Cuida tus palabras
“Harás el Manto del Efod” (28:31).
La perashá de esta semana comienza con la ordenanza de elaborar el aceite para encender la luminaria perpetua. A continuación trae una lista detallada de las prendas y los objetos que los Cohanim utilizaban para servir en el Santuario. Preguntan los Jajamim: “¿Por qué se lee la perashá donde se describe la vestimenta de los Cohanim junto a la de los korbanot? Para enseñarnos que así como los sacrificios expían por los pecados del hombre, también la ropa que utilizaba el Cohén tenía la misma finalidad”.[1] Por ejemplo, el Efod era un manto que cubría desde el cuello hasta los pies del Cohén Gadol. Era elaborado con lana color turquesa. Se usaba este color para evocar al Cielo, que simboliza el Trono de Gloria Celestial. También servía para que Hashem recordara a Su pueblo.[2] Otra explicación dice que el manto expiaba el pecado de la maledicencia;[3] el color celeste motivaba a la gente a pensar en el mar, que siempre se mantiene dentro de sus límites;[4] también recuerda a los cuerpos celestes, que nunca se desvían de sus órbitas y de sus funciones asignadas.[5] Esta es una enseñanza para el hombre: debe saber que no puede desviarse de la función que le fue asignada por Hashem; es decir, mantener su facultad del habla y limitar sus palabras para que sean puras y santas.[6]
El cuello del Manto debía ser muy resistente para que no se rasgara; si esto sucedía, se consideraba una transgresión. Por este motivo el versículo ordena que en el cuello se hiciera un doblez hacia adentro, para dotarlo de una doble capa de tela. Esto insinúa la boca del hombre; debe imaginarse como si sus labios estuvieran unidos entre sí con doble tela; sugiere a quien cierra su boca ante alguien que lo incita a iniciar un pleito.[7] El mundo se sostiene sobre las personas que se quedan calladas durante un pleito.[8]
En la orilla del Manto había también unas borlas con forma de granada; y dentro de las granadas había unas campanas de oro, cada una con su badajo. Estos adornos se fijaban al dobladillo, colgaban de todo el contorno interior del Manto y tintineaban cada vez que el Cohén Gadol caminaba. Las granadas representan el silencio. Las campanillas servían como un recordatorio de que hay ciertas palabras que no debemos pronunciar por ningún motivo.[9] De aquí se desprende una enseñanza sublime: dentro del silencio de la granada se halla el pecado de lashón hará (maledicencia) y su perdón. El hombre adquiere objetos de valor con labios de comprensión, es decir, con astucia e intelecto. “¡Antes de hacer sonar la campana (antes de hablar) utiliza la granada! Calla y piensa lo que vas a decir…”. La presteza y la agilidad son valiosas cualidades en todos los miembros del cuerpo, menos en la lengua al hablar.[10]
Hace varios años sucedió algo en la ciudad vieja de Yerushaláim. Las casas no eran como las de hoy, pues varias daban a un patio común, compartido por todos. En ese entonces, había un día en la semana que se llamaba “el día del lavado”, en el cual todas las familias lavaban a mano sus ropas y las extendían en los patios, donde y como podían. Este hecho requería un enorme esfuerzo. Generalmente llevaba varias horas de trabajo duro, y frecuentemente toda la familia ayudaba. Por todos lados se veía ropa colgada y, a veces, la ropa de un vecino colgaba sobre el patio de otro, pero eso era algo muy común y nadie se quejaba…
Hasta que un día alguien sí lo hizo… Una de las vecinas que no podía tener hijos desde hacía muchos años tendió su ropa cerca de la terraza de otra. Ésta se molestó por ver la ropa colgada a la mitad de su camino y en lugar de caminar alrededor de la ropa, fue a su casa y tomó unas tijeras y cortó las sogas donde colgaba la ropa de su vecina. Todo cayó sobre la terraza no pavimentada y se ensució con el lodo que había allí.
Cuando la mujer que había colgado la ropa vio lo sucedido y se dio cuenta de que seis horas de duro trabajo fueron desperdiciadas, sintió enojo y quiso vengarse de su vecina, quien estaba volviendo a su casa con una sonrisa malvada en su cara y las tijeras bien guardadas en el bolsillo de su delantal. La mujer tenía delante de sí dos opciones: pedir ayuda, aunque todos se enteraran de lo sucedido, o comenzar de nuevo el arduo trabajo y ahorrarse el terrible pecado de lashón hará. Finalmente se calmó y decidió ponerse a lavar de nuevo: “Probablemente merezco esto; al aceptarlo con amor obtendré el perdón por mis pecados…”, pensó.
Y así, fue a restregar y lavar su ropa otra vez. Luego de mucho esfuerzo, pudo colgar la ropa, pero esta vez lo hizo en un lugar que no estaba a la vista de la vecina. Regresó completamente exhausta a su casa, pero la ropa estaba de nuevo limpia. Cuando su marido regresó esa noche a la casa, ella se esforzó tremendamente para no revelarle la terrible carga que había caído sobre ella ese día, evitando así caer en el pecado de lashón hará, ya que suponía que su marido reaccionaría contra la familia vecina que hizo sufrir a su esposa.
Todo el asunto pudo haber quedado como un secreto si la vecina no hubiera venido a tocar a la puerta esa noche rogando que la disculpase. Señaló que su hijo se había enfermado repentinamente; tenía una fiebre muy alta y ella temía estar siendo castigada por el mal que había causado a su vecina. Sólo de esta manera la historia fue revelada. La mujer que tuvo la valentía de reprimir su enojo la perdonó de inmediato y fue compensada por el Cielo con el nacimiento de un hijo al año siguiente, quien más tarde se convirtió en uno de los más grandes Sabios de Yerushaláim.[11]
Aquéllos que aman a Hashem serán como el sol cuando brilla con toda su fuerza.[12] Son aquellos que, cuando son ofendidos, no devuelven un insulto, y quienes, cuando ellos se escuchan a sí mismos menospreciados, no responden la agresión, sino que la aceptan con amor y se alegran con los sufrimientos.[13] Estos conceptos son contrarios a lo que la gente piensa respecto a que se pierde la honra cuando no se responde a una ofensa. ¡Todo lo contrario! Mientras más se controle el ofendido, ¡más será engrandecido por su actitud!
Alguien preguntó a un sabio: “¿Cuál es el mejor miembro del hombre y cuál es el peor?”. El sabio respondió a ambas preguntas con la misma respuesta: “La lengua”. En efecto, si ésta se utiliza de manera conveniente, es el mejor de los miembros, y si es utilizada en forma inconveniente, es el peor… Si la persona se habitúa a permanecer callada, se salvará de muchos pecados, tales como hablar lashón hará, adulación, burlas, obscenidades, insultos, mentiras, juramentos en falso, mencionar el Nombre de Hashem en vano, y muchas otras cosas más…
Hay cuatro grupos de personas que no gozarán de la Presencia Divina en el futuro:[14] los burlones, los aduladores, los mentirosos y los que hablan lashón hará.[15] Dijeron los Jajamim que todas las mitzvot y buenos hechos que la persona haga, así como el esfuerzo en el estudio de la Torá, no serán suficientes para contrarrestar lo que peca con su boca. Quien cuida su boca y lengua, cuida su alma de sufrimientos.[16]
Cuidemos de no introducir y sacar de nuestras bocas cosas prohibidas. Llenemos nuestras bocas de loas y alabanzas al Creador; usemos la facultad del habla, privilegio del cual sólo los seres humanos disfrutamos, sólo para servir a Hashem.©Musarito semanal
“El silencio es el mejor de los sonidos”
[1] Erajín 19a.
[2] Rashbam.
[3] Zebajim 88b.
[4] Pirké d’Rabí Eliézer; Zóhar.
[5] Bereshit 1:15.
[6] Kelí Yakar.
[7] Yalkut Shimoní, Iyob 26,913.
[8] Julín 89a.
[9] KelíYakar.
[10] El Maguid de Mezdrich.
[11] Maasé Shehayá, pág. 282.
[12] Shofetim 8:31.
[13] Guitín 36b.
[14] Shaaré Teshubá 3:225.
[15] Sotá 42a.
[16] Mishlé 21:23.
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