Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

Cada segundo en el que el hombre se encuentra en este mundo, contiene la oportunidad de libre elección, esto quiere decir, él está parado en el centro de una línea que divide entre lo auténtico y lo vano; entre el área de conciencia y la del olvido. No se debe correr tanto por la vida de una forma que llegue a olvidar no sólo donde ha estado y lo que ha hecho, sino también a dónde se dirige y lo que planea hacer para llegar. El Creador otorgó al hombre el don del olvido, de no existir este atributo estaría permanentemente preocupado y deprimido por los errores cometidos, sin dejar margen ni espíritu para cumplir Mitzvot. Gracias al olvido es que el hombre puede retomar el rumbo sin ser despreciable ante sus propios ojos, y logre esforzarse en arreglar los daños ocasionados y cumplir con la Mitzvá de Teshubá lo mejor posible.

 

El diecinueveavo portón: la memoria.

Shá'ar Hazejirá, continuación…

 

Es preciso saber que la memoria conduce a la observancia, como está escrito: Y recordarán ... y harán,[1] por ello, se debe asumir esta condición fuertemente. Y tratará de recordar con la observancia de cada precepto para Quién lo está cumpliendo y Quién encomienda sus acciones. Observemos como el mismo Eterno advirtió sobre la memoria, está dicho: Cuídate de no olvidar al Eterno tu Di-s y dejar de cuidar Sus preceptos, Sus leyes y decretos.[2] Y esto es algo sumamente grande recordar al Eterno en todas las acciones, y así lo expresó el rey David: Puse al Eterno ante mí siempre.[3]

 

La memoria es una condición superior y en ella se contienen todos los preceptos y la Torá. En el precepto de los Tzitzit hallamos escrito: Y recordarán todos los preceptos del Eterno y los cumplirán... para recordar y cumplir con todos Mis preceptos.[4] En el precepto de los Tefilín está escrito: Y serán una señal sobre tu mano Y un recuerdo entre tus ojos, para que la Torá del Eterno se halle en tu boca.[5] y está dicho: Y recordaras que fuiste esclavo en Egipto y cuidarás y harás todos estos preceptos.[6]

 

Otra cosa para tener presente es, no recordar el perjuicio que otro le haya causado, sobre esto está dicho: Y no guardarás rencor,[7] sino apartará de su corazón el odio. Y si perjudica a su compañero, lo recordará para así poder resarcir el daño que haya ocasionado. Y si oye comentarios vacuos no los recordará, sino actuará como el tamiz que retiene la mejor harina y deja pasar la más gruesa, no como el cedazo que detiene el mosto y deja pasar el vino.

 

 

Haciendo una introspección

 

 

Reubén se encontró de repente con que fue llamado a comparecer a un juicio donde se sabía que los magistrados eran crueles e implacables.  Él sabía que por más pruebas que pudieran evidenciar su inocencia, serían revocadas por el inclemente jurado. Sabía que una segura condena le esperaba. Desesperado, consultó con un amigo, quien ejercía como abogado, en busca de una posible solución. “No tienes escapatoria”, le dijo el abogado. “Ellos lo que quieren es condenarte, y lo harán, aunque tengas razón y presentes todas las pruebas a tu favor”. “Lo sé, pero... tu eres un excelente abogado y me tienes que ayudar, conoces las leyes y las trampas de la justicia. ¡Sálvame por favor!”, clamaba Reubén.

 

“Veamos”, le dijo pensativo el abogado, “yo personalmente no puedo hacer nada por ti, pero… te voy a dar un consejo que te puede ayudar, pero este consejo no va a ser por nuestra amistad”. Reubén encogió los hombros y dijo: “Igual si no resulta, yo estaré muerto o prisionero, y tú no perderás nada. Pero, si resulta, me salvaré junto con mi dinero y te pagaré hasta el último centavo que tú me pidas...”, concluyó. El abogado fijó una fuerte suma a pagar después del juicio, y procedió a darle el consejo: “Cuando estés frente al juez, en lugar de responderle a sus preguntas, ponte a silbar como un pájaro, y a batir las alas como si quisieras volar...”. “¿Eso es todo?”, preguntó Reubén. “Tu hazme caso y verás”. “Pero ... ¡es una locura!”. “Precisamente de eso se trata…”, concluyó el abogado.

 

Llegó el día del juicio y tal y como lo sospechaba Reubén iba a ser declarado culpable, le dieron la oportunidad de presentar apelación, “¿Tiene el acusado algo que decir?”, preguntó el juez. Reubén no contestó. Sólo se limitó a silbar como un pájaro, y empezó a batir las “alas” como si quisiera volar. Así actuó ante la mirada atónita del jurado. El juez, sin poder creer lo que veía, le pidió al acusado que respondiera a su pregunta, pero éste iba de un lado al otro del juzgado emulando a las aves. El juez perdió la paciencia. “¡Saquen a este hombre de aquí y llévenlo a un nosocomio! ¡Si sigue así me va a volver loco a mí también! ¡Libérenlo inmediatamente!”, ordenó, “no se puede juzgar a alguien que perdió totalmente la razón…”. En la casa de Reubén sólo había alegría y llantos de felicidad. Nadie se había salvado jamás de un juicio como ese, y él fue el primero. En medio del festejo, llegó el abogado. Pero no precisamente para celebrar. “Bueno, me he enterado qué te han absuelto en el juicio”, le dijo a Reubén. “Ahora vengo a cobrar lo que habíamos acordado...”. Como única respuesta, Reubén se puso a hacer lo que había hecho en el juzgado: comenzó a silbar y a agitar los brazos. El abogado lo miró con una sonrisa socarrona y luego mientras lo tomaba de la ropa, le dijo: “¡Pedazo de tonto” ¿A mí me quieres engañar con eso? ¡Si yo mismo fui quien te enseñó! Yo te dije que hagas eso para tu bien, ¿y ahora quieres usarlo en mi contra…?”.

 

La moraleja que aprendemos de esta fábula es: El Creador le dio a la persona un regalo: Mediante el olvido la persona no vive atormentado por sus angustias, y puede continuar su vida pensando sólo en el futuro. Sin embargo, en ocasiones el hombre pone como pretexto que no sirvió al Creador como debía porque “se olvidó”, utilizando en este caso el beneficio que Él mismo le otorgó en su contra. Lo mismo sucede con las personas que “se olvidan de Él”, reciben bondades cada segundo de su existencia y en lugar de reconocer y tener en cuenta más aún al que se lo envió, pretenden alejarse cada vez más, en una actitud de abierto desagradecimiento. No podemos utilizar el mismo “regalo” que Él nos otorgó para darle la espalda. Él nos infunde seguridad y optimismo para sortear los problemas que se nos presentan, y luego nos creemos autosuficientes y demasiado seguros de nosotros mismos, al punto de pretender prescindir de la protección Divina….[8] ©Musarito semanal

 

 

 

“Si no fuera por la capacidad de olvidar, el ser humano viviría sumergido en la angustia que alguna vez sufrió en el pasado”.[9]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bemidbar 15:39.

 

[2] Debarim 5:11.

 

[3] Tehilim 16:8.

 

[4] Bemidbar 15:39-40.

 

[5] Shemot 13:9.

 

[6] Debarim 16:12.

 

[7] Vayikrá 19:18.

 

[8] Mishlé Iaacob.

 

[9] Midrash, Kohélet Rabá 1.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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