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Perek 5, Mishná 4, continuación...
Diez milagros fueron hechos a nuestros antepasados en Egipto y diez en el mar. Diez plagas hizo llegar el Santo Bendito es a los egipcios en Egipto, y diez en el mar. Diez pruebas hicieron nuestros ancestros al Santo Bendito es en el desierto. Pues está dicho: Y me han probado estas diez veces, pero no oyeron Mi Voz.
Antes de analizar el ultimo enunciado de la Mishná, debemos entender que la brecha que existe entre las primeras generaciones a la nuestra es abismal; la fe y el apego al Creador sale de nuestro entender. Su fe era tangible y, a medida que avanzamos en el tiempo, este nivel de Emuná y Bitajón se ha ido perdiendo, al grado que no hay forma, ni con el habla, ni con la escritura, ni siquiera con la mente para describir lo que fue aquella generación que los Sabios denominan como: Dor Deá (la generación inteligente). La Mejilta señala que durante la partida del mar, el Todopoderoso les reveló Su gloria; incluso hasta una simple sirvienta percibió en aquella experiencia, una revelación más elevada que la que recibió el profeta Yejezkél en su visión Celestial.[1] Además, fue una generación alabada por el Eterno: He recordado de ti el cariño de tu juventud, el cariño de tus nupcias, cuando anduviste detrás de Mí en el desierto estéril.[2] Y nuevamente dice: Así ha dicho el Eterno: “He encontrado gracia en el desierto, un pueblo sobreviviente de la espada; iré a darle su habitar en Israel.[3] Es difícil conceptuar la situación que se vivió en cada uno de los eventos, los esfuerzos y rigores que se fueron presentando durante la travesía por el ardiente e inhóspito desierto, pero finalmente fue una generación que cumplió con su papel en la historia: salieron de Egipto y recibieron y estudiaron la Torá durante todo el Éxodo. El Talmud enumera diez instancias en las que los judíos pusieron a prueba al Santo, Bendito Sea, después del Éxodo mientras deambulaban por el desierto:[4]
La primera fue cuando recién salieron de Egipto, el Faraón se arrepiente de la decisión de dejarlos partir, reúne a su ejército y sale en su persecución. Cuando los alcanzan, los hijos de Isael alzan su vista, y al verlos, claman ante el Eterno. Y aterrados se quejaron ante Moshé: “¿Acaso no había tumbas en Egipto que nos trajiste a morir en el desierto?”.[5]
La segunda fue en Mará; después del milagro de la partida del mar, se introdujeron dentro de un desierto árido y desolado, después de tres días la provisión de agua potable se agotó. Llegan a un paraje donde había un manantial, pero, al intentar beber el agua, estaba amarga. La nación compuesta por hombres, mujeres y niños sedientos, exigieron a Moshé: “¿Qué beberemos?".[6] Y ocurrió un milagro: el Todopoderoso le ordena a Moshé que arrojara un leño amargo, y las aguas se tornaron dulces.
La tercera, fue en el Desierto de Sin. Si bien el agua endulzada de Mará les había mostrado que el Eterno no los había abandonado, la inmensidad del desierto les hizo temer que se quedaran sin comida. Y así sucedió, los sobrantes de las masas que habían sacado de Egipto se terminaron y se sintieron amenazados por el hambre, y de nueva cuenta protestaron: Y murmuró toda la asamblea de los hijos de Israel contra Moshé y Aharón en el desierto y les dijeron: “Si tan solo hubiésemos muerto por la mano del Eterno en Egipto, cuando estábamos sentados junto a la olla de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos, pues nos han sacado a este desierto para matar a toda esta asamblea de hambre”.[7]
La cuarta fue cuando el Todopoderoso les dijo por medio de Moshé, que Él les proveería diariamente del Alimento Celestial (Mán), cada uno encontraría su porción diaria dispuesto sobre un lecho de rocío y cubierto también por rocío. Moshé les dijo: Recojan de él, cada hombre de acuerdo con lo que come, de acuerdo con el número de personas que habita en su tienda. Nadie puede dejar sobrantes de él hasta mañana. Mas algunos no obedecieron, lo dejaron durante la noche, y en la mañana se infestó de gusanos.[8]
La quinta, Moshé les dijo: Seis días lo recogerán (El Mán), pero el séptimo es Shabat; no caerá nada en ese día. A pesar de que Moshé les advirtió, algunos del pueblo salieron a recolectar Maná, pero no lo encontraron.[9]
La sexta; Acamparon en Refidín y se quejaron de nuevo cuando se les acabó el agua potable. Y disputó el pueblo con Moshé y dijeron: “¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarme a mí y a mis hijos y a mi ganado de sed?”.[10]
La séptima; Moshé subió al Cielo para recibir la Torá. Debido a un error de cálculo, la nación pensó que su gran líder había fallecido, aquel hombre que había intercedido para que fueran liberados de Egipto. Aquel que rogara para que fueran socorridos frente al mar. Aquel que los había conducido por el árido desierto, los había dirigido en sus batallas. Les había conseguido agua y alimento. Aquel valeroso hombre ya no estaba con ellos, esto los asustó e idearon erigir un líder que continuara dirigiéndolos y entonces forjaron el becerro de oro. La población egipcia (Ereb Rab) que se había sumado a los hijos de Israel en el Éxodo comenzaron a adorarlo. Y a pesar de que fueron una minoría los que lo adoraron, de no haber sido por la apelación de Moshé, todos hubieran sido eliminados en ese mismo lugar. [11]
La octava; al andar por parajes inhóspitos, el pueblo temió de sufrir hambre y pidió carne. Ese mismo día, al atardecer, el Todopoderoso llenó el campamento de codornices. Moshé les advirtió: Recojan de él, cada hombre de acuerdo con lo que come y de acuerdo con las personas que habitan en su tienda. Nadie puede dejar sobrantes de él hasta mañana. No obedecieron, recogieron de más, y en la mañana se infestó de gusanos y hedió.[12]
La novena; en un lugar no lejano de áreas pobladas llamado Tavera, el populacho que acompañaba a los hijos de Israel, volvió a expresar cuestionamientos sobre como serían capaces de sobrevivir. Se quejaron de que el Mán no era bueno y que querían otras comidas que había en Egipto: Y volvieron a llorar: “¿Quién nos alimentará de carne? Recordamos los pescados que comíamos en Egipto gratuitamente…, ahora estamos hastiados pues no hay nada más que el Mán.[13] Fue una queja sin fundamento, pues además del Mán, las tribus de Reubén y Gad poseían inmensos rebaños.[14]
La décima; Mientras la nación estaba en el umbral de su entrada a Éretz Israel, Moshé les dijo que era el momento de conquistarla,[15] tuvo lugar un incidente fatídico. Doce de los líderes verdaderamente grandes de la nación, representantes de cada tribu, fueron a reconocer la Tierra y retornaron con un informe que desmoralizó al pueblo y causó que perdieran la fe en ocupar la heredad designada por el Creador. me han tentado diez veces ya, y no han escuchado Mi voz. Como resultado de su falta de fe, toda esa generación fue castigada con severidad, fueron condenados a deambular y perecer en el desierto, y la entrada a la Tierra Prometida se postergó cuarenta años.[16] ©Musarito semanal by Elias E. Askenazi
“Si quieres quejarte vas a encontrar muchos motivos para hacerlo, pero si quieres alegrarte también encontrarás motivos para hacerlo”.
[1] Ver Rashí en Shemot 15:2.
[2] Yirmiyá 2:1.
[3] Idem 31:1.
[4] Erjín 15a.
[5] Shemot 14:11.
[6] Idem 15:24.
[7] Idem 16:3.
[8] Idem 16:16-20.
[9] Idem 16:27.
[10] Idem 17:2,3.
[11] Idem 32:1-8.
[12] Idem 16:16-19.
[13] Bemidbar 11:4-6.
[14] Idem 32:1.
[15] Debarim 1:21.
[16] Bemidbar 14:32.
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