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Perek 5, Mishná 2, continuación...
Diez generaciones hubo de Adam hasta Nóaj para dar a conocer cuánta paciencia hay delante de Él, pues cada generación irritaba cada vez más, hasta que trajo sobre ellos las aguas del diluvio. Diez generaciones hubo desde Nóaj hasta Abraham, para dar a conocer cuanta paciencia hay delante de Él; pues cada generación irritaba cada vez más, hasta que llegó Abraham, nuestro padre, y recibió (para sí) la recompensa de todos.
Transcurrieron diez generaciones desde Nóaj: Shem, Arpajshad, Shélaj, Ever, Péleg, Reú, Serug, Najor, Téraj y Abraham. Así como con Nóaj, el Todopoderoso esperó pacientemente a que transcurrieran nueve generaciones, para hallar en la décima al hombre virtuoso; llegó Abraham y recibió la recompensa de todos.
Llama la atención el hecho de que Nóaj, quien fuera considerado por la Torá como un hombre justo, íntegro en sus generaciones.[1] …pues a ti he visto justo delante de Mí en esta generación.[2] ¿Por qué la Mishná atribuye a Abraham la recompensa de todas las generaciones que le antecedieron? ¿Acaso a Nóaj, que también fue elogiado por la Torá como hombre justo, no le correspondería por lo menos, la recompensa de su propia generación?
La diferencia que hay entre ambos personajes es que, al pecar Adam, la Presencia Divina se “alejó” del Primer Cielo, y se requería de un hombre que hiciera retornar la Shejiná a la tierra. Adam trajo la muerte a la humanidad, pero Abraham le dio vida al mundo al ser hospitalario y al poner a la gente bajo las alas de la Shejiná.[3]
El rey Nimbrod dominaba sobre todo el mundo, se autoproclamó una divinidad. Un día, sus astrólogos se acercaron al trono y le anunciaron que habían visto en las estrellas que estaba por nacer un niño que negaría su divinidad. Se promulgó el decreto de matar a todo varón que naciera. Téraj era uno de los ministros más honorables de la corte del rey. Los astrólogos de Nimbrod vieron una estrella que brillaba encima de la casa de Téraj, era una señal de que el varón que acababa de nacer en casa de su ministro predilecto, atentaría contra su reino. Envió a sus soldados para traer al recién nacido. La madre de Abraham, lo escondió en una cueva y entregaron a uno de los niños que había nacido de su servidumbre. El pequeño vivió dentro de la cueva durante tres años. Allí dentro, contempló y razonó hasta que llegó a la conclusión de que debería haber un Creador, Poderoso y Misericordioso, el Cual mantiene funcionando el mundo cada instante. Pasó el tiempo, y el decreto fue abolido y Abraham pudo regresar a su casa.
Téraj, el padre de Abraham era idólatra, era experto en fabricar y vender ídolos. Cuenta el Midrash que, un día Téraj requirió salir de viaje, y dejó a Abraham a cargo de la tienda. ¿Qué hizo en la ausencia de su padre? Cuando entraban los clientes, los desanimaba a comprar y adorar las inertes estatuas que su padre había fabricado con sus propias manos. Una mujer entró a la tienda con un recipiente lleno de harina para ofrecerlo a los dioses. Abraham tomó un hacha y rompió todos los ídolos, dejó solo uno de gran tamaño y le puso el hacha y el plato de harina a su lado. Al volver Téraj, miró todo en ruinas y furioso exclamó: “¿Me puedes explicar qué sucedió aquí?”. “Mientras estabas fuera, una mujer trajo harina como ofrenda para los dioses. Cada uno quería tomarla para él, comenzaron a pelear entre ellos, el más grande tomó el hacha, fue rompiendo uno a uno hasta que se quedó con la comida”. Téraj gritó: “¿Te estás burlando de mí? ¡Tú y yo sabemos perfectamente que estas estatuas inertes, no comen, no hablan, no se mueven! ¿Cómo dices que hubo pelea entre ellos?”. Abraham le dice a su padre: “Que tus oídos escuchen lo que tus labios están diciendo, si es como tú dices, ¿por qué les sirves entonces?”. El padre no supo que contestar.
En otra ocasión, había una exhibición de ídolos en el palacio del rey Nimrod, los había de todo tipo de materiales, Téraj estaba al frente de la presentación, y en el primer descuido, Abraham los amontonó y les prendió fuego. Téraj fue y denunció ante el monarca la falta cometida por su hijo. Nimrod ordenó a sus soldados que trajeran a Abraham ante él y le dijo: “Escuché que tuviste la osadía de destrozar los ídolos de mi palacio. ¿Acaso no sabes que yo soy el amo de toda la creación?”. Abraham lo desafió con firmeza: “Si lo que su majestad dice es cierto, ordene a los astros que cambien sus movimientos y que se haga de noche en este momento. Yo creo en el Hacedor de los cielos y la tierra, Él controla todo lo que sucede en ella”. Ante semejante rebeldía, Abraham fue encarcelado durante diez años.
Después de la prolongada sentencia, Abraham fue llevado ante Nimrod para ser juzgado, el dictador pensó que el encierro habría reprimido el ímpetu del joven, le ordenó: “Nosotros adoramos al fuego. Debes idolatrar al fuego como todos lo hacemos”. “¿Por qué al fuego?”, preguntó Abraham. “Sirvamos al agua que apaga al fuego”. “Bien, sirvamos al agua”. Abraham replicó: “Un momento, ¿por qué servir al agua? Mejor sirvamos a las nubes que contienen el agua”. “Que sea como tú dices, sirvamos a las nubes”. “¿Por qué servir a las nubes? Sirvamos al viento que las dispersa. O, es más, sirvamos al ser humano, pues es más poderoso que el viento, pues está lleno de aire a pesar de sus aperturas corporales”. Como todo dictador, cuando se sienten acorralados, actúan con violencia. “Escucha jovenzuelo, has agotado mi paciencia: nosotros servimos al fuego, si tú quieres creer en su poder, bien por ti, de lo contrario, te tiraremos al fuego y que aquel que dices que lo creó, que Él te salve”. Abraham mantuvo firme su postura, encendieron una infernal fogata, ardía con tanta intensidad, que todo el que se acercaba se incineraba al instante. Fue lanzado desde lejos, y todos los presentes vieron como Abraham caía dentro, la madera del horno se transformó en ramas cargadas de frutas para alimentar a Abraham, quien permaneció dentro durante tres días y tres noches, Nimbrod escuchó que seguía vivo, y entonces se presentó y al ver como el joven no se quemaba, comenzó a temblar de miedo. Abraham emergió del horno ardiente, sin ninguna quemadura, ante la mirada atónita de todos los presentes y Nimbrod se inclinó ante él, seguido por todos sus ministros.[4]
Ahora se puede comprender bien por qué Nóaj no recibió recompensa ni siquiera por el mérito de su generación, pues él no se entregó con abnegación para difundir el Nombre del Eterno en la misma magnitud que lo hizo Abraham Abinu, nadie lo hiso ni en la generación previa al Diluvio, ni en la que le siguió. Aun antes del Diluvio, Nóaj se dedicó a salvar solamente a su gente. En cambio, nuestro patriarca, dedicó su vida para difundir el monoteísmo y los valores del Creador del Universo. Por lo tanto, ameritó la recompensa de todas las generaciones previas. Por eso, el Todopoderoso consideró la existencia de todas aquellas generaciones como si Abraham Abinu hubiera vivido en cada una de ellas, difundiendo Su Santo Nombre. Y a pesar de que él no había vivido en ninguna de esas generaciones, se consideró como si todos hubieran existido gracias a él. Y dicho sea de paso, Abraham Abinu, por medio de su acto de fe, allanó el camino, dio fuerza y valor a todos los judíos de todas las épocas, la inquebrantable fe de Abraham sigue latente hasta hoy y todos aquellos que han sacrificado sus vidas para santificar el Nombre del Creador, lo hicieron porque la fuerza de devoción absoluta de Abraham nuestro padre, continúa ardiendo en los corazones de sus descendientes. ©Musarito semanal by Elias E. Askenazi
“Hay mucha gente que está dispuesta a sacrificar su vida por una causa. Pero son pocos los héroes que dedican sus vidas a la causa por la que estarían dispuestos a morir”.[5]
[1] Bereshit 6:9.
[2] Idem 7:1.
[3] Alshij.
[4] Bereshit Rabá 38,13. Ver también Midrash Hagadol; Bereshit 11,28.
[5] Rab Noaj Weinberg.
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