Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
¿Qué significa Yirat Shamayim? ¿Es miedo? ¿Es temor? Analicemos: Desde el punto de vista científico el miedo es un reflejo interno, un mecanismo de supervivencia y de defensa que poseen los seres vivos, para responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia. El temor, es un sentimiento hipotético, es la sospecha de que algo es malo o puede conllevar un efecto perjudicial o negativo. Mientras que el miedo es una emoción instintiva que protege la supervivencia de los seres ante un peligro real; el temor es privativo de los seres humanos, es una emoción creada por la mente, por la sospecha de un peligro inminente, a futuro o incluso a algo que sucedió en el pasado y le provoca inquietud o angustia, mismas que lo impulsan a evitar aquello que se considera dañoso, arriesgado o peligroso.
El temor es la esencia del libre albedrío. El libre albedrío es la habilidad de elegir entre el bien y el mal. Un temor, mal aplicado, puede debilitar, entorpecer y confundir al hombre. Bien aplicado, lo impulsa a aprovechar las oportunidades y a mantener la cordura y la compostura, lo inspira para crecer con fe, desarrollando las disciplinas de crecimiento personal. El temor al Creador es el atributo humano por excelencia, nos brinda la oportunidad de conducirnos con integridad del corazón, quiere decir, a servir al Señor con pureza de sentimiento, teniendo como finalidad el servirle fiel e incondicionalmente. Esto comprende, el ser integro en ética y conducta ante Él y ante nuestros semejantes y no siendo ambiguo o rutinario, sino que todo el corazón se entregue a Su servicio.
Y para conseguir esta valiosa meta se debe entender la realidad que Él es el Creador del universo, que Él lo dirige todo con sabiduría infinita. Al observar con detenimiento el armónico universo que Él creó, inclinamos la cabeza mostrando sumisión ante Su grandeza y además al apreciar la bonanza que nos prodiga adquirimos un amor tan profundo y gran temor y respeto por Su Excelsitud. Gracias al temor no se transgreden las prohibiciones y por el amor se cumplen las Mitzvot.[1] Sabremos que hemos encontrado el temor verdadero después que profundicemos en el estudio de la Torá, y sepamos entender y obedecer Sus preceptos y así podremos mostrar que vivimos subyugados a la Majestad Divina. El Eterno llamó al hombre y le preguntó: ¿dónde estás? Y él respondió: he oído tu voz en el jardín, y tuve miedo...[2]
El vigesimoctavo portón: El temor al Creador.
Shá'ar Ira′at Shamayim, continuación...
Todo depende del temor al Eterno, la misma Torá no es válida para el hombre si carece de temor al Todopoderoso, pues todo depende de ello. Debido a que este tipo de temor es sumamente profundo y para un hombre cuyo alcance intelectual es limitado y débil, y no posee la capacidad para comprender las cosas de manera profunda, debe procederse como con un niño al cual se le dan dulces y nueces para despertar el interés por el estudio y para estimularlo a superarse, aunque en un principio no conozca los beneficios y su única motivación sean los dulces, es un buen comienzo, pues en cuanto madure y comprenda los beneficios que conlleva el conocimiento, lo hará de una forma voluntaria. Empero, esta actitud se clasifica como interesada. Por ello el hombre no debe asemejarse al niño, sino debe buscar la verdad por la verdad misma, para lo cual se hace necesaria una inteligencia aguda y gran comprensión. Para tal fin es preciso que conozca todo lo referente al alma, su capacidad y sus facultades y entonces podrá comprender el principio fundamental.
Todo esto se asemeja a un príncipe de dos o tres años que fue raptado y conducido lejos del palacio a miles de kilómetros y creció y se educó como un simple campesino, totalmente ajeno a las cuestiones reales, pues desconocía su origen. Después de haber madurado, se acerca a él alguien que le revela su linaje y le dice: ¡Tú eres hijo del rey! Sin embargo, no le especificó de que rey. Entonces comenzó a sentir cierta arrogancia, empero no lo asumió totalmente pues desconocía quien era su padre. Posteriormente, otra persona le anuncia cuál es su reino y su país lo cual lo llena de orgullo y anhelo por dirigirse allí. Sin embargo, todavía siente cierto temor, pues piensa que aun dirigiéndose hacia allá no lo reconocerán. Más tarde, el mismo rey se entera del paradero de su hijo y envía emisarios de su propia familia para que identifiquen físicamente al príncipe. En dicha comitiva viajan también ministros quienes llevan consigo atuendos reales para vestir al príncipe y conducirlo nuevamente junto a su padre, el rey. Cuando llegan al lugar, tras identificarlo, le muestran el ropaje regio que trajeron para vestirlo, se hincha su corazón de orgullo y tras vestirse y montar el caballo que le enviara su padre, toma conciencia de su poder e influencia y se llena de soberbia.
Así sucede con el alma del ser humano. Ella es una princesa, insuflada en el hombre. Desde el Trono Celestial, llega al cuerpo, un terreno que es denigrante para ella. Un cuerpo lleno de deseos materiales y anhelos de placer. El alma llega para instalarse en el cuerpo, en medio de toda la lujuria material de éste, y olvida a su Padre Celestial. Cuando le enseñan cómo los cuerpos celestes, el sol, la luna cumplen su órbita ordenadamente y le dicen que ella fue creada por el mismo Creador que los Creó a ellos, comienza a sentir cierta elevación. Y cuando comienza a comprender los misterios de la Unicidad Divina, de la sabiduría espiritual, entonces se viste con el ropaje regio y se envuelve de reverencia al Eterno. Incluso las personas que desconocen todo esto, cuando meditan profundamente sobre todo lo superior y se percatan de la Magnificencia del Eterno, Bendito Sea, se imbuye su corazón de Temor a Él, como está escrito: Eleven a las alturas sus ojos y comprendan quién Ha creado todo esto. Es Él que saca con cuenta Sus ejércitos, a todos con un nombre los llama. Por el vigor y poder de Su fuerza, ninguno faltará.[3]
Haciendo una introspección
A la reina de Roma se le había perdido una joya muy valiosa, la cual Rabbí Shemuel Susarta había encontrado. La reina ofreció una digna recompensa a quien encontrare el objeto perdido y lo regresara dentro de los treinta días, pero a quien lo hiciera después de ese plazo, le cortarán la cabeza. Rabbí Shemuel esperó y regresó la joya después que venció el plazo. La reina le preguntó: “¿Acaso no te encontrabas en la ciudad y no escuchaste el anuncio público que ordené?”. Rabbí Shemuel le respondió: “Yo estaba en la ciudad y, en efecto, había escuchado el anuncio”. Le preguntó la reina: “Entonces, ¿por qué no la regresaste antes?”. Respondió Rabbí Shemuel: “Para que no se diga que debido a la amenaza regresé el objeto perdido, sino porque así lo ordenó el Eterno”. La reina quedó sorprendida ante sus palabras, y dijo: “¡Bendito sea el D-os de Israel!”.[4] ©Musarito semanal
“Si lo buscases como la plata, y lo escudriñases como buscando tesoros perdidos, entonces entenderías el temor de Hashem, y hallarías el temor del Eterno”.[5]
[1] Pele Yoetz; Rosh Hashaná.
[2] Bereshit 3:9.
[3] Yesha'yá 40:26.
[4] Talmud Yerushalmi.
[5] Mishlé 2:4-5.
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