Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

El Lashón Hará es la fuente de muchos problemas sociales. Ha causado la disolución de muchas amistades, la terminación de incontables matrimonios, y ha generado enormes pérdidas y sufrimientos a millones de individuos a través de las generaciones. Odio, envidia y disputas se diseminan a través de la maledicencia, así como lo hacen las enfermedades a través de la suciedad y los gérmenes. El hablar Lashón Hará ha dado como resultado que personas pierdan fortunas e incluso a conducido a muchos a una muerte prematura. La principal causa de que sigamos en el exilio es por la maledicencia.[1] Tanto la Torá como el Talmud, atribuyen la mayoría de los males que afligen a la humanidad a este flagelo, incluso lo llegan a comparar con el ateísmo.[2]

 

Se debe reflexionar y examinar el tema de la lengua, pues todos los asuntos del hombre, buenos y malos, dependen solo de ella. Elevemos nuestra plegaria para que nuestra lengua sólo exprese palabras de alabanza y gratitud al Eterno, y por medio de ellas exterioricemos el amor y el deseo de cumplir Su voluntad.

 

 

El vigésimo quinto portón: la maledicencia.

Shá'ar Lashón Hará, continuación….

 

Una persona acostumbrada a utilizar su lengua para proferir adulaciones, maledicencia, burlas, mentiras y demás banalidades, decide un día apartarse y abstenerse de esa errada conducta, deberá erigir una barrera grande y sólida. Lo primero que debe hacer es: alejarse de los compañeros con los que suele compartir comentarios malintencionados y mentiras, pues mientras siga con ellos, no podrá abstenerse de seguir difamando a los demás, dado a que ellos seguirán hablando con él, como habitualmente lo hacen y él no podrá evitar caer de nuevo en el pecado.

 

Debe también, adoptar una conducta silenciosa en la mayoría de los casos, para formarse así el hábito del silencio. Y debe incrementar su estudio de Torá apartándose de las personas y relacionarse con aquellos piadosos que sólo hablan cuestiones de Torá y temor al Eterno. De esta manera debe comportarse durante un largo período y entonces hallará curación a su mal.

 

Está escrito: La muerte y la vida se hallan en manos de la lengua y quienes la aman comerán su fruto,[3] Ocurrió con el rey de Persia que enfermó y sus médicos le recetaron que el único remedio para aliviar su mal era bebiendo leche de leona. Entonces, uno de sus cortesanos se ofreció a traer el remedio. “Si su majestad me lo permite, debo llevar conmigo diez ovejas". El rey ordenó entregar los diez animales y el noble se dirigió a una cueva donde sabía que se ocultaban los leones. Dentro del cubil encontró a una leona amamantando a sus cachorros. El primer día se mantuvo a distancia y liberó a una de las ovejas, la cual fue devorada por la leona. El segundo día se acercó un poco más y le envió la segunda oveja... y así fue liberando sucesivamente las ovejas hasta que pudo acercarse lo suficiente a la leona e incluso jugar con ella, consiguiendo ordeñar su leche y emprendió su triunfal regreso.

 

A la mitad del camino, se recostó a descansar y soñó que las partes de su cuerpo discutían entre sí. Los pies dijeron: "Nosotros somos los más importantes entre los miembros, pues si no hubiéramos caminado hacia la cueva, no tendríamos ahora la leche de la leona". Las manos respondieron: "¡No! Nosotras somos las más importantes, pues ¿de qué hubiese servido llegar hasta la leona, si nosotras no la hubiésemos ordeñado?". Los ojos dijeron: "¡Se equivocan! Nosotros estamos por encima de todos ustedes, pues sin nosotros nada hubiese sido posible". El corazón saltó y dijo: "Nadie puede compararse conmigo, pues si no fuera por mi consejo ninguno de ustedes estaría aquí". Entonces la lengua enfrentó a todos y les dijo: "Ninguno se puede asemejar a mí, pues si yo no hubiera propuesto la misión, ¿quién la hubiese llevado a cabo?". Al escucharla, todos al unísono respondieron: "¿Cómo te atreves a compararte a nosotros?, eres la que menos participó, tú te encuentras encerrada en una cavidad lóbrega. ¡Mírate! ni siquiera tienes huesos que te sostengan como cualquiera de nosotros…". Ella les respondió: "Verán como yo los gobierno a todos". El hombre despertó y guardó para sí su sueño y continuó su camino hacia el palacio.

 

Al llegar, compareció ante el rey: "¡He traído ante su majestad la leche de perra que solicitó!". ¿Cómo dices? ¡Acaso pretendes burlarte de mí? Furioso, el rey ordenó que lo colgaran inmediatamente. Mientras conducían al cortesano al cadalso, los miembros del sentenciado comenzaron a lamentarse y entonces la lengua insinuó: "¿Acaso no les dije antes qué ante mí ninguno de ustedes tiene valor…? Ahora díganme, si los salvo, ¿me reconocerán todos como su rey?". Todos asintieron, y le dijo al verdugo: ''Regrésame al rey, tengo algo que decirle". Al hallarse ante la presencia del soberano le dijo: "Su majestad, ¿por qué me condenó a morir, acaso así se le retribuye a quienes le son fieles?". Le respondió el rey: "Pues me trajiste leche de perra". Y le contestó la lengua: "Si esta leche le trae curación, que diferencia tiene su procedencia; más aún, en mi familia a la leona la denominamos perra". Entonces los médicos tomaron un poco de la leche, la analizaron y comprobaron que efectivamente era leche de leona. Cuando el rey se curó ordenó que le perdonaran la vida y lo condecoraron. Los miembros del cuerpo reconocieron que la lengua es la reina y soberana sobre todos ellos. A esto se refiere el versículo: La muerte y la vida se hallan en manos de la lengua.[4] Por ello dijo el rey David: Cuidaré mis sendas para no pecar con mi lengua.[5]

 

Debe la persona habituar su lengua a hablar sobre la Torá y temor al Eterno, de reprender a quienes se hallen en el camino equivocado, así como educar a sus hijos en la senda de la observancia y el temor al Cielo. Consolar a los deudos y confortar y estimular a los menesterosos con palabras nobles. Hablar la verdad y entonar cánticos y alabanzas al Creador. Entonces será querido en la tierra y apreciado en los Cielos y su recompensa será abundante, aquella destinada a los hombres justos.

 

 

Haciendo una introspección

 

 

En su vejez, el Jafetz Jayim tenía dificultad para oír. El Rab Meir Shapiro, director de la Yeshivá de Lublín, en una ocasión le preguntó: “¿Por qué no va a ver a un doctor? Tal vez haya algo que se pueda hacer para ayudarlo”. El Jafetz Jayim respondió: “Gracias a la ayuda del Todopoderoso me ha sido posible evitar hablar Lashón Hará. Pero escuchar Lashón Hará depende de otros. Si alguien tiene algo importante que decirme, puede alzar su voz y yo lo escucho. Pero nadie vendrá a gritarme Lashón Hará en mis oídos.[6] ©Musarito semanal

 

 

 

“No hablar mal de nadie, es la mejor forma de hablar de ti”.

 

 

 

 

 

 

 

[1] Yomá 9b, Gitín 57b.

 

[2] Ver Debarim 27:25 y Erejín 15b.

 

[3] Mishlé 18:21.

 

[4] Shojar Tob 39:2-3.

 

[5] Tehilim 39:2.

 

[6] Cuide su palabra, Pág. 88; Rab Zelig Pliskin.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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