Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

El enojo es una de las características internas más destructivas del hombre. Nos puede dañar a nosotros y a los demás, tanto física, espiritual, emocional y socialmente. Dijo Resh Lakish: “Todo el que se enoja - si es Sabio, pierde su sabiduría; si es Profeta, pierde la profecía.

 

 Un hombre orgulloso es generalmente una persona soberbia, este atributo es el provocador de la mayoría de los males del mundo. El pensar que todo lo que tenemos es del Creador y Él nos lo da y lo quita cuando quiere, trae humildad. El enojo proviene de la falta de fe, cuando el hombre reconoce que todo es perfecto y exacto como el Eterno lo programó para él, y que todo acontece para su propio bienestar, eso ayuda a estar en calma y en paz.

 

 

El doceavo portón:

el enojo.

Shá'ar Hakaás, continuación...

 

 

Cada acto del hombre debe ser minuciosamente medido, en especial cuando se trata del enojo y sopesar como cumple cada uno de los preceptos, tanto si se halla enojado como cuando está tranquilo.

 

            Si el hombre padece de una naturaleza irascible, empero refrena y controla la ira como si la misma no existiese, sobre él dice el versículo: mejor es el tolerante que el valiente; y quien gobierna su espíritu que el que conquista ciudades.[1] Además, retardar el enojo, es uno de los trece Atributos Divinos. Dijo el sabio: quien domina el pensamiento cuando se enoja, dará a notar que tiene temple y gracia. Empero aquel cuya ira trasciende la frontera del pensamiento, se observará en él la insensatez. Y también se dijo: quien no controla su furia, no es muy distinto de los dementes.

 

            El silencio anula la ira. Lo mismo sucede con el tono de voz bajo. Por tanto, alguien que se encuentra en un momento de furia, debe tratar de mantenerse en silencio o bajar la voz, pues si levanta la voz en estado de ira, se enervará aún más, y por el contrario, el silencio o la voz baja apaciguan la ira. No es conveniente observar la cara de una persona colérica, al hacerlo le ayudará a acallar su furia.

 

            Quien deba imponer autoridad entre los de su hogar, o si se trata de un líder comunitario y desea manifestar enojo para que otros retornen al buen camino, debe evidenciar ira en sus expresiones, empero mantener su mente tranquila y bajo dominio interno, aparentando hallarse enfurecido y sin embargo mantener el control de sus emociones. Y en caso de que deba expresar enojo, deberá poner especial cuidado en no hacerlo cuando en su casa tenga invitados o gente pobre, pues pensarán que se enoja por ellos.

 

Y aunque la ira es un rasgo muy negativo, el hombre debe actuar con enojo bajo ciertas circunstancias, por ejemplo: cuando es necesario reprender a los malvados o imponer autoridad entre los miembros de su familia o entre sus alumnos. Pero cuando se vea obligado a hacerlo, deberá medir su enojo, pues vemos que Moshé fue reprendido por calificar a las tribus de Reubén y Gad como una prole de pecadores,[2]y aunque su enojo fue justificado, pues lo hizo en nombre del Cielo, aun así fue reprendido.

 

 

 

Haciendo una introspección

 

 

Un ejemplo del cuidado de evitar el enojo, lo encontramos protagonizado por uno de nuestros grandes sabios, el Rab HaGaón Israel Lifkin Misalant, el autor del Tnuat Hamusar. Era conocida su meticulosidad en el servicio al Creador. Trabajaba permanentemente sobre sí para evitar reaccionar ante cualquier discusión o agresión exterior, y solía decir: “la mayoría de los pecados entre una persona y sus compañeros se generan por la meticulosidad que ponemos al juzgar sus actos y pensar que somos los jueces aptos para dictar sentencia...”. Era conocido por su gran sensibilidad, dueño de una tranquilidad envidiable. Era de las pocas personas de las que se puede decir que lograron arrancar de su corazón el enojo enfermizo...

 

Cuando alguien le hacía alguna cosa mala, no solamente dejaba pasar lo que le hicieron y perdonaba “de corazón” a los agresores, sino que además corría en ese mismo momento a “devolver” con algo bueno, a hacerle un bien al que le había hecho un mal...

 

Atestiguó uno de sus allegados, que un día el Rab se enojó con alguien, alcanzó a ver como él volvía su cara hacia una pared y decía: “enojado en la cara, pero no en el corazón…”. Solamente una vez sí se enojó de verdad. En el año 5609 había una epidemia en la ciudad de Vilna, y Rabbí Israel salvó a varios miles de Yehudim que adquirieron la enfermedad. En semejante situación, presionado por los problemas y la preocupación de salvar vidas, sumergido en esa tremenda responsabilidad, el Gaón se enojó y durante toda la vida recordó lo sucedido y se arrepintió...

 

Cuando comenzó la epidemia, Rabbí Israel se entregó totalmente a la misión de salvar vidas. Consiguió reunir los fondos para alquilar un hospital con capacidad para mil quinientos pacientes, también logró que ninguno de los médicos aceptara recibir pago por su servicio a los enfermos. Ya que el Shulján Aruj permite realizar por un Yehudí cualquiera de los trabajos prohibidos de hacer en Shabat, cuando se trata de salvar una vida,[3] Rabbí Israel ordenó que no se contrataran enfermeros gentiles, y a cambio setenta de los estudiantes de su Colel se sumaron al personal médico. Un viernes por la noche, se enfermó el nieto de uno de los hombres más adinerados de Vilna y fue ingresado al hospital, él Rab ordenó a sus estudiantes a realizar todas las acciones necesarias para salvarlo, cortar leña, encender fuego, etc., hasta que lo sacaron de peligro.

 

Pasaron unos días, y se acercó el abuelo del joven a agradecer a Rabbi Israel y a su equipo el haber salvado a su nieto. El Rab le dijo: “No fuimos nosotros, fue el Todopoderoso que se apiadó de él y decidió curarlo”. Antes de retirarse el hombre le dijo: Rab, no soy quien para decirlo, pero siento la obligación de decirle que sus estudiantes que son las luminarias de nuestra ciudad, están profanando el Shabat más de lo necesario, debería dejar que los gentiles hagan las labores ese día.

 

El Rab no pudo contenerse, al escuchar que aquellos estudiantes, que sacrificaban sus vidas para salvar a miles de sus hermanos, y le gritó y le dijo: ¿me quieres enseñar que está permitido y qué está prohibido? ¡Yo les aseguré a aquellos muchachos y les garanticé a sus padres que ninguno de ellos se contagiará del virus por el mérito de salvar las vidas de otros y que todos ellos volverían a sus casas sanos y salvos…! Inmediatamente Rabbí Yosef le pidió perdón y vivió recordando y arrepintiéndose toda la vida por este acto.[4] ©Musarito semanal

 

 

“La persona puede lograr mucho más con la paciencia que con todo el enojo del mundo”.[5]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Mishlé 16:32.

 

[2] Bemidbar 32:14.

 

[3] Shuljan Aruj, Oraj Jaim, cap. 328.

 

[4] Extraído de Lekaj Tov.

 

[5] Rab Jayim de Volozhin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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