El kashrut
(continuación)
“Pues Yo soy el Eterno, que los hace subir de la tierra de Mitzraim… santos serán, pues Santo soy Yo” (11:45).
La Torá finaliza la Perashá correspondiente a esta semana con la advertencia de mantenernos santos. Esta expresión nos muestra por qué el kashrut es tan importante para Am Israel y el motivo por el cual solamente a nosotros Hashem ordenó comer alimentos puros: Pues Santo soy Yo, manifestando que el alma del yehudí es parte de Hashem y, por tanto, debe mantener la pureza y la santidad acordes con nuestra investidura.[i]
Encontramos que en repetidas ocasiones se menciona la salida de Egipto junto a alguna mitzvá que debemos cumplir. En este versículo hallamos una diferencia: respecto a los demás mandamientos de la Torá está escrito: …que los saqué, pero aquí está escrito: …que los hace subir. ¿Por qué hizo Hashem esta diferencia?
Así estudiaron en la Yeshibá de Rabí Ishmael: “Dijo Hashem: Si Yo hubiera hecho subir a Israel de Mitzraim únicamente para que no se contaminaran con las criaturas rastreras como lo hacen los demás pueblos, ello habría sido motivo suficiente para que ellos fueran redimidos. Y abstenerse de comer tales bichos, ello constituye una elevación espiritual para ellos”.[ii]
Todo yehudí está obligado a demostrar a Hashem su lealtad observando todos los mandamientos que están escritos en la Torá, en especial aquellos que a simple vista no tienen una explicación lógica. La persona que entiende esto no cuestiona por qué Hashem prohibió algunos alimentos y permitió otros. Está satisfecha con sólo conocer la voluntad del Rey del Universo, independientemente de entenderla o no. Y no nada más eso, sino que se regocija con Sus mandamientos y decretos, y bendice y alaba a Quien le entregó los preceptos porque tiene el privilegio de cumplirlos.
Si Hashem nos hubiera dado todas las razones de las mitzvot, la gente podría dejar a un lado las palabras del Creador y cumplir los preceptos por sus propias razones personales. Consecuentemente, estaría sirviendo sólo a sí mismo y no al Creador. Las leyes que el Creador nos dio fueron entregadas para ser observadas en todo tiempo y lugar, aun cuando no sepamos las razones de los mandamientos. Éstos fueron dados a la humanidad sólo para su bien. Los preceptos refinan a la humanidad. El Creador podría haber hecho que las personas cumplieran los mandamientos así como Él creó la naturaleza; por ejemplo, que alguien que siente el calor del fuego en su piel instintivamente se quita de allí. La misma naturaleza del fuego previene de quemarse. Igual podría haber hecho con los alimentos que pueden o no ser consumidos. ¿Por qué un alimento impuro no daña de manera instantánea a quien lo consume?
Hashem creó Su mundo de modo que existieran ambas opciones para la humanidad, es decir, a fin de que exista el libre albedrío, y así dar premio y castigo a quien los merezca.
No hay comparación posible entre alguien que desea hacer un mal acto y se abstiene de cometerlo porque hay una cortina de hierro en su camino, y alguien que se abstiene de hacerlo porque hay un “cerco de rosas” (los mandamientos negativos) en su camino. Si realmente quisiera, la persona podría atravesar ese cerco de rosas. ¿Por qué no lo cruza? Porque se apiada de las rosas, de su belleza, de su agradable aroma, y se abstiene de derribar el cerco. “Cualquiera que se siente tentado a hacer algo malo, que realmente se siente superado por su mala inclinación, pero se abstiene por el “cerco de rosas”, es puro y refinado...”.[iii]
Aunque las mitzvot fueron dadas para nuestro bien, hay personas que se van al extremo y se creen “guardianes” de las mitzvot. Esta es una idea equivocada. Las mitzvot poseen la fuerza para salvaguardarse por sí mismas. Cuando el yehudí las abandona se mete en un problema muy grande, pues ellas también se alejan de nosotros quedando fuera de nuestro alcance. Ellas permanecerán por siempre en el mundo. Si nosotros las abandonamos, si no respetamos su santidad, corremos el riesgo de que nos quiten la posibilidad de cumplirlas (Hashem guarde la hora), como lo hemos visto a lo largo de la historia.[iv]
El kashrut es un tema medular en el Judaísmo. La comida que consumimos se transforma en los elementos que necesitamos para vivir: proteínas, hidratos de carbono, grasas que se encargan de nutrir cada pequeño espacio de nuestro cuerpo; alimentan a los riñones, los cuales proporcionan las ideas de nuestro cerebro. Los alimentos impuros “ensucian” el alma privándola de percibir la santidad que emana del estudio de la Torá.
Durante su visita a Yemen, el Rambam conoció a un gran rabino del lugar. Después de haberse ido el Rambam, el rabino comenzó a enviarle cartas preguntándole acerca del tema de la resurrección de los muertos, cuando llegue la Gueulá. “¿De dónde sabemos que así sucederá?”, desafiaba al sabio en sus cartas. El Rambam al principio se rehusó a responder directamente, pero encomendó a su alumno Rabí Shemuel Ibn Tabún que les escribiera diciéndole que lo más probable era que hubieran caído en el pecado de comer alimentos prohibidos por la Torá, y por esa acción brotaron de sus mentes pensamientos impuros, pues al ser la comida fuente de la sangre de todo el cuerpo y el principal flujo sanguíneo se dirige al cerebro, en todo aquel que consume alimentos kasher sus pensamientos son puros, como la sangre que nos nutre; en cambio, quien introduce en su interior comida prohibida, su corazón comienza a inclinarse hacia las ideas heréticas. Así, pues, sugería que hicieran una supervisión personal de los shojatim (matarifes autorizados). El Rabino de inmediato acató la orden del Rambam y descubrió que, durante los últimos trece años, él y toda su comunidad estuvieron comiendo taref, provocando que sus almas se impurificaran y trastocando sus pensamientos y conductas. Queda claro así cuál fue la razón de sus extrañas consultas.[v]
Un simple conductor de carruajes se presentó un día ante Rab Israel Itzjak Alexander con un problema extraño. “¡Mi caballo se niega a comer! Le ofrezco heno y avena, pero no los toca. Si sigue así, morirá y yo no tendré forma de mantenerme”. El Rab preguntó: “¿Cómo come usted?”. El conductor respondió: “Pues yo suelo lavarme las manos para el desayuno inmediatamente después de la tefilá de la mañana; tomo un bocadillo que suelo comer en el camino; luego, cuando encuentro un momento libre, tomo un refrigerio. Y por la noche, antes de acostarme, digo el Birkat HaMazón (la bendición después de la comida)”.
“¡Ajá!”, dijo el Rab. “Allí tiene la respuesta. Dado que usted come como un animal, su caballo deseó comer como un ser humano. Si decide usted comer como debe hacerlo un hombre, entonces su caballo comerá su heno, tal como debe hacerlo un animal.”[vi] ©Musarito semanal
“Quien confía en Hashem es respetado por las personas más distinguidas y honorables, e incluso los animales y las piedras buscan su bien.”[vii]
[i] Torat Kohanim 11:170.
[ii] Babá Metziá 61b.
[iii] Rab Eliahu Ki Tov.
[iv] Rab Jaim Oizer.
[v] Relatado por Rab Moshé Jaim Efraim MiSdilkob, en nombre de su abuelo, el Baal Shem Tob.
[vi] Relatos de Tzadikim, Perashat Sheminí, pág. 81.
[vii] Jobot Halebabot.
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