Haz de tu corazón un Santuario

 

 

“Harán un Santuario para Mi” (25:8).

 

 

Luego de que Israel recibió los mandamientos al pie del monte Sinaí, sube Moshé al Cielo y aprende toda la Torá. Mientras tanto, el pueblo yergue un becerro de oro. Desciende Moshé del monte con las dos tablas que contenían los Diez Mandamientos, las rompe a la vista del pueblo y juzga a los culpables del hecho. Al día siguiente sube Moshé de nuevo a pedir perdón ante Hashem por el pecado de idolatría. Hashem le dice que baje a esculpir unas nuevas tablas y que suba con ellas al monte. Sube Moshé por tercera vez y desciende el día de Kipur con las tablas nuevas y el perdón de Hashem para Israel. Harán para Mí un lugar sagrado y habitaré entre ustedes.

 

Dice el Midrash que tres Jajamim discutían sobre qué versículo podría resumir toda la Torá. Ellos eran: Ben Zomá, Ben Nanás y Ben Pazí. Ben Zomá decía: Escucha, oh Israel. Hashem es nuestro Dios, Hashem será Uno.[1] Para Ben Nanás era: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.[2] Según Ben Pazí, la Torá puede sintetizarse en el versículo: Ofrecerás una oveja por la mañana, y la segunda oveja la ofrecerás por la tarde.[3]

 

Dictaminó Rabí Yehudá Hanasí que la Halajá quedó como dijo Ben Pazí. Basó su dictamen en el versículo: Como todo lo que Yo te muestro, así harán el Mishkán (Santuario), y todos los objetos necesarios para el Mishkán.[4] Tenemos tres opiniones diferentes y vemos que Ribí, la máxima autoridad, deliberó a favor de uno de ellos. ¿Cuál es el punto de discusión entre estos tres Rabanim?

 

Ben Zomá dijo que en el Shemá Israel está sintetizado el fundamento del judaísmo: la creencia en un solo Dios y que es nuestro Dios. Es el versículo que aprendemos desde la cuna, las palabras con las cuales toda madre judía despide a su hijo antes de irse a dormir. Es la última frase que pronuncia el yehudí antes de partir de este mundo…

 

Ben Nanás dijo que el versículo que compendia toda la Torá es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Él es de la idea que, si bien el conocimiento de Hashem es fundamental, la parte social también es un tema de suma importancia. El ser humano, el yehudí, requiere de los demás para desempeñar su misión. Es imposible cumplir la Torá en soledad; para poder cumplir con lo que estudia, sólo puede hacerlo con los demás.

 

Ben Pazí dijo que el versículo que puede condensar toda la Torá es el que nos dice: Harás el sacrificio obligatorio de todos los días. Cuando teníamos el Miishkán o el Bet Hamikdash, sacrificaban diariamente dos korbanot, una oveja por la mañana y otra por la tarde. Uno de los motivos que ofrecen los Jajamim para esto es que la palabra korbán (sacrificio) proviene de la raíz “kirbá”, que significa “acercarse”. Toda la Torá que estudiamos, las mitzvot que cumplimos, las tefilot que hacemos, tienen una sola finalidad: ¡acercarse a Hashem! Esto es lo que quiso enfatizar Ben Pazí: ofrecer una oveja por la mañana y otra por la tarde significa servir a Hashem en los momentos en que todo pinta bien, en que todo es claro y exitoso. Esto representa a la luz de la mañana. Pero cuando las cosas no van bien, cuando los contratiempos superan los buenos momentos se compara al atardecer. También en estas situaciones debemos alabar y agradecer a Hashem. Si prosperamos, le agradecemos; si tenemos que estar afligidos, sufriremos con paciencia. Proclamamos por la mañana Su benevolencia y Su lealtad en las noches.[5]

 

Ahora comprendemos por qué Ribí afirmó que las palabras de Ben Pazí son más precisas; al comienzo de nuestra perashá nos relata la construcción del Mishkán, un lugar sagrado en el que todo: las paredes, los utensilios, la ropa, era para que al final pudiera hacerse el sacrificio sobre el altar y nos muestre cómo cada paso que damos, cada cosa que hacemos, puede acercarnos más y más a Hashem.[6] Y los preparados irradiarán luz como el brillo del Cielo.[7] Sabrás que tu alma desea acercarse al Creador cuando tu ser rebose de amor a Hashem y se alegre por estar unido a Él; no como aquel siervo que trabaja para su amo contra su voluntad, sino con un amor intenso que arde dentro, que empuja a servirle activamente y a cumplir Su voluntad con alegría.[8] Un yehudí fiel expresa su amor desmesurado entregándose en cuerpo y alma; invertirá todos sus recursos para la santificación de Su Nombre y sólo buscará cómo intensificar su amor y fe en Él.

 

Los súbditos se sentían comprometidos con el rey debido a su preocupación por sus habitantes. Decidieron confeccionar una estupenda y exclusiva corona que fuera engarzada con piedras preciosas de la mejor calidad.

 

Al frente del proyecto se encontraba su primer ministro, quien contagiaba a los demás súbditos con su entusiasmo y optimismo. Cada uno aportaba según sus posibilidades: zafiros, esmeraldas y diamantes. El ministro les advirtió que él contribuiría con la piedra fundamental de la corona. Vendió su palacio y todos los bienes que poseía, y buscó entre los joyeros del reino una piedra que fuera muy especial, pero al no encontrar una que estuviera a la altura del monarca, cruzó mares, desiertos, islas distantes, hasta que por fin consiguió lo que tanto anhelaba. Tuvo que desembolsar todo su dinero, aunque esto no le importó, pues finalmente podría reconocer todas las bondades de su rey.

 

Presentó ante los demás ministros la enorme y majestuosa piedra preciosa; apenas la sacó del estuche, el ambiente se iluminó con los colores que reflejaba el diamante. Todos quedaron muy impresionados y llenos de admiración.

 

Cuando la importante adquisición fue presentada ante el rey, éste la miró con satisfacción y les dijo: “Es sabido que el diamante es uno de los objetos más duros que existen. La única cosa con la que se puede romper es otro diamante. Sería interesante saber si este diamante es tan sólido”. Tomó una gran gema de su arca, se la entregó a uno de los orfebres y le ordenó: “¡Engárzala en la punta del martillo e intenta quebrarlo!”. El artesano miraba con recelo al monarca, y con estremecimiento le dijo: “Esta piedra está destinada para el centro de la corona. Con todo el respeto que merece su majestad, temo martillarla…”. Llamó el rey a otro artesano y le indicó que rompiera la piedra. Las manos del orfebre temblaban tanto que no podía asir el enorme diamante. “¡Bueno!”, exclamó el rey; “¿quién va a atreverse a probar?”. El primer ministro se acercó, se inclinó ante el rey y le dijo: “Haré lo que su majestad desea”.

 

Pidió el martillo, insertó el diamante. Lo elevó y con un certero golpe, y ante la asustada mirada de todos los ministros, el diamante se quebró y quedó hecho añicos. Todos murmuraban: “Acaba de quebrar todos sus bienes… ¿Qué hiciste?”, exclamaron. Sin perder la compostura, el primer ministro les respondió: “Ustedes saben que vendí todos mis bienes; saben que hice un esfuerzo sobrehumano, pues viajé a lugares inhóspitos para poder conseguirla. ¿Acaso todo el esfuerzo que invertí para conseguir la valiosa piedra no fue solamente por el honor del rey…? ¿Acaso el honor del rey no es hacer solamente su voluntad…?”. El rey se levantó de su trono y lo abrazó fuertemente…[9]

 

La moraleja de la fábula es que nosotros somos esclavos de Hashem y, por ende, debemos servirle con esmero y abnegación. Día a día recibimos la oportunidad de mejorar nuestros actos y cualidades para así alcanzar la elevación en el servicio a Hashem. Tenemos el compromiso de acercarnos cada día de nuestra vida a Hashem por medio del estudio de la Torá y el cumplimiento de las mitzvot, para hacer que nuestro corazón sea un Santuario donde habrá de habitar la Divina Presencia de Hashem.©Musarito semanal

 

“Hacer lo que es correcto y justo es más aceptable para Hashem que las ofrendas”[10]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Debarim 6:4.

 

[2] Vayikrá 19:18.

 

[3] Shemot 29:39.

 

[4] Shemot 25:9.

 

[5] Tehilim 92:3.

 

[6] Torá Im Najalá; Rab Klein.

 

[7] Daniel 12:3.

 

[8] Rokeaj.

 

[9] Or Yosef, pág. 32; J. Meir Suets.

 

[10] Mishlé 21:3.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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