Perek 4, Mishná 8

 

 

Él solía decir: “No juzgues tú sólo, porque nadie puede juzgar solo sino solamente el Único. Y no digas: “acepten mi veredicto”, ellos tienen permiso, y tu no”.

 

Rabí Ishmael se dirige en su declaración hacia los jueces y les dice: “No juzguen solos”, a pesar de que, según la Halajá un experto tiene la facultad de juzgar por él mismo. Arbitrar constituye una cualidad piadosa que incluso un versado en la materia, no debe hacerlo solo, porque el Eterno es el Único que puede aplicar la justicia sin el más mínimo error. Esto se aplica específicamente cuando los litigantes no aceptan que haya un solo juez; pero si ellos lo aceptaron, entonces puede hacerse de esta forma, considerándose igual una cualidad piadosa.

 

Los magistrados, incluso aquellos que son expertos en derecho, deben establecer tribunales de tres jueces, como se describe en el tratado de Sanedrín, capítulo tres. Cuando un juez experto está sentado con otros dos, y no están de acuerdo con su decisión, no puede exigir ni forzarlos a que acepten su propia opinión, porque ellos representan la mayoría, y por ende, pueden obligarlo a aceptar su decisión, por lo tanto, aunque el magistrado sea un experto, no puede obligarlos a aceptar su decisión minoritaria.[1]

 

La expresión más elevada de justicia imparcial en nuestro mundo, es cuando los jueces descubren que su veredicto es la Voluntad del Cielo, y eso se logra solamente cuando la ley de la Torá es impartida sin ningún tipo de interés personal o de soborno. Y debemos entender que, si la Torá estipula que algunos seres humanos deben integrar un tribunal y dictar sentencia, significa que fueron conferidos como agentes del Todopoderoso para ayudar, hasta donde le sea posible, en la misión Celestial de mantener la justicia y el orden dentro de una sociedad. Por este motivo, el Talmud establece que, todo juez que actúa siguiendo los lineamientos establecidos en la Torá, se asocia con el Todopoderoso en la labor de la Creación.[2]

 

Desde que Israel funcionó como una nación, Moshé estableció que exista una corte judicial en cada ciudad de Éretz Israel, así como en cualquier otro lugar donde se establezca una comunidad judía. En el tiempo del Beit HaMikdash el sistema judicial funcionaba de la siguiente manera: Cualquier comunidad con menos de 120 residentes debía tener un Bet Din (corte judicial de tres jueces). Estos jueces tenían competencia para decidir sobre disputas financieras, pero no sobre casos relativos a la vida y a la muerte. Todos los pueblos con por lo menos 120 residentes tenían un "Pequeño Sanhedrín" - es decir, una corte compuesta por veintitrés jueces con poderes para dictaminar veredictos capitales.

 

En el área del Monte del Templo había tres cortes judiciales: 1. Un Bet Din de veintitrés jueces a la entrada del Monte del Templo. 2. Un Bet Din de veintitrés jueces a la entrada de la Hazará (antesala del Bet HaMikdash). 3. El Gran Sanhedrín, integrado por setenta y un jueces, incluyendo al Nasí (presidente) quienes se reunían diariamente en una sala del Bet HaMikdash. Los jueces eran apoyados por Shotrim (policías), quienes ejecutaban las decisiones de los jueces.

 

El Gran Sanhedrín de setenta y un jueces era la máxima autoridad para decidir cualquier cuestión sobre leyes judías. Sus decisiones eran aprobadas por votación de los jueces. Lo que dictaminaba la mayoría era definitivo y obligaba a cada judío en forma absoluta, aunque personalmente aprobara o no esta decisión. La Torá nos advierte: No te apartes de lo que ellos (los jueces del Gran Sanhedrín) te digan, ni a diestra ni a siniestra.[3]

 

Un candidato al puesto de juez era evaluado en profundidad en tres áreas: Conocimientos de Torá, inteligencia y capacidad para juzgar. Si pasaba dicha prueba y tenía todos los demás atributos necesarios, entonces obtenía la Semijá, quiere decir, un Talmid Jajam (erudito), quien ya había sido ordenado por una autoridad anterior decía: "Tu eres ordenado juez".

 

Los grandes líderes de las generaciones anteriores se preocuparon por instaurar la justicia: En su juventud, Moshé salió hacia sus hermanos y vio que dos de sus hermanos judíos estaban luchando, reprochó al que golpeaba y le dijo: "¿Por qué golpeas a tu compañero?",[4] Como Moshé fue obligado a escapar de Egipto por haberle pegado a un criminal egipcio, el Todopoderoso compensó su amor por la justicia nombrándolo más tarde líder del Sanhedrín.

 

David reinó sobre todo Israel, administraba justicia y Tzedaká para con su pueblo. David era el líder del Sanhedrín y su general Yohab, el jefe de policía quien ponía en vigor las decisiones de la corte de David.[5] ¿Qué quiso decir David en el Salmo que dice que él hacía Tzedaká así como justicia? Cuando el veredicto implicaba la imposición de una multa a uno de los comparecientes y ese era un hombre pobre, David ordenaba: "Repónganle el dinero de la sanción de mis fondos personales". Así, David, distribuía caridad al pobre que había perdido su causa ante él. Sin embargo, David tenía miedo de que los hombres deshonestos sacaran ventaja de su generosidad y por ello rezaba: "He obrado con justicia y rectitud. No me dejes a merced de mis opresores".[6] Señor, no permitas que dos partes disputen en un juicio, a fin de dividir el dinero que yo remito a los pobres.

 

Después que el rey justo Yehoshafat había fortalecido su reino, se concentró en establecer la justicia: Y designó jueces en todas las ciudades fortificadas de Yehudá, ciudad por ciudad, y le dijo a los jueces: "Consideren sus fallos, porque no juzgarán por parte de un hombre, sino por parte del Eterno, Quien estará con ustedes cuando impartan justicia, (pues Él sabe cuándo su intención es juzgar fielmente o traicionar a la justicia). Sea el temor del Eterno sobre ustedes y sean cautelosos, porque no hay iniquidad en nuestro Hacedor, ni aceptación de personas, ni admisión de cohechos.[7]

 

Los jueces que se sientan a impartir la justicia, deben imaginar que una espada está suspendida sobre ellos y el Guehinom está debajo ellos. Si su intención es la de juzgar fielmente, se salvan de ambos, de lo contrario, serán castigados por ambos. Sin embargo, si están decididos a juzgar fielmente, no deben temer de emitir un veredicto equivocado porque no hayan obtenido todos los datos del caso; sólo serán responsables por la información presentada ante ellos. La Torá les advierte juzgar fielmente. Esto significa que no estén motivados por el honor, el dinero u otras consideraciones personales; que no favorezcan, ni teman de ninguno de los litigantes. © Musarito semanal.    by Elias E. Askenazi

 

 

“Sacará a la luz tu justicia, y tu juicio, como el sol de mediodía”.[8]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Rambam.

 

[2] Shabat 10a.

 

[3] Debarim 17:11.

 

[4] Shemot 2:13.

 

[5] Shemuel II 8:15-16.

 

[6] Tehilim 119:121.

 

[7] Dibré Hayamim II, 19:5-7.

 

[8] Tehilim 37:6.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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