La Torá es la luz que ilumina el Mundo
“Y tú ordenarás al Pueblo de Israel. Y traerán hacia ti aceite de oliva puro, macerado para iluminar, para encender la luminaria constante” (27:20).
Hashem ordena a Moshé la preparación del aceite de oliva para el candelabro (Menorá) y las ofrendas de harina (Menajot). El aceite para el Candelabro debía ser puro, que en ninguna etapa de su preparación contuvo sedimentos. El olivo era cosechado tres veces al año. La primera cosecha era de las olivas en la punta del árbol, que habían madurado primero gracias a haber recibido con fuerza los rayos del sol; la segunda, la de las olivas en las ramas intermedias, que maduraban después; finalmente, la tercera cosecha era la de las olivas inferiores, que maduraban tardíamente. Las olivas eran machacadas primero con un mortero; luego prensadas con un madero y finalmente molidas con piedras de molino. Únicamente el aceite de las olivas de estas tres cosechas y que habían sido machacadas con mortero era apto para el Candelabro. Los demás aceites eran para las ofrendas de harina.
Había anochecido en la ciudad de Trípoli, Libia, cuando en una de las casas del barrio judío se escucha el llanto de un niño. La madre se levanta para calmar su llanto y acerca a su hijo un vaso con agua. El niño bebe tan rápido que se atraganta. La madre lo levanta y lo acerca a la ventana. El niño aspira el aire fresco de la noche. Cuando se siente mejor, la madre lo acompaña a su cama. De repente, sobre el techo, frente a ella aparece una sombra por demás extraña. La madre, intrigada, ve nuevamente cómo la sombra se agacha, se levanta, alza los brazos frente a la luna sosteniendo una tabla cuadrada en sus manos. La sombra se agacha de nuevo. Corre la madre hacia su esposo que permanece estudiando a la luz de una vela. “Hay algo que se ve en la ventana. ¡De prisa, ven a verlo!”, grita desesperada la mujer.
El esposo cierra su libro, acompaña a su esposa y de repente ve cómo se levanta la sombra, se agacha; y él tampoco entiende qué es. Preocupado, dice a su mujer: “Voy a subir a la terraza, a ver de qué se trata”. La mujer le ruega: “¡No! ¡Por favor, no subas! ¡Quién sabe que es!”. El esposo, intrigado y asustado, sube a la azotea en plena oscuridad nocturna. Después de un rato regresa, ya más tranquilo, y explica a su mujer: “Lo que tú viste era la sombra del hijo de los vecinos. La vida de ese niño es la Torá. Desafortunadamente su padre es muy pobre y no puede pagar a un moré para que le enseñe Torá. El niño hace unos mandados todos los días; recibe unas cuantas monedas de propina y con ellas compra un poco de aceite, que emplea para encender su mecha, y de ese modo estudia un poco. Hoy no pudo juntar nada. Dijo que, como no pudo comprar aceite para leer, entonces se subió a la terraza y empezó a leer allí, a la luz de la luna. Cuando las nubes tapaban la luz de la luna, él se movía para poder leer con la poca luz que quedaba. Y ésa fue la sombra que tanto nos asustó”.
Cuando este chico creció fue uno de los rabinos más importantes de Libia, cumpliéndose así el dicho: “Sean cuidadosos con los niños pobres, ya que de ellos saldrá la Torá”.[1]-[2]
Hay frutos de la naturaleza que deben ser transformados o mejorados para su buen uso, pero los hay cuya pureza y valor se encuentran en la naturaleza del propio fruto, y así el aceite de oliva encuentra su pureza en el prensado, sin cocinar, sin refinar, sin mezclar. La Torá se comparó con la luz: Ki ner mitzvá veTorá or (“La vela es como un precepto, pero la Torá es luz”).[3] La vela (Precepto) es obligación y la Torá es la luz. Es interesante que, respecto a la mitzvá, antepusiera la vela, pero en la Torá se antepuso la luz. La razón se encuentra en que la mitzvá es un medio para el comportamiento correcto de la persona, y esa es su misión. Al Shabat cada Yehudí le da la importancia según el nivel de su observancia, a diferencia de la Torá, en que su realidad no depende de nosotros, pues ella es luz por sí misma.
Aunque hay quienes consideran a la oscuridad como un ente independiente, la mayor parte del mundo entiende a la oscuridad como la falta de luz. Sin embargo, en el rezo de la mañana nosotros alabamos al Creador diciendo: Yotzer or uboré joshej (“Creó la luz e hizo la oscuridad”). La oscuridad no es falta de luz, sino que fue hecha. La Torá se compara con la luz: Ki ner mitzvá veTorá or, a lo que dijeron nuestros Sabios: “Así como una pequeña luz rechaza mucha oscuridad, un poco de Torá rechaza mucha maldad”.[4]
¿Cómo y con qué se iluminaba el Candelabro en el Mishkán? El Cohén utilizaba aceite de oiliva como combustible para mantener encendida la Menorá. Una de las propiedades que tiene este aceite es que no se mezcla con ningún otro líquido, sino que se separa y se eleva hasta arriba; y si el vaso está lleno, expulsa al agua y flota. Cuando el aceite cubre el vaso, cuando la Torá está en tu vida, en ti, en tu familia, en tu hogar, en tus ocupaciones, no podrá entrar ninguna cosa ajena a ella. Esa Torá flota e impregna todo lo que hagas. Al igual que la vela, la Torá ilumina a los judíos por el sendero adecuado. Sin ella nuestras vidas transcurren en la oscuridad. Cuando uno observa diferentes objetos, los vislumbra mejor con la ayuda de la luz; así también es con la Torá, que nos permite comprender aquello que la insensatez oculta.[5] Asimismo su fruto —la aceituna— al principio es amargo, pero luego se endulza. Al igual que el estudio, al principio cuesta trabajo estudiar, retener, cumplir, pero finalmente se obtiene un fruto dulce: paz, tranquilidad, vida en este mundo y en el Mundo Venidero.[6] Así como la luz es superior a la oscuridad, la Torá es superior a las cosas vanas.[7]©Musarito semanal
“Podemos perdonar fácilmente a un niño que teme a la oscuridad. La verdadera tragedia es cuando los hombres temen a la Luz.”
[1] Nedarim 81a.
[2] La herencia judía sefaradí, sabios de Libia.
[3] Sotá 21a.
[4] Rab Shlomó Wahnón.
[5] Ibn Ezra.
[6] Adaptado de la revista “Or Torá”, Rab Rafael Freue.
[7] Kohélet Rabá 2.
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