Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)

 

 

Con este capítulo concluimos el estudio de las veintiocho secciones del libro Orjot Tzadikim. Procuramos extraer de esta monumental obra las maravillosas enseñanzas de Musar en su sentido más puro. Rogamos al Creador que hayamos transmitido los principios y valores de ética y moral, tal y como los quiso plasmar el autor del libro. Y agradezco infinitamente a la Providencia misericordiosa por el privilegio que me ha conferido de presentar esta extraordinaria obra y ojalá que haya sido útil y práctica para todos nuestros lectores.

 

El vigesimoctavo portón: El temor al Creador.

Shá'ar Ira′at Shamayim, continuación...

 

Siendo que el hombre posee una ínfima similitud con el Creador. También la constitución de su cuerpo se asemeja al universo entero. Le formó un cráneo, así como existe una bóveda celeste por sobre el firmamento. Le creó un paladar superior donde implantó los dientes, a semejanza de la atmósfera terrestre. Y así como el firmamento se divide entre las aguas superiores e inferiores, el paladar se divide entre la masa encefálica y la boca. Y así como el Eterno hizo posar su Divinidad en los cielos superiores que extiende sobre las aguas,[1] de la misma forma insufló el espíritu de vida del hombre, y su capacidad racional en la corteza cerebral. Y así como ubicó el cerebro humano en la parte posterior de la cabeza, también colocó allí el espíritu de vida. Y así como todo el mundo se mantiene y desarrolla por la fuerza de un solo Ser Supremo, también todo el cuerpo se mantiene y es dirigido por la fuerza de ese espíritu divino con lo que lo dotó el Señor. Y así como implantó en el firmamento del cielo dos luminarias y cinco estrellas, similarmente creó siete siervos en la cabeza del hombre: dos ojos, dos oídos, dos fosas nasales y una boca. Y así como extendió la tierra sobre las aguas, también extendió las membranas carnosas sobre el hígado, estómago, intestinos y bazo. Y así como existe un espacio entre los cielos y la tierra, también el cuerpo humano fue creado con un tórax y un cuerpo. Y así como sopla el viento entre el espacio del mundo, así oxigenan los pulmones al cuerpo entero. Y así como extendió la tierra sobre las aguas, también extendió y recubrió con un manto de carne el hígado y el estómago, el vientre y el páncreas.

 

Y así como el Todopoderoso creó aves, peces, animales y bestias, unos inofensivos y otros más crueles, quienes manifiestan ferocidad para cazar y devorar a otras especies; lo mismo creó entre los hombres, personas buenas quienes se asemejan a las aves y los animales dóciles,[2] y también hay hombres malos, quienes se asemejan a las fieras predadoras.[3] En el mundo hay árboles, plantas y frutas buenas y otras que son dañinas, hay las que tienen buen aroma y frutos buenos que pueden ser utilizados para el sustento del cuerpo y para sanarlo, pero también hay hierbas, raíces y frutos que provocan incluso la muerte, como ciertas hierbas venenosas y algunos cactos. Los buenos hombres son comparados con la buena vegetación,[4] y los impíos se asemejan a la mala vegetación.[5] Y así como hizo debajo de la tierra abismos, pantanos y fuego, también hizo en el hombre un estómago e intestinos, para que reciban la comida, la bebida y la procesen con los jugos gástricos. Y así como se arrastran en el barro todo tipo de criaturas rastreras, lo mismo pasa con los restos de alimento que son propulsados hasta que son desechados. Y así como hay grandes cuerpos de agua en el mundo, también en el hombre fue creado el sistema urinario. Y así como creó los ríos para anegar el mundo, también creó en el cuerpo humano las arterias que conducen la sangre a todo el cuerpo. Y así como existen en el mundo aguas cristalinas y aguas turbias, dulces y saladas, de la misma forma en el hombre se producen distintas secreciones. Y así como en el mundo hay vientos tanto fríos como cálidos, también en el hombre, cuando abre su boca expele un aire cálido, pero cuando cierra la boca y aspira el aire es frío.

 

Y así como en el mundo existen cordilleras, también el hombre posee en la parte superior de su cuerpo, los hombros, las articulaciones en los brazos, las piernas y las prominencias de las caderas y todas las demás articulaciones. Y así como creó en el mundo todo tipo de rocas y piedras fuertes y duras, también creó en el ser humano los dientes y las mandíbulas que poseen mayor poder que muchos huesos. Y así como creó todo tipo de árboles, algunos fuertes y otros débiles, también en el hombre existen huesos sólidos y otros blandos. Y así como creó suelo duro y espeso, y en otros lados creó suelo suave y fértil, también en el hombre creó tejidos a similitud de la tierra dura que simulan los músculos y la piel que simula la tierra blanda. Y así como creó el espacio sideral en el que se hallan todos los cuerpos celestes, también creó en el hombre la médula que se halla en el interior de los huesos y la estructura de las costillas que se extienden en el tronco y lo sostienen. Así como hay en el año calendario trescientos sesenta y cinco días, también en el hombre existen trescientos sesenta y cinco arterias.

 

En conclusión, la creación del mundo y de las esferas celestiales se halla resumida en escala diminuta en el hombre. Y aquél que conozca los misterios de estos temas, entenderá las maravillas que creó el Eterno. Por eso se denomina al hombre “un microcosmos”, pues su humanidad refleja tanto el mundo superior como el inferior. Y por eso le fue insuflada un alma, que se asemeja minúsculamente a Su Creador, como lo expresa el rey David,[6] por ello, es apropiado que el alma, que posee todas estas particularidades, alabe a su Creador, que posee características similares.

 

El alma medita en Quien la creó, y entonces, se viste de humildad y temor al Eterno. Por eso el hombre debe verse a sí mismo y comprender quién es, cuáles son sus orígenes, cómo fue creado de una gota hedionda y posteriormente se convirtió en un trozo de carne al que le fue insuflado un espíritu de las alturas. Fue labrado con huesos y arterias, sangre y un cerebro; todo revestido con carne y piel. Fue dotado con un rostro y facciones. Medita en cómo sus fosas nasales le permiten respirar y deleitarse con los aromas, posee oídos para escuchar y ojos para ver los distintos colores del universo; tiene pestañas, boca, garganta, paladar y lengua; labios para abrir y cerrar, mandíbulas y las extremidades superiores e inferiores y todo el tronco de su cuerpo, dedos con articulaciones y uñas. Reflexiona cómo cada ser es distinto de otros, cómo permaneció durante nueve meses en el vientre materno y posteriormente salió desnudo, sin equilibrio, ciego, sordo e indefenso.

 

Piensa el alma en todo esto y se dice: ¿Quién abrió esta boca, los ojos y los oídos? ¿Quién le dio las facultades a este cuerpo? ¿Quién dio color a este cabello durante los días de juventud? Y aun si lo hubiese lavado con lejía, no se hubiera blanqueado, y sin embargo en la vejez, sólo se blanquea. Alberga estos pensamientos para que seas humilde y modesto y para que tengas un auténtico temor al Creador.

 

Tras haber estudiado los principales atributos a los que el hombre debe aspirar, la conclusión del Orjot Tzadikim es la siguiente: ©Musarito semanal

 

 

 

“Teme al Eterno y guarda Sus mandamientos, porque ello es la finalidad del hombre”.[7]

 

 

 

 

 

 

 

[1] Tehilim 104:3.

 

[2] Shir HaShirim 5:2.

 

[3] Tehilim 17:12.

 

[4] Shir HaShirim 2:2-3.

 

[5] Shemuel II 23:6.

 

[6] Ver Vayikrá Rabbá 4:8, Yirmiyá 23:24, Yesha'ayá 46:4, Tehilim 102:27, etc.

 

[7] Kohélet 12:13.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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