Orjot Tzadikim (Las sendas de los justos)
Dicen los Jajamim: Quien es descarado, finalmente tropieza con el pecado. Es decir, la vergüenza es una especie de freno que funciona ante la transgresión, y cuando el hombre no se comporta con vergüenza, ya nada lo detiene. Así también ocurre en la sociedad, el primero que peca quiebra la valla de la vergüenza, es mal visto, empero el que le sigue, ya no siente que hizo algo tan malo, el tercero justifica aún más su actuar hasta que al final la valla desaparece. Este es uno de los motivos por lo que se considera tan grave la transgresión de Jilul HaShem (profanar el Nombre Divino). Pues quien transgrede en público aminora el temor al pecado, y la vergüenza natural a cometer faltas, por lo que provoca que otros también aminoren en el temor al Cielo y también tropiecen.[1]
El cuarto portón: el descaro.
Shá'ar Ha'Azut
El ser descarado es una condición sumamente negativa en todas expresiones. Ella es la antítesis de la vergüenza, pues con la vergüenza el hombre se vuelve tolerante, paciente y benévolo y sabe renunciar a su honor para perdonar; empero el descarado enfrenta a las personas y no se ruboriza ante nadie, lo cual conduce a cometer todo tipo de malas acciones sin avergonzarse, será testarudo y arrogante, manifestará su rebeldía haciendo oídos sordos a quienes lo reprendan debido a su desfachatez obligándole a permanecer en su torcida conducta. Sobre ellos está dicho: Y endurecieron su rostro más que la roca, negándose a retornar.[2]
De todas las virtudes negativas, el descaro es la más lamentable. Cuánto más se aferra el hombre a esta, éste se vuelve repudiable ante la sociedad, aun si se tratase de una persona inteligente. Además, los males que se derivan son múltiples, pues este mal lo conduce ineludiblemente a la discordia, el odio y la envidia de los demás. Es tan enfermiza que podría llegar a negar la Unicidad Divina, no reverenciará a los mayores, ni se apiadará de los ancianos, avergonzará a los indigentes y a sus propios compañeros en público. Y más aún ridiculiza a sus maestros y los enfrentará con descaro. Todas las prohibiciones de la Torá serán irrelevantes ante sus ojos y por tanto las transgredirá siempre con relación a su grado de desfachatez, y seguirá acumulando transgresiones mientras se mantendrá considerándose un hombre justo. La conducta del descarado se halla sumamente lejana del arrepentimiento.
Sobre esta conducta es que nosotros expiamos diariamente diciendo: “¡No somos tan insolentes ni testarudos para decir ante Ti, oh Eterno! Somos justos y no pecamos; empero pecamos nosotros y nuestros padres…”. Y sobre el hombre que acepta y reconoce sus errores está escrito: El que confiesa sus transgresiones y las abandona será apiadado.[3] Y por el contrario, sobre el perverso que afirma no haber cometido desobediencia alguna dice: He aquí Yo te juzgo por decir, no pequé.[4]
Debe el hombre dominar esta condición y someterla en las situaciones negativas, superándola con todas sus fuerzas, ya que es sumamente difícil escapar de ella sin grandes esfuerzos, para evitarla cuando signifique un pecado y utilizarla cuando ello le valga una recompensa.
Haciendo una introspección
La Torá nos relata un suceso con dos personajes: Pinejás, quien pertenecía a la tribu de Leví y Zimrí de la tribu de Shimón. Ambos cometieron un acto arrogante, sin embargo, el desenlace y la retribución en la historia de cada uno de ellos fue muy distinta...
Los hijos de Israel habían caído en la trampa que Balak, el rey de Midián les había tendido. Incluso Zimrí Ben Salú, príncipe de la Tribu de Shim'ón quien se atrevió a mostrarse públicamente con Kozbí Bat Ztur la princesa, en un acto insolente y desafiante, cometió adulterio ante de Moshé y delante de todo el Pueblo, generando que se encendiera la Ira del Eterno y provocando una plaga que mató a 24,000 personas.
Pinejás vio la insolencia que se cometía en contra del honor de su Padre Celestial y en un momento de arrojo valiente y heroico, ajustició con su lanza a los adúlteros y los mostró ante todo el campamento de Israel. Acto que sirvió de advertencia a todo aquel que intentara continuar con semejante villanía.
Aunque actuó osadamente sin consultar a Moshé, Aharón o a los setenta ancianos, quienes se encontraban presentes, no se le consideró como desacato, por el contrario, recibió la recompensa que no alcanzó hombre alguno sobre la faz de la tierra: el sacerdocio eterno: porque vengó Mi venganza dentro de ellos (en medio del Campamento de Israel), y no exterminé a los Hijos de Israel con Mi venganza. Y como recompensa recibió Su Pacto eterno, de Paz.[5]
Pinejás y Zimbrí, ambos actuaron temerariamente, lo que diferenció la retribución que recibió cada uno de ellos fue lo que motivó su actitud: Pinejás tomó la decisión por su propia cuenta, a pesar que arriesgó su propia vida; primero porque los soldados de la Tribu de Shim'ón custodiaban a su líder y además porque pudo ser acusado de “no enseñar una Halajá (Ley) en presencia de su Rab, acción que es penada con la muerte.[6] Solamente el Todopoderoso quien conoce los pensamientos e intenciones del hombre, sabía que Pinejás intervino puramente en salvar al pueblo de Israel de la mortandad, entregándose a sí mismo por el celo del Nombre de su Creador. En cambio, Zimbrí estaba sometido por su deseo de placeres inmorales. La iniciativa de cada uno de ellos fue la que marcó la diferencia en el desenlace de la historia.
La enseñanza que podemos obtener de este hecho es que nuestros pensamientos alimentan nuestra pasión y nos proveen del coraje para luchar por nuestros objetivos. El temor al fracaso opaca nuestra iniciativa y capacidad para hacer las cosas. La pasión es una elección. Hay momentos en la vida que hay que actuar con ímpetu y valentía. La motivación puede apasionar más cuando el hombre se concentra solamente en la meta a alcanzar. La emoción, la determinación, el compromiso marchan juntos, sin embargo, existe un ingrediente más y no es menos importante que los demás, es la intención que uno invierte en cada acción.
El futuro y los resultados de cada acto ya están previstos desde la creación del mundo, lo que el Creador espera de nosotros es la decisión y la pasión con la que hacemos las cosas. Con paciencia, creatividad, humildad, persistencia, plegaria y una intención clara de cumplir con Su voluntad, seguramente que llegaremos a cumplir con la asignación con la que cada uno de nosotros llegó a este mundo…©Musarito semanal
“No me pregunto si soy capaz de alcanzar esta meta, sino si estoy obligado a hacerlo. Ya que, si estoy obligado a hacer algo, entonces quiere decir que soy capaz de hacerlo”.[7]
[1] Extraído de la revista Pájad David; Perashat Kedoshim.
[2] Yirmiyá 5:3.
[3] Mishlé 28:13.
[4] Yirmiyá 2:35.
[5] Bemidbar 25:11.
[6] Ver Yerushalmi, Guitín 1b.
[7] Debé Eliahu, Zotá 2; Hameir Ledavid.
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