PERASHAT EMOR

 

 

“ Y Yo seré santificado entre los Hijos de Israel". (Vaikrá 22:32)”.

 

Por medio de este versículo Hashem prescribe una significativa responsabilidad que recae sobre nosotros. Primero menciona la advertencia de no profanar el Gran Nombre Divino (Jilul Hashem), y por otro lado, la obligación de santificar Su Nombre en el Mundo (Kidush Hashem). Las dos mitzvot se unen en un solo versículo para mostrarnos que la única forma de remediar un Jilul Hashem es con el correspondiente Kidush Hashem. Por tanto, estamos obligados a sacrificar cualquier cosa que poseamos, aun nuestra vida, antes que ceder y negar la existencia de Hashem y la unidad y la veracidad de Su sagrada Torá. Toda acción que realiza la persona conlleva la oportunidad de cumplir con este precepto y la mejor forma de saber si lo que vamos a llevar a cabo será o no Al Kidush Hashem es detenernos un segundo y pensar: “Si pudiese ver a Hashem y lo tuviera frente a mí en este momento, ¿actuaría de la misma forma?”. Si tu respuesta es afirmativa, ¡adelante! De lo contrario, ¡no lo hagas!

 

Debemos tener cuidado de no provocar con nuestras actitudes que otros saquen conclusiones equívocas sobre nuestros actos. Vivimos en una sociedad y nuestros actos son observados por todos, incluyendo los gentiles. Nadie sabe qué hay dentro de nuestro corazón. Incluso cuando estamos a solas podemos cumplir con este precepto, al hacer lo que dicta la Torá aun en las circunstancias más difíciles, pues al hacerlo coronamos a Hashem. ¿Y qué decir respecto a la imagen que debemos dar a la sociedad? Debemos ser amables y respetuosos con toda persona; saludar con educación, decir gracias, pedir permiso, no gritar en la calle, dirigirnos con respeto a todos, hablar siempre con la verdad. A veces, no tenemos en cuenta el valor de esta mitzvá y nos comportamos con prepotencia y arrogancia, dando una imagen desagradable. ¡Esto perjudica a todo Am Israel...! El máximo propósito de cualquier yehudí debe ser lograr que el mundo se dé cuenta de que Hashem está aquí. Un ejemplo de lo que puede ser el Jilul Hashem es el siguiente: cuando la persona peca, hace que la Presencia Divina, por decirlo así, “se retire” de ese lugar; estos espacios son ocupados por un tipo de impureza que provoca que otros pequen. La única forma de llenar esos lugares nuevamente de santidad es por medio de actos virtuosos. Eso es lo que significa hacer Kidush Hashem en el mundo. Debemos tomar conciencia de que no sabemos quiénes nos observan y lo mucho que podemos influenciarlos con nuestro ejemplo. Debemos trabajar arduamente para aprender a comportarnos con refinación y delicadeza, como corresponde a los hijos de un Rey.

 

El Gaón Rabenu Yaacob Kaminetzki fue uno de los más grandes personajes de la Torá en los Estados Unidos. Antes de emigrar allá vivía en Lituania, donde desde siempre gozó de la confianza y el respeto de esa importante comunidad judía. Una vez, un comerciante yehudí que vivía en el pueblo donde habitaba el Gaón, vendió a un no judío una mercancía. Cuando contó el dinero que recibió, se dio cuenta de que el cliente había pagado por equivocación un poco más de lo que se había estipulado. El yehudí se acercó a Rabí Yaacob Kaminetzki y le planteó la situación. “¿Debo regresar el dinero al cliente o puedo quedármelo?”. El Rab respondió: “Quizás haya quien te diga que no es necesario que se lo regreses. Pero no es así. Llámalo y dile que te dio de más, y con eso harás una mitzvá muy importante: la de Kidush Hashem”. El comerciante hizo lo que le dijo el Gaón y, cuando el cliente escuchó lo que le dijo, no lo podía creer. Pero no dio muestras de agradecimiento. Sospechó que el yehudí estaba tramando algo, pero no dijo nada. Días más tarde, el cliente fingió que se equivocaba nuevamente y esta vez le dio una suma mucho mayor que la que debía pagar. De nuevo, el comerciante le regresó el dinero. Así pasó un par de veces más, y siempre el comerciante terminó devolviendo al cliente lo que había pagado en exceso. El cliente se dio cuenta de que esto no era una actitud malintencionada, sino que formaba parte de la personalidad virtuosa del yehudí, a quien de ahí en adelante respetó. “Los judíos son decentes y honrados”, solía decir a sus vecinos y amigos, y siempre se refería al comerciante como “una buena persona”.

 

Pasaron unos años y aquella actitud desinteresada repercutió favorablemente. Llegó hasta aquella ciudad la ocupación nazi y con ella la persecución implacable hacia todo vestigio judío. Muchos de los habitantes no judíos de la ciudad eran los primeros en delatar a los judíos frente a los nazis, un poco porque querían congraciarse con ellos y otro poco porque sacaban a relucir su odio antisemita. Sin embargo, entre aquellos colaboradores de los asesinos, hubo uno que no sólo no se unió a ellos, sino que ayudó a los judíos a que no fuesen capturados. Fue aquel cliente del yehudí, que escondió en su casa a quince judíos y luego los ayudó a escapar de una muerte segura. ¡Quince almas salvadas, y muchas otras más que no fueron delatadas gracias a haber escuchado las palabras del Gaón Rabí Yaacob Kaminetzki! Una “buena persona” salvó a muchas otras...1

 

Nadie sabe qué alcance tendrá la mitzvá que está cumpliendo. En ocasiones salvas a un yehudí del otro lado del mundo, o lo contrario. Algunas veces el efecto es inmediato y otras se refleja después de varios años, como en el caso de Abraham, nuestro padre, el primer ser humano que cumplió cabalmente con la mitzvá de Kidush Hashem y los resultados siguen beneficiándonos hasta nuestros días….

 

Un hombre se encontraba jugando con su hijo al ajedrez. Cuando la partida terminó, el joven exclamó: “¡Otra vez perdí! Padre, ¿por qué siempre ganas? Por más que pienso durante la partida, no encuentro la forma de derrotarte. Por favor, muéstrame tu estrategia”. El padre vio que podía aprovechar la oportunidad para proporcionar una gran enseñanza: “Mi querido hijo, es muy sencillo. Te lo explicaré: mientras tú te encuentras distraído comiendo mis torres, caballos y alfiles, yo me concentro durante todo el juego en buscar al Rey…”.

 

Es fácil encontrar al Rey, pues Él se encuentra en todas partes. El hecho de tenerlo presente nos compromete a comportarnos acorde con Su voluntad, y esto se encuentra plasmado en Su Torá. Ciertamente, la mitzvá de Kidush Hashem es una cuyos frutos son saboreados en este mundo y el capital principal es en el Mundo Venidero, ya que por medio de la santificación de Su Gran Nombre también se santifica nuestra alma. Esto está insinuado en el versículo: “Venikdashtí betoj Bené Israel, Aní Hashem mekadishjem, “Y seré santificado en medio de los hijos de Israel...Yo soy Hashem, que los santifica”. Somos miembros de una Nación Santa. Hashem nos escogió entre todas las demás naciones para ser un vivo ejemplo del óptimo comportamiento del ser humano. Primero debemos prepararnos adecuadamente, estudiando en las Santas Escrituras cuál es la conducta correcta para cada situación. Vivir como dicta la Torá es lo que todo judío debe procurar, para así poder transmitirla a los demás y cumplir su misión en este mundo. ©Musarito semanal

 

 

 

 

“Entregar la vida al Kidush Hashem es una gran mitzvá. Vivir al Kidush Hashem es la mejor de todas las virtudes.”

 

 

 

(1)   Ki Taasé Hayashar 89, recopilado de HaMeír LeDavid.

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.