La envidia
“Si una persona tuviese una mancha… deberá ser traída a Aharón el Cohén” (13:2).
Esta Perashá se denomina también Perashat Tahor, pues trata de cuando un metzorá se purifica y sana de su afección. En el capítulo anterior se explicó lo que era la enfermedad de tzaráat. Los pecados que la originaban eran lashón hará, asesinato, juramentos en falso, relaciones prohibidas, altivez, robo y egoísmo. Las bases de todas estas transgresiones son el celo y la envidia. Esta terrible falta ha causado estragos en la humanidad desde sus orígenes. Uno de los lugares en donde comenzaba a manifestarse el tzaráat era la ropa del pecador; tenía la particularidad de que las manchas sólo aparecían en prendas confeccionadas con lana, lino o cuero.
¿Por qué brotaba solamente en estos tres materiales?
El cuero representa la piel de la serpiente, criatura que manifestó por primera vez en el mundo la envidia. Ella codició la posición de Adam y de Javá, y quiso ocupar su lugar en el Gan Eden. Su venenosa actitud trajo como consecuencia la muerte al mundo; su condena fue que toda su piel se cubriera con una especie de tzaráat y que nadie pudiera convivir con ella.
La lana y el lino representan la transgresión de Caín. Él también sucumbió al egoísmo; sintió celos del cordero (lana) que había ofrecido su hermano y que fuera recibido por Hashem, mientras que su ofrenda (de lino) no fue aceptada. El motor del primer homicidio que hubo en el mundo fueron la envidia y los celos. La envidia, los deseos y la búsqueda de los honores eliminan a la persona del mundo.[i] El instinto natural de la persona lo incita a que anhele ser único, tanto en sabiduría y buenos hechos como en riqueza y honores, y por eso se aflige cuando ve a otro igual o mejor que él. El odio proviene de la envidia; es como un fuego que consume. Y aquel que posee esta mala cualidad vive todos sus días con dolor y come el pan de la tristeza, no tiene amigos, aumenta los pleitos y está feliz sólo con la calamidad (ajena).[ii]
Cierta vez se encontraba el Gaón Jaim Soloveichik de Brisk en un Bet Din. Llegaron dos comerciantes, cada uno con su respectiva demanda. El Rab escuchó el argumento de cada uno de ellos y, al final, dictaminó que uno tenía que pagar al otro la suma demandada. El ahora deudor comenzó a protestar, gritando y argumentando que el veredicto estaba equivocado. El Rab tuvo que hacer uso de su autoridad, amenazándolo con que si no aceptaba la resolución tendría que pagar multas y otras sanciones. Solamente así el hombre se contuvo.
Cuando los demandantes se retiraron del lugar, el Gaón Jaim Soloveichik aprovechó la situación para dar una lección a los presentes: “Cuando una persona se acerca a un Rabino para preguntar acerca de si un animal es kasher (permitido) o no, la persona generalmente acepta el veredicto, aunque esto le cueste mucho dinero. En cambio, cuando se trata de un juicio en el que uno de los reclamantes tiene que pagar al otro, el perdedor no acepta, aun tratándose de una cantidad menor. ¿Por qué creen ustedes que la gente reacciona así?”.
Todos se quedaron en silencio y el Rab procedió a contestar: “La envidia es lo que hace que la persona se salga de sus casillas. En el caso del animal, la persona está dispuesta a perder porque aquí el único que pierde es él. Sin embargo, cuando hay dos personas en un juicio y una de las dos tiene razón, aunque sea una cantidad pequeña de dinero, el perdedor no quiere pagar. Esto no es porque no quiera desprenderse de su dinero, sino porque no soporta que el otro lo reciba”.[iii]
La ira es cruel y la cólera es destructiva, pero, ¿quién puede estar de pie ante los celos?[iv] ¿Acaso hay algún antídoto para no tropezar con este defecto de carácter? ¡Sí! Los Jajamim nos revelan el secreto: el error fundamental es creer que todo lo bueno de la vida se encuentra en manos de nuestros semejantes. Observamos la riqueza y el bienestar de nuestros vecinos y nos olvidamos de apreciar todo aquello que poseemos. Analicemos todo lo positivo que Hashem nos dio: nuestra familia, los hijos educados en el camino de la Torá y que asegurarán nuestra eternidad; nuestro sustento, la salud, la paz de nuestro hogar a pesar de las dificultades que puedan existir, y un largo etcétera.
Cada uno de nosotros tiene éstas o muchas otras cosas más que valorar, en lugar de observar y luego envidiar al prójimo.[v] La bondad, la entrega, ver por los demás son las mejores formas de neutralizar la envidia y los celos. Las personas que no eran judías en la ciudad de Telshe respetaban mucho a Rab Eliézer Gordon, el fundador de la afamada Yeshibá de Telshe. Muchos de ellos solían pedirle que orara por su bienestar. Una vez, un campesino no judío acudió al Rabino pidiéndole que orara para que muriera su enemigo. El Rab le explicó que lo correcto no era maldecir a su enemigo, sino que, en cambio, debería orar para que se enemigo se convirtiera en su amigo”.[vi] La vida es aquello que te sucede en respuesta a tus plegarias.
Nuestro objetivo debe ser dar cada vez más y mejor a nuestros hermanos. Esto nos compromete a quererlos, defenderlos y rezar por todos. Juzgarlos positivamente genera sólo Ahavat Jinam, cariño total, aunque no hubiere causa para ello. Arranquemos los celos y la envidia de nuestra vida, y evitemos hablar mal o pensar mal de los otros.
Otro de los motivos que causan celos y envidia es sentir preocupación por lo que tendremos mañana. Esto se considera falta de emuná. Si fuéramos más conscientes de que todo lo que tenemos nos lo da Hashem, que Él tiene calculado todo perfectamente, que nadie nos quitará nada de lo que Él destinó para nosotros, y que nadie puede mover siquiera un dedo en la Tierra sin Su voluntad,[vii] no nos preocuparíamos.
¿Para qué preocuparse? ¿Acaso a Hashem le faltan emisarios para hacernos llegar lo que necesitamos (no lo que queremos)? ¿Cabe acaso la duda, en la mente de alguien que tiene emuná, de que todo lo que hace Hashem no es para bien...?
Quien vive alejado de toda esta incertidumbre, seguro que vivirá con plenitud y tranquilidad. Una persona así puede morar en este mundo tal como lo hace un bebé sobre el cálido regazo de su madre. El Rambam enseña que en la era mesiánica no habrá más hambre, guerra, celos ni rivalidad. Por el contrario, habrá abundancia de toda clase de placeres terrestres. Y el objetivo de toda la humanidad será aprender sobre Hashem y conocerlo.[viii] ©Musarito semanal
“No busques ser mejor que tu vecino. Busca mejorar tu propio destino.”[ix]
[i] Pirké Abot 4:21.
[ii] PeleYoetz, Envidia.
[iii] Recopilado de HaMeír LeDavid.
[iv] Mishlé 27:4.
[v] Orjot Tzadikim, Cap. 14.
[vi] Tenuat HaMusar, vol. 2, pág. 433; Ama a tu prójimo, pág. 435, Rab Zelig Pliskin.
[vii] Yomá 38b.
[viii] Rambam, Hiljot Melajim 12:4.
[ix] Rab David Zaed.
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