahora, de pelusa y manchado, y la tinta se correrá. Y aunque uno intente escribir sobre un papel usado, las impresiones y huellas de la vieja escritura, todavía serán distinguibles y tenderán a confundir y a opacar a las palabras recientemente escritas.
Una forma evidente de demostrar esta teoría, es cuando la senilidad se instala en las personas de edad avanzada; los acontecimientos recientes son fácilmente olvidados, en tanto que las experiencias de la juventud son recordadas con claridad. Sin embargo, esto no significa que si uno no estudió en su juventud, no tendrá oportunidad de adquirir el conocimiento a una edad avanzada, sí, le será más difícil lograrlo, pero empleando una concentración extra y perseverancia, podrá conseguirlo. Si quieres aprender bien, aprende como lo hace un niño. No importa la edad que puedas tener, se siempre espontáneo, concentra tu atención y muestra una actitud proactiva para aprender y crecer.
Sin embargo, la Mishná exhorta a todos aquellos padres que piensan que la educación judía de sus hijos puede esperar, y no ven la necesidad de un comienzo temprano, piensan que siempre habrá tiempo para comenzar a familiarizar a su hijo con su invaluable herencia judía, y no se dan cuenta que cada día que pasa, la limpia pizarra de la mente de sus pequeños se va marcando y manchando cada vez más con todas aquellas enseñanzas del mundo secular. Con un bolígrafo en mano es posible escribir ideas sublimes o lo contrario. La tinta sólo es un medio para escribir, producir marcas en un papel con el objeto de comunicar ideas y pensamientos. La Torá se puede convertir en algo propio. Si absorbes la iluminada guía de la Torá cuando eres todavía joven y despierto, escribirás con ella una mejor biografía a lo largo de tu vida. En realidad, nuestra Torá es tan amplia y compleja, tan llena de sabiduría y pensamientos profundos, que para entenderla y guardar adecuadamente sus hermosos tesoros, se debe emplear el intelecto cuando está en su mejor y más perspicaz estado.[5] © Musarito semanal. by Elias E. Askenazi
“Cada día de nuestras vidas hacemos depósitos en los bancos de memoria de nuestros hijos”.
[1] Jidushé Hagadot, Jaguigá 15b.
[2] Debarim 4:11
[3] Yerushalmi Jaguigá 2:1.
[4] Ver Rashí en Jaguigá 15b.
[5] Exraído de Ética del Sinai, tomo II pag. 427; Rab Irving M. Bunim.
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