Estudiar y Repasar para llegar a Realizar
“Esav se convirtió en un hombre conocedor de la caza… pero Yaacob era un hombre íntegro, morador de tiendas” (25:27).
Hasta la edad de trece años, la diferencia entre Yaacob y Esav no era evidente. Ambos crecieron bajo la tutela de su padre Itzjak y su abuelo Abraham. Ellos entraron y salieron juntos del Bet HaMidrash. Cuando alcanzaron la edad de trece años, sus caminos se separaron. Cada uno manifestó la orientación de las metas a las que aspiraba: Esav se convirtió en un cazador que rastreaba a sus presas por los campos. No sólo atrapaba animales, también engañaba a las personas con su lengua poco sincera. Decía a su padre: “Cuando se da el diezmo de una cosecha midiendo la décima parte, en realidad es más lo que se da, pues para lograr esa cosecha el hombre invirtió los granos que sembró. Resulta que, en este caso, al separar sobre el producto obtenido, si alguien obtiene una cantidad de sal y pienso, que no requieren de una siembra antes de cosechar, no debería sacar más”. Itzjak, quien pensaba que su hijo preguntaba con sinceridad e integridad de corazón, quedaba sorprendido ante semejante “religiosidad”.[1]
Por otro lado, Yaacob se dedicó al estudio de la Torá, la cual puso en práctica toda su vida. Nadie se dedicaba a la Torá tan diligentemente como Yaacob. No se movía del Bet HaMidrash. Después de estudiar con su abuelo Abraham, fue a estudiar con Shem, luego con Éber, y volvió con Shem nuevamente.[2]
La porción que leemos esta semana nos muestra, por un lado, el perfil de Yaacob, nuestro padre, quien personifica a la Torá y a quienes se sacrifican por estudiarla y comprenderla. Nos muestra también a Esav, que representa a aquellos que “matan” su tiempo y energía buscando las cosas banales. Yaacob estudiaba una y otra vez sus lecciones, acción que lo llevó a obtener Torá. Nos trazó el camino para tener éxito en el estudio de la Torá, mostrándonos que para conseguirlo debemos abandonar lo que para Esav son los “placeres” de este mundo y sumergirnos enteramente en el estudio.
Shelomó HaMélej dijo: Que no se aparten de tus ojos; cuídalas dentro de tu corazón.[3] Este versículo se refiere al estudio de la Torá. Que no se aparten de tus ojos quiere decir que el estudio va a llevarte a conocer la forma apropiada de cumplir las mitzvot. Cuídalas dentro de tu corazón se refiere al repaso continuo, ya que estudiar un tema una y otra vez provoca que se mantenga siempre presente en tu mente y en tu corazón.[4] También dice: Hijo mío, no olvides Mi Torá…,[5] en referencia al repaso constante del estudio de la Torá con la más elevada intención, porque cuando un individuo entiende algo por primera vez procurará guardarlo en su corazón por la alegría que le da haber comprendido algo nuevo para él. En cambio, al repetir, lo está haciendo por el estudio mismo y no con intenciones externas.[6]
Sabemos que existe la Torá Escrita (Jumash) y la Torá Oral (Mishná), que es la interpretación del Jumash. El método de estudio del Talmud se basa en la repetición. La palabra Talmud significa “enseñanza recibida por un discípulo”. “Discípulo” en hebreo se escribe talmid. Mishná significa “repetición”. Para llegar a ser un buen estudiante (talmid), debemos comenzar por entender el texto y después repasar una y otra vez (Mishná), preferiblemente en voz alta.
Una persona acostumbraba estudiar el tratado de Jaguigá. Como era el único que se sabía, lo repasaba una y otra vez. Toda su vida estudió esta parte del Talmud hasta que se lo supo de memoria. Cuando este hombre murió, estaba viejo y solo; la gente ni siquiera se enteró de que había muerto. De pronto apareció una mujer en su habitación y comenzó a llorar desconsoladamente. Sus lamentos atrajeron a los vecinos. Entonces la mujer les dijo: “¡Lloren por este hombre! Hónrenlo, porque fue un santo, que será recibido con brazos abiertos en el Mundo Venidero. Este santo me honró muchísimo: jamás apartó su mente de mí”. Luego la mujer acompañó al sabio hasta su lugar de entierro.
Después del funeral, la gente preguntó a la mujer cómo se llamaba, a lo que ella respondió “Jaguigá”. Y con eso, la mujer desapareció y jamás volvieron a verla. Entonces la gente se dio cuenta de que esta “mujer” no era otra que el alma del tratado de Jaguigá. Comprendieron que ese sabio debió haber sido un gran santo, ya que Hashem había realizado ese milagro por medio de él a fin de que todos supieran de la grandeza que tiene el acto de repasar una y otra vez.[7]
¿Cuántas veces debemos repasar? Los Jajamim nos enseñaron: “Quien ha repasado sus enseñanzas 101 veces es incomparablemente mejor que quien las ha repasado cien veces únicamente”.[8]
La avanzada edad de Rab Moshé Feinstein había dañado seriamente su vista. Para poder leer, tenía que acercar bastante el libro hacia sus ojos. Por este motivo, la familia del Rab decidió consultar a un oftalmólogo, con la esperanza de encontrar remedio. Después de que el especialista auscultó al paciente, se quedó mirando los resultados y dijo: “¡Esto es prácticamente imposible! Tendré que repetir el examen”.
Efectuó de nuevo las pruebas obteniendo el mismo resultado en su medición. Mientras, Rab Moshé se había sentado en una silla a leer un pequeño ejemplar del “Séfer HaRambam” que extrajo de su bolsillo. Lo abrió y procedió a estudiarlo fijando la vista en la diminuta impresión. El doctor se quedó mirando al Rabino mientras, sacudiendo la cabeza, decía a los familiares: “Estoy realmente sorprendido. En toda mi carrera jamás encontré un caso como éste. Desde el punto de vista de la medicina, la visión de este hombre es tan debil que sería clasificada como ceguera total. Veo al Rabino leyendo ese pequeño libro y me pregunto cómo puede ser posible que consiga leer”. Rab Moshé continuaba inmerso en la lectura, indiferente a lo que se conversaba a su alrededor. “No tengo ninguna duda”, dijo por fin el especialista; “el hombre que tenemos frente a nosotros es definitivamente ciego, pues apenas puede ver. Estoy seguro de que él no logra ver la minúscula impresión del libro que tiene en sus manos. ¡Él no está leyendo las palabras! Está repasando lo que sabe de memoria. El libro sólo le ayuda a recordar el aspecto general de la página, y las palabras… éstas se encuentran en su memoria desde hace mucho tiempo atrás”.[9]
Habrá quien pregunte: “Si ya entendí y grabé en mi memoria el texto, ¿para qué entonces repetirlo y repetirlo?”. La respuesta se encuentra en el Libro de los Profetas: Pues el hombre nació para esforzarse.[10] La palabra “esforzarse” (LeAMaL) es un acrónimo de Lilmod Al Menat Lekayem, que significa: “estudiar para poder cumplir”. El propósito de esforzarse en la Torá no es simplemente adquirir más conocimientos de ella, sino conocer cómo cumplir los mandamientos de Hashem, y este es todo el propósito del hombre.
Cierta vez el Shaagat Arié, quien vivió en la época del Gaón de Vilna, solicitó que se le preparara una comida festiva. “¿Cuál es el motivo?”, le preguntaron. Su respuesta fue: “Acabo de completar el Talmud Bablí por milésima vez”.
Rabí Moshé Jaim Luzzatto, el Ramjal, enseña que la repetición en el estudio de la Torá se compara a un minero que extrae piedras de una cantera. Una vez seleccionadas, debe rasparlas para ir quitando las capas y acceder a su centro, que es donde se encuentra el tesoro escondido. Al repetir el texto una y otra vez vamos “quitando” los sedimentos, retirando las impurezas que cubren la luz que fue escondida en el interior de la Torá. El esfuerzo es grande, pero al final se ve recompensado cuando uno encuentra el tesoro más bello, que es poder tener el mérito de estudiar, entender y cumplir. Este es el placer más grande que existe…
El propulsor de la idea de que se estudie el Daf HaYomí (o sea, una hoja de Guemará por día en todo el mundo) fue el Rab Meir Shapira. Hoy es un éxito y una realidad. Pero el Rab hizo mucho hincapié en que se repase el estudio para no olvidarlo. Él relató lo siguiente:
En el año 5671, Rab Shalom Mordejai Shwadron enfermó gravemente. En todo el mundo se hacía tefilá para que recobrara su salud, que inevitablemente iba decayendo día a día. Así se mantuvo luchando entre la vida y la muerte.
Días antes de fallecer, se habían reunido varios Rabanim fuera de la habitación del Rab. Estudiaban, leían Tehilim y hacían tefilá a Hashem para que el Rab recobrara su salud. Uno de ellos hizo una pregunta de Halajá y todos se pusieron a discutir el tema. Cada uno de los Rabanim daba su idea y traía pruebas de lo que decía. Nadie podía entrar a la recámara de Rab Shwadron, sólo su nieto, Rab Meir Shapira. Él entró a buscar un libro y vio cómo su abuelo movía los labios en su lecho de enfermo. Se acercó y escuchó: “¿De qué están discutiendo?”. Pese a estar muy enfermo, él se dio cuenta de que estaban estudiando Torá y quería conocer el tema. Su nieto le respondió y Rab Shwadron le dijo que abrieran el libro “Darké Moshé” en cierta hoja y que ahí encontrarían la respuesta.
Rab Shapira no dio importancia a lo que dijo su abuelo, ya que los temas eran distintos y él no tenía, pensó, la lucidez necesaria debido a su enfermedad. Después volvió a entrar y el Rab le preguntó si había analizado el libro. Cuando le respondió que no, volvió a pedirle que lo hiciera. Esta vez Rab Shapira no pudo dejar de hacerlo. Tomó el libro y lo llevó a la habitación contigua. Cuando vieron lo escrito, todos los Rabanim se quedaron atónitos. Ahí estaba la respuesta exacta.
Pero la historia no termina allí. Cuando volvió a ingresar a la habitación de su abuelo, Rab Shwadron le pidió que le trajera a él el libro y lo abriera “unas hojas más adelante”. Le indicó: “Fíjate en lo que está escrito al final del libro”. Con la letra del Rab, estaba escrito: “Este libro lo he estudiado cientos de veces”. Rab Shwadron dijo a Rab Shapira: “¿Acaso piensas que un libro que se estudia cientos de veces se olvida por estar enfermo?”. Después de este maasé, Rab Shapira solía decir que, a pesar de la inteligencia de su abuelo, igualmente no se cansaba de repetir y repetir su estudio.[11]©Musarito semanal
“El que estudia Torá y no repasa, es como el que siembra y no cosecha.”[12]
[1] Rashí.
[2] Midrash Tanjumá.
[3] Mishlé 4:21.
[4] Janoj LaNaár.
[5] Mishlé 3:1.
[6] Rab Yosef ben Nejemías.
[7] Meam Loez.
[8] Jaguigá 9b.
[9] Simjas Israel, pág. 57; Las Puertas de la Felicidad, pág. 370; Rab Zelig Pliskin.
[10] Iyob 5:7.
[11] Extraído de Séfer Meorot Hadaf Hayomí.
[12] Sanhedrín 99a.
.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.