Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

Está escrito en el Talmud: Todo depende del Cielo menos el Temor Divino.[1] El Todopoderoso es el causante de todas las causas, dirige todo el mundo con mano fuerte y de acuerdo con lo que pronuncia Su boca, de manera que la salud, la manutención y todas las cuestiones de la vida dependen de la mano del Creador. Pero hay un único aspecto en el cual no dependemos de Su mano, sino que se establece de acuerdo al trabajo personal de cada ser humano: El temor al Eterno. Está escrito: ¿Qué te pide el Eterno, fuera de que Le temas?.[2] Es decir, le pide al hombre que trabaje sobre sí mismo y sobre el temor al Eterno y ésa es la clave para lograr crecer en el estudio de la Torá, en el cumplimiento de las Mitzvot y en todos los ámbitos de la vida: Si una persona teme al Eterno, entonces todo está bien. Si una persona no teme al Eterno, entonces realmente tiene motivos para estar atemorizada.[3]

 

 

 

El vigesimoctavo portón: El temor al Creador.

Shá'ar Ira′at Shamayim, continuación...

 

 

No hay nada en el mundo que se compare con el temor reverente del Cielo: ni objetos, ni perlas, ni plata, ni oro, ni joyas o gemas preciosas, ni cualquier otro valor, todo es prácticamente nulo comparado con el temor del Santo Bendito. Y así como los seres humanos se esfuerzan y procuran hasta lo imposible para atesorar riquezas como las de los reyes, así son los anhelos del hombre. ¡Quién no desea atesorar aquello que el Creador mismo almacena!

 

Nuestro organismo está pleno de sabiduría, el cual inexorablemente pudo ser solamente concebido y creado por un Ente Superior, quien está presente de manera explícita en cada milímetro de nuestros cuerpos. El hígado se halla repleto de sangre,[4] en ella se sitúa el Néfesh (ánima), de donde brotan los deseos por la comida, la bebida y el placer; se encuentra lleno de sangre y despierta el apetito de saciarlo con delicias, placeres y deleites.[5] El Rúaj (espíritu) es lo que provoca que el corazón del hombre desee el poder y que se enorgullezca, lo convierte en un ser altivo y vanidoso. En el cerebro habita la Neshamá (el alma), es la poseedora de la sabiduría del hombre, es similar [en su relativa proporción] al honor de su Creador, por lo que desprecia los deleites mundanos, junto con sus vanidades y diversiones, pues toda su ambición se dirige al saber y al conocimiento, y todo su anhelo es servir al Señor, Bendito Sea, con temor.

 

La Neshamá se preocupa más por el final que por el presente, cavila constantemente acerca de cuándo el cuerpo muera y se deteriore. Durante su estancia en este mundo, ansía retornar pura delante de Quién la creó y la introdujo en el cuerpo. Mientras que el Néfesh y el Rúaj aspiran los placeres, buscan hablar vanidades y brindar satisfacciones al cuerpo como: incrementar riquezas, comer, beber, alegrarse y hacer todo cuanto les plazca; es la Neshamá quien intenta detener dichas lujurias y les dice: “¿De qué le sirven al hombre todos sus esfuerzos si en un momento puede dejar de existir? ¡No pierdan el tiempo! El cuerpo se descompone y entonces toda su fuerza y belleza desaparecerán…”. Al morir el cuerpo, mueren también el Nefesh y el Ruaj,[6] y persiste sólo el alma superior e inteligente, y el único bien es el haber servido al Creador, el haberse apegado a Sus caminos con integridad de corazón y voluntad del alma: Y el espíritu retorna al Eterno que lo concedió.[7]

 

Empero, si el hombre no escucha a su Neshamá, entonces los miembros libran un enfrentamiento, si el Néfesh y el Rúaj se imponen, el alma se debilita y ya no puede enfrentarlos. Por esto, quien se dedique permanentemente a la comida y la bebida, no adquirirá saber. No obstante, si el alma impera sobre los otros, sus ojos se abren y comprenden la sabiduría suprema, suficiente razón para que la Neshamá se encargue de debilitar al Rúaj, de donde se derivan el enojo y el orgullo, y al Néfesh, de donde proviene el deseo. Así cuando la Neshamá predomina con sabiduría, entonces puede conducir a la modestia, y desde esta posición le será más fácil escalar hacia el temor del Eterno.

 

 Cuando el alma logra anidar en el corazón del hombre, consigue despertar el temor, pues allí se originan los pensamientos y éstos se elevan y crecen en el corazón, de la misma manera en que se elevan y crecen las olas en el mar. La Neshamá examina y medita sobre todas las obras, y el corazón se expande ampliamente con sabiduría, prestando atención a muchas cosas con su visión. Al hombre le fue concedido el saber y la inteligencia, recuerda su pasado para proyectar su futuro. Con esta inteligencia recluta ejércitos y los entrena, apresta a los héroes para triunfar con su gobierno y juzgar a su pueblo. Con la misma inteligencia inventa ruedas y molinos para moler sin esfuerzo. Extiende redes en las profundidades del mar y de los ríos para pescar toda clase de peces. Con esa misma inteligencia caza animales y fieras salvajes y atrapa aves que surcan los cielos. Con ella comprende y reconoce las enfermedades del cuerpo y su curación. Distingue entre los distintos elementos aquellos que son positivos y los negativos. Reconoce las raíces y los distintos tipos de frutos, cálidos, fríos, secos, etc., y así aprende a nutrir su cuerpo para mantenerlo sano y fuerte.

 

De todo lo anterior podemos concluir la grandeza del ser humano, a quien el Creador lo ha encumbrado por sobre todos los demás seres terrestres y le encomendó el poder de gobernarlas. La boca carece de la capacidad de relatar las innumerables actividades del hombre en el mundo terrenal. A pesar de que su cuerpo anda sobre la tierra al igual que los animales rastreros, su alma camina por el mundo supremo gracias a su abundante sabiduría, donde contempla y adquiere la ciencia de los mundos supremos y la sabiduría de los firmamentos. Comprende los movimientos de los cuerpos celestes y sus dimensiones. Aunque su cuerpo es sumamente pequeño, su alma es inmensa y grandiosa, aun mas que los cielos y la tierra, porque conoce su extensión y su altura, y le ayuda a comprender todas las ciencias, todo cabe dentro del alma y por ello es que puede entenderlo, ya que no se podría verter el mar en un vaso pequeño.

 

Ahora, al ver que el hombre puede comprender con su inteligencia tanto el mundo superior como el inferior, es propio, pues, que cada persona reflexione y piense para qué el Creador le concedió todo este saber. La respuesta puede ser: para que sepa servir al Eterno con todo el corazón, pues al comprender reconoce las maravillas del Creador, asume que debe someter su cuerpo a la Neshamá, pues todo ese inmenso saber sólo surge del alma.   ©Musarito semanal

 

 

 

“Rabbí Elazar Ben Azariá dijo: ‘Donde no hay sapiencia no hay temor del Eterno, y donde no hay temor del Eterno no hay sapiencia’”.[8]

 

 

 

 

 

[1] Berajot 33b.

 

[2] Debarim 10:12.

 

[3] El Rabbí de Karlín.

 

[4] La sangre es el alma, (fuerza vital), Debarim 12:23.

 

[5] El alma saciada desprecia la miel. Mishlé 27:7.

 

[6] Ver Yejezkél 18:4.

 

[7] Kohélet 12:7.

 

[8] Pirké Abot 3:17.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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