Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

Las Mitzvot son demasiado claras y veraces, pero lamentablemente no siempre se cumplen como es debido. Por ejemplo: si se nos preguntara a cualquiera de nosotros “¿Se puede mentir?”, nadie dirá que sí. Entonces, ¿por qué el ser humano miente con tanta facilidad? La respuesta es muy simple. Al ver que nadie se estremece con la falsedad, la gente piensa que no es algo tan grave, y así absorbe lentamente las costumbres de la sociedad: la verdad es una carga pesada, por consiguiente, son pocos quienes la sostienen.[1] La verdad no pierde autenticidad porque los incrédulos la niegan…[2]

 

No hay nada más simple que la verdad, pues ella no tiene necesidad de ser explicada ya que se explica por sí misma. La verdad existe y es eterna, la mentira es transitoria y falsa. La mentira tiene un brillo externo que atrae y encandila, impidiéndonos ver claramente lo verdadero. La mentira no existe en sí misma. Se requiere mirar lo correcto y adoptar una forma profunda de observar la realidad para dejar de lado la visión superficial y así alejarnos de todo lo que es falso.

 

 

 

El vigésimo segundo portón: la falsedad.

Shá'ar HaShéker

 

Es preciso saber que, así como el hombre pesa en una balanza el oro y la plata para determinar el peso de las mismas, el hombre sabio debe medir sus palabras y distinguir entre la verdad y la falsedad. Existen diferentes tipos de mentiras, por ejemplo, si dice que una madera es de oro, es una falsedad obvia y evidente. Empero, si dice sobre un trozo de bronce liviano que es oro, es una mentira que requiere de una verificación para descubrir si es o no verdad, pues ambos metales son similares y algunos falsificadores hacen pasar uno por otro, a tal grado que incluso los expertos no pueden distinguirlo. Lo mismo es aplicable al pensamiento, algunos poseen la habilidad de disfrazar el razonamiento de las personas y convertirlo en mentira y así hacerlo pasar como verdad. Sin embargo, el hombre sabio entiende bien y sabe diferenciar entre lo falso y lo auténtico.

 

Es un hecho conocido que la mentira y la verdad ocupan un mismo lugar en el corazón del hombre. Algunas personas son tan falsas que, a pesar de que saben reconocer cuando algo es falso, lo persiguen hasta que se convencen a sí mismos y buscan justificarlo para hacerlo aparecer como verdad. Empero, el hombre sabio emplea su comprensión para rebatir los argumentos que sostienen a la falsedad. Cada persona se conduce según sus pensamientos e inclinaciones; el perezoso regirá su modo de pensar por la flojera y lo mismo ocurre con el irritable, el soberbio y todos los tipos de personalidades que citamos en los capítulos anteriores. El hombre que desee ser un servidor leal del Eterno, debe apartarse en principio de todas las inclinaciones negativas para que las mismas no lo hagan actuar en forma incorrecta y pueda alcanzar la verdad.

 

Existe un dictamen Halájico que sentencia: Cuando venga una persona y te pida algo prestado, no le digas: “no tengo”, cuando en realidad si lo posees, tendrás que arreglártelas sin tener que llegar a mentir.[3] Grande es el castigo del que engaña, incluso cuando dice la verdad, nadie le cree.[4] Y así está dicho: La mentira no posee piernas que la sostengan.[5] Tampoco debe provocar que otros mientan por su culpa, por ejemplo, si observa que dos personas hablan entre ellos en forma privada, no debe dirigirse a uno de ellos y pedirle que le revele el secreto en cuestión, pues quizás no deseará hacerlo y tratará de evadirse con otros argumentos incurriendo en la mentira. Así también, debe ser cuidadoso en todos sus asuntos, no engañar en el comercio y no provocar que otros engañen. Debe evitar relacionarse o negociar con mentirosos y hablar con ellos lo menos posible. Se requiere de gran sabiduría para escapar de la mentira, pues el Instinto Maligno permanentemente acosa al hombre con argumentos falsos para hacerlo caer en sus redes.

 

En algunas ocasiones autorizaron nuestros Sabios utilizar la mentira, por ejemplo: para lograr que concilien dos personas en discordia.[6] Asimismo, está autorizado elogiar a una novia ante su prometido diciéndole que ella es hermosa y encantadora, aún si ello no fuese cierto.[7] Y sobre un anfitrión que haya sido muy hospitalario, no debe comentar ante otras personas lo amable que fue atendido, pues otros, incluso gente indeseable, tratarán de hospedarse allí.[8] Con respecto a sus conocimientos sobre Talmud debe actuar en forma discreta, y si le preguntan si conoce bien cierto tema, será una actitud modesta responder que no. Y en lo relacionado con las relaciones maritales, también debe responder con otros argumentos.[9] Sin embargo, en todos estos casos en los que nuestros Sabios autorizaron alterar la realidad, si puede evitar la mentira, será preferible hacerlo, por ejemplo, si le preguntan: "¿sabes tal tratado del Talmud?" responderá: "¿por qué piensas que yo lo sé?", si puede disuadir al que pregunta sin recurrir a la mentira, es mejor que mentir con derecho. Esta debe ser la conducta del hombre temeroso del Cielo, en todos sus asuntos.

 

Haciendo una introspección

 

 

Sucedió con Rabbí Yaacob de Lisa, conocido por su obra “Netivot HaMishpat”. Se presentaron ante él dos personas para llevar a cabo un juicio. Uno de ellos había encontrado en el mercado un dinar de oro (moneda antigua) y lo tomó, y la otra persona reclamaba que aquel dinar se había caído de su bolsillo unos minutos antes de que el primero lo encontrara. Rabbí Yaacob percibió que el demandado era un mentiroso, y para verificar su teoría, lo obligó a salir del Bet Dín (juzgado) por unos minutos. Mientras tanto, solicitó al otro hombre que le mostrara la moneda. La tomó para observarla y comenzó a hablar en voz alta, a sabiendas de que el acusante estaba apoyando su oído detrás de la puerta para escuchar lo que él decía: “Aquí en este dinar, hay un pequeño orificio al lado de la primera letra, esta es una clara señal. Si él es capaz de señalarlo, la moneda le pertenece”. Entonces, le ordenó al acusante ingresar, Rabbí Yaacob le preguntó: “Dime por favor, ¿acaso este dinar tiene alguna señal que demuestre que es tuyo?” En ese instante irrumpió el acusante y le respondió: “Fíjese Rab, y verá que en la moneda hay un pequeño orificio junto a la primera letra”. Rabbí Yaacob abrió su mano mostrándole la moneda, y con una sonrisa sobre su rostro le dijo: “Como verás, esta moneda no tiene ningún orificio, por lo tanto debes ir a buscar la moneda agujereada que se te ha perdido a otro lugar, ya que este dinar le corresponde al que lo encontró…”.  ©Musarito semanal

 

 

 

 

“Un poco de verdad empuja mucha mentira”.[10]

 

 

 

[1] Meiri Mishlé 3:18.

 

[2] Rabbí Sa'adia Gaón.

 

[3] Séfer Jasidím; capitulo 426.

 

[4] Sanhedrín 89b.

 

[5] Resh Otiot de Rabbí Akiva.

 

[6] Yebamot 65b.

 

[7] Ketubot 17a.

 

[8] Arajín 16a.

 

[9] Babá Metzía 23b.

 

[10] Rabí Menajem bar Zeraj.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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