Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

El ser humano tiene una naturaleza inconstante. Debido a que está formado de elementos antagónicos, mismos que provocan que posea rasgos de carácter conflictivos, además en su marcha por la vida encuentra situaciones en las que requiere adaptarse a circunstancias variables, y todo esto lo impulsa a que sus actos sean habitualmente cambiantes: estos incluyen lo noble y lo indigno, lo justo y lo corrupto, lo bondadoso y lo perverso. Y de aquí surge la necesidad de los límites restrictivos que le impone la Torá y el comportamiento apropiado que instruyen los maestros del Musar.

 

Pues el instinto del corazón del hombre es malo desde su juventud.[1] Y puesto a que el hombre es deficiente en sus actos, dejándose arrastrar en ocasiones tras el consejo de su instinto maligno. Por tanto, el Creador, a causa de Su amor y compasión, le concedió al hombre la capacidad de corregir sus errores y restituir lo que dañó a través de su indolencia, otorgándole el atributo del arrepentimiento y el retorno hacia su innata esencia.

 

Hay personas que enferman por una deficiencia en el consumo de alimentos nutritivos y otros porque comieron alimentos perjudiciales para la salud. Si la enfermedad se produjo por la escasez de nutrientes, el modo de sanar es incrementando el consumo de alimentos y vitaminas apropiadas para su organismo. Más si su enfermedad se originó por comer alimentos que eran nocivos para él, el modo de recuperar la salud es absteniéndose de aquellos alimentos y consumiendo solamente los que sean aptos.

 

Esto se compara a la vida del hombre, si durante su existencia cometió alguna negligencia, descuidando alguna de las ordenes Divinas, debe arrepentirse y retomar la acción que abandonó, dedicándose presto y diligente a ello. Pero si infringió y cometió actos que el Creador prohibió, en primera instancia deberá abstenerse con firmeza de aquellos actos pecaminosos a los que estuvo habituado, cuidando de no reincidir en ellos, además de realizar los demás requerimientos de la Teshubá.[2] Mismos que iremos analizando del libro Orjot Tzadikim.

 

 

 

El vigésimo sexto portón: el arrepentimiento.

Shá'ar Hateshubá.

 

Así dijo Rabbí (Yojanán) [Levi]: Grande es el arrepentimiento (Teshubá), que llega hasta el Trono Celestial.[3] pues así está dicho: Retorna Israel hasta el Eterno, Tu Di-s.[4] Dijo Rabbí Akibá: Siete cosas fueron creadas previo al mundo, a saber: La Torá, la Teshubá, el Paraíso y el Infierno, el Trono Celestial, el sagrado Templo y el nombre del Mashíaj.[5]

 

¿Por qué estas siete cosas exclusivamente?

 

Has de saber que el mundo fue creado esencialmente para el hombre, pues a excepción de él, la existencia del mundo no tendría sentido. Él es quién posee la facultad de dominar a las bestias, animales, aves, peces y reptiles. Y siendo que la creación fundamentalmente fue hecha para el hombre, fue necesario que lo precediera la Torá, que es la que mantiene la existencia del mundo, como está escrito: De no ser por Mi pacto (la Torá), día y noche, no habría establecido las leyes de los Cielos y la Tierra.[6] Entonces fue necesario que la Torá precediera al mundo, pues es quien lo mantiene existiendo. Y ya que ella contiene preceptos positivos y abstenciones, así como castigos explícitos, era necesario que precediera la Teshubá, para darle la posibilidad a los transgresores de retomar a la senda del bien; dice el versículo: Pues no existe hombre justo en la tierra que haga el bien y no peque.[7] Si no existiera la Teshubá, en cuanto la generación incurriera en el pecado, tendría que ser eliminada junto con todo lo que poseen y también la tierra merecería ser azotada, como aconteció en Sodoma y es por esto que la Teshubá precedió al mundo.

 

Y tras haber creado la Torá y la Teshubá necesitó crear el Paraíso y el Infierno y el Trono Celestial, que son los lugares destinados a retribuirle al hombre todo cuanto haya hecho en este mundo. Y debido a que creó todo lo anterior, hubo de crear el sagrado Templo y el nombre del Mashíaj. Pues, en la época del mismo, la tierra se colmará de sabiduría y el mal instinto del hombre cesará y todos, tanto grandes como pequeños, creerán en el Eterno, con una fe absoluta. Y entonces, todos reconocerán en forma definitiva que la creación del mundo tiene como objetivo fundamental servir al Creador Exelso y por ello, adelantó el Señor las siete cosas mencionadas a la creación del mundo.

 

La permanencia del hombre en este mundo es muy corta, dijeron nuestros Sabios: como la sombra son nuestros días sobre la tierra.[8] No como la sombra de un muro ni como la sombra de un árbol, sino como la sombra de un pájaro que surca por el cielo velozmente.[9] Por tanto, el hombre debe procurar su Teshubá mientras todavía dispone de la plenitud de vigor, pues el servicio de la Torá y los preceptos, así como todas las virtudes que el hombre debe alcanzar, son muy numerosas. El tiempo es limitado y el trabajo es abundante, y aunque ponga todo su empeño, sólo estará alcanzando una diminuta parte de lo que tiene que lograr. Además, al retrasar la rectificación de sus errores, su instinto acrecienta y su corazón se endurece, el hábito le hará creer que sus transgresiones son algo permitido, y ya no podrá purificarse. Nadie conoce cuando abandonará el mundo y por lo tanto, el versículo nos advierte: En todo momento deben estar tus ropas limpias.[10] Si el hombre retrasa el retorno a la senda correcta, sus pecados se olvidarán con el tiempo y ya no se preocupará por los mismos como en un principio. Y por último, si consigue retornar en la ancianidad, no recibirá la misma recompensa por su Teshubá como si la hubiese hecho en su juventud, ya que sus inclinaciones se han debilitado y su retorno no tendrá el mismo valor que cuando gozaba de la plenitud de sus fuerzas.

 

 

Haciendo una introspección

 

 

En una ocasión, unos Abrejim pidieron al Rabbí Yizjak Blozer que les mostrara el camino de la Teshubá. El Rab les dijo: “Sucedió una vez que una persona se perdió en un bosque, cuando encontró a otro hombre le suplicó: ¿Podrías por favor indicarme como salgo de este lugar?”. El hombre lo miró y le preguntó: “¿Cuánto tiempo llevas perdido?”. “Dos días”, respondió. El hombre le replicó: “¡Yo llevo varias semanas aquí, y sigo perdido…! En ese instante, Rabí Yizjak Blozer alzó su voz y agregó: “¡Queridos alumno! Ustedes son jóvenes, y sólo llevan poco tiempo buscando el camino de la Teshubá en la vida. ¡Yo ya estoy muy anciano, y aún estoy buscando ese camino durante muchos años!  ¿Ustedes me piden que se los muestre...?” Mientras decía esto, tanto él como los que lo escuchaban estallaron en un llanto. Luego, el Rab concluyó: “Sin embargo, puedo ayudarlos en algo. Con mi experiencia y mi vejez, puedo decirles si están bien encaminados o no, y advertirles por dónde no deben transitar y por dónde sí, para encontrar el verdadero Camino de la Teshubá...[11]©Musarito semanal

 

 

 

“Rabí Akibá dijo: ‘Todo está previsto, pero el hombre es libre de escoger. El mundo es juzgado con misericordia, pero al final todo depende de nuestras acciones’”.[12]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 8:21.

 

[2] Jobot Halebabot, séptima sección; el arrepentimiento.

 

[3] Yomá 86a.

 

[4] Oshe'a 14:2.

 

[5] Pesajim 54a.

 

[6] Yermiyá 33:25.

 

[7] Kohélet 7:20.

 

[8] Dibré Hayamim 29:15.

 

[9] Bereshit Rabbá 96b.

 

[10] Kohélet 9:8.

 

[11] Extraído del libro Cojbé Or.

 

[12] Pirké Abot 3:15.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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