Perek 4, Mishná 22, continuación...
Él solía decir: Los que nacieron han de morir y los que han muerto han de resucitar; y los que están vivos han de ser juzgados. Para que sepan, den a conocer y sean conscientes de que Él es el Eterno, Él es el Hacedor, Él es el Creador, Él es el que discierne, Él es el Juez, Él es el testigo, Él es el litigante y es Él, quien convocará en el futuro al juicio. Bendito sea Aquel ante Quien no existe ni iniquidad, ni olvido, ni favoritismo, ni soborno; pues todo a Él le pertenece. Sepan que todo está según Su cálculo. Y no dejes que tu impulso te asegure que la tumba es un lugar de refugio para ti; pues contra tu voluntad fuiste formado, [contra tu voluntad naciste], contra tu voluntad estás vivo, contra tu voluntad morirás y contra tu voluntad en el tiempo venidero serás juzgado, y rendirás cuentas frente al Rey de reyes, el Soberano de todos los emperadores, el Santo Bendito es.
Esta Mishná evoca al mismo tiempo, el pasado que precedió a nuestra llegada al mundo, y el porvenir más lejano, el que nos espera más allá de nuestra breve vida terrenal. El hombre debe tener consciencia plena de que no solamente el mundo tiene un Hacedor, sino que tiene un Juez, quien eternamente está al corriente de todo acto, todo pensamiento. Todo será convocado ante Su tribunal, incluso los actos que están totalmente ocultos, tanto si fueron buenos o lo contrario.
Un hombre de negocios viajaba de New York hacia Brooklyn. Había trabajado arduamente, era un tramo largo y venía cansado. Manejaba bajo una tormenta muy fuerte y el tráfico era intenso. Decide que lo mejor sería resguardarse en un hotel, mientras la condición climática mejorara. Al pasar por la caseta de cobro, preguntó al operario cuál era el hotel más cercano, y le señaló que el más cercano estaba a 25 millas de allí, sin embargo, le dijo, hay muy cerca un asilo de ancianos, donde posiblemente le darían una habitación para pasar la noche. Él hombre decidió manejar hacia allá. Al llegar, preguntó a la recepcionista si tenía una cama extra para poder descansar esa noche, la mujer le dijo que no acostumbraban a prestar ese servicio, pero, dadas las condiciones de la noche, haría una excepción. Mientras llenaba los documentos del ingreso, le comentó que lo estaba recibiendo debido a que, justo hacía unas horas había fallecido uno de los ancianos y la cama que ocupaba estaba disponible. No tenía mejor opción, así que decidió tomarla. Más tardó en llegar a la habitación, que en lo que se recostó y quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente, la persona encargada del aseo entró y lo despertó diciéndole: “disculpe que lo moleste señor, necesito preparar la cama para el próximo paciente”. El hombre se levantó, se vistió y antes de salir, le entró la curiosidad por saber quién sería el anciano que había ocupado la cama antes de él. Abrió la gaveta donde encontró algunas credenciales, leyó el nombre: se llamaba David Almoni. El hombre quedó sorprendido ya que el fallecido era un judío, el cual extrañamente estaba en un asilo de gentiles. Se dirigió a la oficina e indagó sobre la historia del Sr. David, y el lugar en donde lo habían sepultado, ella le informó que aún no lo habían llevado, debido a que él no había registrado ningún familiar que reclamara el cuerpo, y que si no encontraban a nadie, tendría que ser enterrado en el cementerio municipal.
El hombre pensó: “¡No hay casualidades! Ayer las cosas se me complicaron para que yo llegara este sitio y durmiera justo en ese cuarto, el fallecido debe ser enterrado en un cementerio judío”. Pidió hablar con el director del asilo, y le dijo que él deseaba reclamar legalmente aquel cuerpo. En un principio no le quisieron prestar atención, pero fue tan insistente que le marcaron a los abogados, revisaron las leyes al respecto y finalmente aceptaron la petición. Le hicieron llenar unos documentos para que él adquiriera la responsabilidad del entierro del señor David Almoni. Manejó hacia Brooklyn con la misión de enterrar al anciano, de acuerdo con los estatutos de la Halajá. Fue a la sinagoga de su comunidad, habló con el presidente y le dijo: “Tengo a un Met Mitzvá (alguien que no tiene quien lo sepulte) y necesitamos una parcela en un cementerio judío”.
El presidente se comunicó de inmediato con el encargado de la Jebrá Kadisá de Washington Heights, le explicó la situación y le respondió que justo tienen ellos un sitio especial en un cementerio para este tipo de casos, y además contaban con los recursos para cubrir los gastos y los preparativos legales para darle un entierro con honor y respeto al difunto. Sacaron al difunto del asilo, y cuando el jefe de la Jebrá Kadishá destapó la sábana que cubría la cara del fallecido, se puso pálido y casi se desmaya; los demás lo ayudaron a restablecer su semblante, y después de que se calmó, le preguntaron qué había pasado, entonces él les contó que cuando destapó la sábana, enseguida reconoció al fallecido. Habían pasado aproximadamente 20 años, ese hombre había llegado a la comunidad, estaba completamente solo y sin un hogar, comía y dormía en la Sinagoga, la mayoría de su tiempo la pasaba estudiando Torá. Los Shabatot iba de casa en casa como invitado. Después de un tiempo, se me acercó y preguntó qué hacíamos cuando una persona fallecía y no tenía familia que se encargue de él, ¿quién se encarga de su entierro? Yo le respondí que actualmente eso realmente era un problema, y también le dije que posiblemente la solución era comprar varias parcelas en un cementerio judío, y reservarlas solamente para este tipo de casos, y así poder cubrir los gastos de los funerales. Entonces el me miró y dijo: “yo voy a comprar una parcela de tierra, que esté reservada específicamente para personas que estén solas y no tengan familias que se encarguen de su entierro, o que no tengan recursos para pagarlo”. Durante años, fue cubriendo el gasto de 10 entierros, e igualmente compró las 10 parcelas; y sin saberlo, estaba comprando su propia parcela de tierra, realmente él no merecía ser sepultado en un cementerio municipal…”.
Dice la Mishná: “Sepan que todo está según el cálculo… Él es el Eterno, Él es el Hacedor, Él es el Creador, Él es el que discierne, Él es el Juez, Él es el testigo, Él es el litigante, no hay enigmas, no hay olvido, Él calcula, considera y evalúa, Él juzga lo que hizo y lo que pudo haber hecho el ser humano durante su existencia”. Esto nos obliga a realizar constantemente un examen de conciencia sobre nuestros actos, para no fallar en nuestras responsabilidades cotidianas.[1]
Con esta Mishná cerramos y damos gracias al Todopoderoso porque pudimos estudiar y terminar el Pérek IV. © Musarito semanal. by Elias E. Askenazi
“El corazón del hombre elige su camino, pero el Eterno dirige sus pasos”.[2]
[1] Extraído de Dosis diaria de Torá, Cáp 365; Rab Benni Aharonov.
[2] Mishlé 16:9.
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