¿QUIÉN COMO TÚ, ISRAEL? UN PUEBLO ÚNICO
“Si en mis leyes se encaminan y mis preceptos observaran y los practican…”(26:3).
Esta es la última Perashá del libro de Vayikrá. Hashem exhorta a Su pueblo a andar en los decretos, preservar los mandamientos y llevarlos a cabo. Rashí explica que estos conceptos vienen a alentar a todo yehudí a esforzarse; no solamente a estudiar sin cumplir, ni tampoco a cumplir sin estudiar Torá. Y no solamente al acto de estudiar propiamente dicho, sino a afanarse en el estudio. Por eso utilizó la expresión andar en lugar de “estudiar”, para indicar que el estudio de la Torá debe implicar un esfuerzo progresivo.1
¿Por qué se insiste tanto en el tema de estudiar Torá y cumplir mitzvot? Si en realidad tenemos libre albedrío, ¡que cada uno decida si quiere o no cumplir! Si leemos las amenazas que están escritas en los versículos contra la persona que se aleja del cumplimiento, nos ponemos a temblar… ¿Dónde quedó la libre elección?
Un poderoso rey tenía un solo hijo, el único heredero al trono. Era imperativo que el joven adquiriera los conocimientos necesarios. Para ello, el monarca contrató a un sabio que, se sabía, era experto en todas las ciencias. El rey prometió recompensarlo generosamente si lograba instruir al candidato al trono en todas las ciencias, y en especial en todos aquellos aspectos relacionados con la realeza.
El sabio enseñó al joven tal como le fue requerido. Durante varios años, estudiaron y repasaron cada uno de los temas, al cabo de los cuales lo trajo nuevamente al palacio y dijo al padre: “El joven ya ha estudiado lo suficiente. ¿Podría usted hacerle un examen?”. Así lo hizo y he aquí que el rey encontró a su hijo íntegramente preparado. Al ver su deseo cumplido, su regocijo fue tan grande que ordenó entregar al educador, como recompensa, la cantidad de cien mil monedas de oro del tesoro real. Además le extendió un título de distinción y nobleza. Antes de retirarse, el sabio dijo al rey: “Aún queda algo que debo enseñar al joven, y será suficiente tan sólo una hora para ello. Ruego por tanto a su majestad lo envíe a mi casa para que pueda instruirlo al respecto, y con ello habrá completado sus estudios”. El rey accedió gustoso y envió a su hijo heredero a la casa del sabio.
Una vez que entraron a la casa, el maestro cerró las puertas, tomó al joven y ató sus dos piernas a una columna, luego lo castigó duramente con un palo de madera hasta que la sangre comenzó a salir copiosamente de su cuerpo. El joven gritaba y clamaba de dolor, mas nadie acudía en su ayuda. Luego el sabio lo colocó sobre un carro y lo envió a palacio.
Entonces, con gran consternación vio el rey a su hijo, llorando y gritando de dolor, con el cuerpo ensangrentado, y le preguntó: “¿Qué te sucedió?”. El joven relató lo acontecido con el sabio. El rey enfureció y ordenó a sus siervos que apresaran al sabio y que fuera colgado sobre un árbol, pero les advirtió que previamente lo trajeran ante su presencia para cuestionarlo acerca de su proceder. Lo trajeron ante el monarca y le advirtió: “Ya he ordenado que te cuelguen, y si pudiera revivirte para castigarte de nuevo, también lo haría. Sólo dime una cosa: ¿por qué lo hiciste? ¿Qué te llevó a cometer semejante atrocidad? Perdiste todo el dinero y todo el honor que te había concedido. Y ahora, ¡perderás la vida…! ¿Cómo pude pensar que eras una persona inteligente?”. Entonces respondió el Hombre Sabio: “Yo soy un fiel servidor y no un embaucador. Por tanto, con esto que acabo de hacer con él, he concluido mi tarea. Mi vida está en sus manos. Pero antes de que me entregue al verdugo, quisiera hacer una pregunta. ¿Acaso es la voluntad de su majestad hacer de su hijo un simple comerciante o desea verlo convertido en un rey?”.
“Instruí al príncipe en los mejores métodos para gobernar, tal cual lo acordamos. Usted mismo lo comprobó cuando le practicó ese examen. Empero, le faltaba una cosa, esencial y fundamental para saber gobernar. Pues un rey justo hará perpetuar la tierra y toda injusticia será traída ante él para ser juzgada. Por tanto, el castigo que imponga deberá ser graduado, de acuerdo con la transgresión obrada. Y podrá ocurrir que se presente ante él un caso de un hombre que haya robado, por ejemplo, cien monedas, y el rey lo mande castigar con mil lapidaciones. Y el rey, como en su vida ni siquiera un mosquito lo picó por estar tan resguardado en el palacio, no tiene noción de cuál es la ‘medida’ del sufrimiento humano al ser lapidado. Y en verdad, si lo castigan con trescientos golpes, de seguro sufrirá una muerte horrible, ¡por haber robado cien monedas! ¿Cuán grande sería la injusticia cometida? Es por ello que lo he castigado hasta el límite de lo tolerable, para que pueda considerar e imaginar el dolor que las lapidaciones provocan, cuando son diez o cuando son cincuenta, y así sucesivamente. Sólo entonces sabrá decretar el castigo acorde con el pecado”. Entonces el rey comprendió y se alegró, y agregó aún más regalos a los que había dado al gran sabio y maestro.
Estudiar Torá no es una cuestión optativa; tampoco es una materia exclusiva para intelectuales y profesionales. No es un arte ni tampoco una ciencia. Estudiar Torá es una tarea obligatoria e inexcusable para todos, hombres y mujeres, jóvenes o mayores, sabios y neófitos, pobres y ricos. Es la máxima obligación judaica.
Somos el pueblo al que Hashem escogió para entregarle Su legado milenario, la Sagrada Torá. Esto nos convirtió en sus siervos, pero no nos hace superiores ni mejores que otros pueblos. Simplemente nos hace diferentes. Nosotros tenemos otro objetivo para nuestra existencia. El hecho de haber sido elegidos por Dios nos confiere una característica especial que nos compromete a consagrar nuestra vida a lo espiritual y distinguirnos, en ese sentido, a las demás naciones.
La auténtica forma de mostrar que fuiste elegido es cuán insignificante muestras ser; cuán sumiso, tolerante y modesto es tu comportamiento. Estar cerca de Dios demanda extrema introspección y auto mejoramiento, no engreimiento.
Por ese motivo, Hashem nos muestra la vara, nos advierte en esta Perashá lo que puede suceder si abandonamos nuestra responsabilidad. Cierto, cada quien elige cómo quiere vivir y cómo quiere terminar, pero al final del camino todos tendremos que dar testimonio de todos y cada uno de nuestros actos. Somos responsables de todo cuanto sucede, y con nuestras acciones y plegarias podemos hacer y deshacer los decretos y las bendiciones que llegan al mundo. Por tanto, el Creador nos insta a que estudiemos “El Manual”, que lo llevemos a cabo. Así demostraremos ser fieles representantes de Su Verdad y Su Santa Torá.
©Musarito semanal
“Rabí Akibá dijo: ‘Amado es Israel por haber sido llamado ‘Su hijo’. Y más amado es aún por haber recibido la Torá, por la cual el mundo fue creado.”2
1 Sifté Jajamim.
2 Pirké Abot 3:14.
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