Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
El hombre debe reflexionar sobre la gran bondad del Creador, al haberle concedido el acceso a la sagrada Torá. La cual le fue otorgada para quitar su ceguera, borrar su ignorancia y llenar de luz sus ojos, y para que se pueda acercar a la voluntad del Eterno. Le ayuda a concebir correctamente a su Creador y a comprender su deber respecto a Él, lo cual le permite alcanzar la plenitud integral en ambos mundos. Y así está escrito: La Torá del Eterno es perfecta, restaura el alma. Los preceptos del Eterno son rectos y regocijan el corazón.[1]
El Todopoderoso es Quien despierta y estimula al hombre al estudio de la Torá. Le confiere la capacidad de entenderla y lo ayuda a cumplirla. Y a fin de cuentas, lo poco que pueda el hombre hacer para cumplir con su enorme obligación de gratitud ante Él, es correr y adherirse a Su Torá y apresurarse a aceptar Sus preceptos y prohibiciones.[2]
El vigésimo séptimo portón: La Torá.
Shá'ar HaTorá, continuación…
Todos los preceptos con sus respectivas explicaciones fueron entregados a Moshé en el Monte de Sinaí.[3] Toda la Torá fue escrita de puño y letra por nuestro maestro Moshé antes de morir, quien le entregó a cada una de las tribus de Israel una transcripción de esta. Una copia la guardó dentro del Tabernáculo como testimonio eterno.[4] El precepto, la interpretación oral (Torá Shebé al Pé), lo transmitió a Yehoshúa, a los ancianos y a todo el pueblo de Israel. Así se transmitió de generación en generación hasta la época de Rabbí Yehudá Hanasí. Él vio que el imperio romano crecía y extendía su influencia en todo el mundo, mientras que el pueblo de Israel era sometido y debía exiliarse por todos los confines de la tierra, al ver que el sistema de transmisión de la Torá Oral se estaba deteriorando, compiló la Mishná y sus alumnos redactaron la Sifrá y el Sifrí. Así mismo Rabbí Jiyá redactó la Tosefta, compendios e interpretaciones sobre la Mishná, eran los libros de consulta hasta la llegada de los Amoritas, ellos consideraron que se requerían las Toseftos y las Barraitot y así las redactaron. Aproximadamente tres siglos después de la destrucción del Segundo Templo, Rabbí Yójanan, quien habitaba en Jerusalem, compuso el Talmud Yerushalmi y un siglo después, Rab Ashí, quien habitaba en Babel, redactó el Talmud Babli. Estos dos Talmudim tienen por objeto interpretar los conceptos de la Mishná y descifrar en profundidad de sus explicaciones, así también reúne todas las Leyes que se instituyeron desde la época de Rbbí Yehudá hasta la redacción del mismo Talmud.
De entre ambos Talmudim, de la Tosefta, de la Sifrá, el Sifrí y las Barraitot, se obtiene la definición de todo lo que es prohibido y permitido. Lo que es puro e impuro. Lo que es apto y no apto. Allí se aclaran los distintos decretos que instituyeron los sabios y profetas que hubo en cada generación a fin de crear un marco para el cuidado de los preceptos de la Torá. En aquella época se contaba con una clara comprensión gracias a que poseían intelectos hábiles y el tiempo suficiente para profundizar y analizar los conceptos correctos sobre lo prohibido y lo permitido y en general sobre todas las leyes de la Torá.
Hoy, debido a nuestras faltas, se incrementaron nuestras angustias y disminuyó el estudio de la Torá y si no fuera por los comentarios de los exegetas, los dictámenes de los tribunales rabínicos y las interpretaciones de los comentaristas, nos resultaría muy difícil de comprender aun las cosas más básicas que emanan del maravilloso manantial de sabiduría Divina.
Haciendo una introspección
¡Qué afortunado es el 'Am Israel! Tenemos un manual que nos dirige detalladamente y nos indica qué hacer en cada circunstancia de nuestra vida, desde que abrimos nuestros ojos por la mañana hasta que nos vamos a dormir por la noche. Tenemos indicaciones para los días de la semana, Shabat y los días festivos. El Shulján 'Aruj es un compendio de todas las Leyes a las que estamos sometidos durante nuestras vidas. Además, existen obras que nos enseñan a “temer” al Creador, libros que nos llenan de fe y que nos instruyen acerca del comportamiento adecuado para cada situación y también para adquirir buenas cualidades.
Cada judío tiene la obligación de estudiar Torá, ya sea pobre o rico, sano o enfermo, joven o viejo. Incluso si es un pobre que deriva su sustento de la caridad, o si tiene obligaciones familiares con su esposa e hijos, debe todavía establecer tiempos fijos para el estudio de Torá -- tanto de día como de noche, como está escrito: …debes pensar en ella día y noche.[5]
Algunos de los grandes sabios de Israel fueron también leñadores, aguateros y hombres ciegos. A pesar de estas dificultades, se ocuparon del estudio de la Torá día y noche, y son parte de los que transmitieron la Torá en una cadena intacta desde los tiempos de Moshé.
Relató el Gaón Rabbí Leib, el hijo del Jafetz Jayim, autor del “Mishná Berurá”, obra literaria que trata sobre las leyes relativas a la oración, la sinagoga, el Shabat y las festividades judías. al ver a su padre inmerso y afanado en redactar y revisar cada texto de la magna obra le preguntó: “Padre ¿acaso sabrá y entenderá la gente de la generación que estudie en tus libros, cuánto esfuerzo y empeño invertiste en cada capítulo y capítulo?
El Jafetz Jayim le respondió: ¿Qué importa si me alaban o si saben valorar mi trabajo? Si me lo agradecen o no ¿qué beneficio o perjuicio puedo tener? ¿Acaso piensas que yo trabajo para que reconozcan lo que hice? Todo el objetivo de mi esfuerzo es por el honor del Creador, si estos libros cumplen esta finalidad será la mejor recompensa por el esfuerzo.[6] ©Musarito semanal
“Dichoso el que se esfuerza en la Torá y da satisfacción a su Creador.[7]
[1] Tehilim 19:8-9.
[2] Jobot Halebabot 8,3.
[3] Ver Shemot 24:12 y Berajot 5a.
[4] Debarim 31:26.
[5] Yehosu'a 1:8.
[6] Extraído de Pirké Abot, pág, 451; Rab Yaacob Muhafra.
[7] Berajot 17a
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