prohibido mover la cerca que demarca la Torá
“No harás retroceder el límite de tu prójimo…” (19:14).
Una de las prohibiciones que se enumeran en esta Perashá es la de mover los postes que delimitan la propiedad en forma fraudulenta, para extender el predio. Quien lo hace transgrede la prohibición de mover la frontera, además del mandamiento de no robar.
Este fue uno de los pecados que causó la destrucción del primer Bet HaMikdash. En esos tiempos había gente que solía delimitar —y reducir— la propiedad de un hombre pobre corriendo sus marcas de límite, cada vez más y más, hasta que invadían por completo y desterraban al hombre pobre de su propiedad. Yeshayahu, el profeta, les advirtió: “¡Ay de los que añaden una casa a otra y agregan un campo a otro campo!”.[1]
Además, la prohibición de mover el límite tiene un significado más amplio: cada yehudí debe aceptar lo que Hashem le asignó. Si no tiene tierras, debe agradecer. Si tiene pocas, debe agradecer. Si no las tiene donde él quisiera, también debe agradecer. Debemos hacer conciencia de que todo cuanto poseemos es lo mejor para nosotros, nos guste o no. Al anhelar lo que es de otros, demostramos que no estamos de acuerdo con el dictamen de Hashem; o aún peor, podemos pensar que las cosas se dan por aras del destino, lo cual significa negar que Hashem dirige el mundo.
En una comunidad de Túnez sucedió que un árabe viajó y, al cabo de unas semanas, cuando regresó, se encontró con que su vecino había invadido su terreno en una gran parte. Los postes que había clavados en la tierra para delimitar su terreno habían desaparecido, y no tenía idea de dónde empezaban y acababan los límites originales. Por supuesto, el vecino que se quedó decía que el terreno siempre había estado de esa manera.
Fueron a juicio en un tribunal musulmán, pero el juez y el shej se declararon incompetentes, dado que no había pruebas de que el viajero tuviera la razón, y además sospechaban que el otro vecino no estaba diciendo la verdad. El asunto pasó a manos del rey.
El monarca, al ver que el litigio se presentaba como demasiado difícil de resolver, recordó al jajam de los judíos y le mandó decir que pedía su intervención. Los dos árabes se presentaron frente a Rab Itzjak Taieb y expusieron sus argumentos. Después de escucharlos, preguntó el Rab al vecino viajero si en su casa tenía una mula con la que hacía sus trabajos. El árabe contestó afirmativamente. “¿Cuánto tiempo hace que la tienes?”, quiso saber el Rab. “Muchos años”, respondió el árabe. “Vamos todos al terreno”, propuso el Rab. Y agregó: “Trae esa mula con nosotros”.
Cuando llegaron a la propiedad, el Rab dijo al árabe que llevara a la mula hasta la puerta de su casa y que la soltara. Los presentes allí no entendían nada. Sin embargo, confiaban en la astucia del Rab y se apresuraron a ejecutar su orden. La mula comenzó a caminar hasta que se detuvo en cierto punto. Era justo donde el vecino viajero decía que llegaba su propiedad. Es sabido que una mula no invade terreno ajeno y sólo camina por el que pertenece a su dueño.
El Rab ordenó cavar en el lugar donde la mula se había detenido y, en efecto, encontraron parte de los postes que habían estado enterrados allí, marcando el límite de los terrenos. El árabe se quedó impresionado ante la inteligencia de Rab Itzjak Taieb. En reconocimiento a su intervención, al día siguiente del juicio apareció en la casa del Rab con un regalo muy valioso. El Gaón dijo al árabe: “Te agradezco mucho, pero no puedo aceptarlo. Si hubiese recibido todos los regalos que ha querido darme la gente con la que traté, no hubiese podido emitir ni un juicio como el de ayer...”.[2] Le otorga (Hashem) sabiduría a los que se esfuerzan en obtenerla.[3]
De esta historia podemos obtener una enseñanza simbólica: Hashem envía a la persona al Mundo con un propósito; nos otorga todo lo necesario para cumplir con nuestra misión. Nos entrega el “manual”, que es la Torá, donde viene especificado lo que Hashem pide de nosotros para llegar a la meta. En este documento vienen también indicados los límites hasta donde podemos llegar, lo que podemos hacer y lo que no, y lo que podemos comer; cuándo podemos hacer cierta acción y cuándo no.
Con el correr del tiempo, la persona intenta “pasarse de viva” y, pensando que el dueño de la finca no lo observa, va y mueve los cercos. “¡Ya, por favor! Esto, ¿qué tiene de malo? ¡No sean tan exagerados…!”, decimos. Entonces, tiene que venir el Juez (Hashem) y, para las cosas a su lugar, trae un burro (Isajar fue comparado con el burro, ya que carga con todo el peso y la responsabilidad de estudiar Torá para mostrar al pueblo la forma correcta de cumplir lo que está escrito en ella) para que marque de nuevo los límites. Habrá gente que diga: “Y esto, ¿por qué debo cumplirlo, si no está escrito? ¡Muéstrame dónde lo dice y entonces lo cumplo…!”.
Una ciudad está construida en la cima de una montaña. Está delimitada por un profundo despeñadero. Cierto día, uno de los ciudadanos despierta con la iniciativa de poner una cerca de seguridad, para evitar que las personas se acerquen demasiado al borde y, sin darse cuenta, caigan al precipicio. ¿Acaso alguien se quejará de que esta persona esté limitando su libertad de movimiento, al reducir la probabilidad de que caiga al precipicio y muera? Cuántas veces oímos decir, a aquellos que no comprenden la verdadera naturaleza de la legislación rabínica, que los Jajamim restringieron nuestra vida con leyes y prohibiciones adicionales. La persona que entiende la gravedad de transgredir la ley de la Torá, los devastadores efectos que tal acción tendrá en su alma y en su vida eterna, se siente mucho más segura al saber que se erigieron vallas de seguridad para evitar que caiga en el precipicio espiritual.[4]©Musarito semanal
“Cuidarán Mi ordenanza:[5] se refiere a que la persona debe hacer vallas de prevención para no pecar.”[6]
[1] Yeshayahu 5:8.
[2] Maasé Abotenu; Revista “Or Torá”, Rab Rafael Freue.
[3] Daniel 2:21.
[4] Rab Zeev Leff.
[5] Vayikrá 18:30.
[6] Moed Katán 5a.
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