SINCERIDAD ANTE TODO…
“Hablen a los Hijos de Israel, diciendo: Este es el animal que comerán” (11:2).
Casi al final de la perashá, Hashem enseñó a Moshé cuáles eran las especies de animales, aves y peces cuya carne podía ser consumida por un judío, y cuáles tenía prohibidas. La Torá menciona dos características que deben tener los mamíferos a fin de que su carne sea apta para comer: que tenga la pezuña hendida, es decir separada totalmente en dos partes, y que sea rumiante, lo cual quiere decir que regurgita el bolo alimenticio.[1] Sólo si tiene estas dos señales distintivas se considera kasher (apto) para comerse, y si tiene sólo una, se considera tamé (impuro).
Los siguientes versículos tratan sobre ciertas especies consideradas prohibidas, por ser que sólo presentan una de las dos señales requeridas para ser kasher: el camello; rumia, pero sus pezuñas no están totalmente partidas. El conejo y la liebre hacen algo parecido a rumiar, pero carecen de pezuñas. El cerdo tiene patas delanteras con pezuña partida, pero no rumia.
Encontramos algo aparentemente extraño en la forma en la que son enunciados: en el caso del camello, el damán (una especie de mamífero cuya identidad se desconoce) y la liebre dice: Porque rumia, más su pezuña no es hendida. Preguntan los Jajamim: “Si la Torá quiere decirnos que un animal no es kasher, debería decir el motivo: porque su pezuña no es hendida y nada más. ¿Para qué nos hace notar la señal de que es rumiante?”.
Kelí Yakar nos ofrece una respuesta que contiene una enseñanza filosófica: explica que, al poseer una sola señal de ser kasher, cada especie empeora su condición… ¡la hace aún más impura! Debido a que presenta una señal que es pura, la gente puede confundirse y pensar que es apta para el consumo. Esto simboliza a la persona que trata de hacer notar sus ocasionales buenas obras o sus buenos rasgos de carácter, mientras que por dentro carece de virtudes y en lugar de concentrarse en eliminar sus defectos, se la pasa pregonando sus “cualidades”. Tal deshonestidad hace que esa persona no sea “kasher”. ¡Un individuo que quiere ser malvado, mejor que pregone quién es! Que no se comporte como lo hace el cerdo, quien tiene la particularidad de “recostarse” mostrando las patas delanteras, mostrando la condición de pureza que tiene y mostrar a todos que tiene la pezuña partida, el símbolo que lo asemeja a un animal apto, y así engañarnos para que pensemos que es un animal puro…
Un hombre anciano y muy rico estaba por morir, y llamó a su hijo único para darle su último consejo: “Te dejo toda mi riqueza para que la disfrutes. Sólo te pido que te cuides de los hipócritas, porque éstos pueden hacerte perder todo lo que tienes”. “¿Y cómo puedo saber quién es hipócrita?”, preguntó el hijo. “Lo vas a notar cuando veas a alguien que se conduce de manera contradictoria. En unos casos será, por ejemplo, muy complaciente, y en otros, muy estricto.” Estas palabras quedaron grabadas en la mente del joven.
Después del fallecimiento, el hijo se casó con una joven huérfana y pobre, en quien no vio malas intenciones ni interés material. Pero el tiempo lo hizo sospechar: ella se conducía a veces con demasiado recato; tan era así que no salía a la calle “para que no la viera la gente” (así decía), y por otro lado tenía actitudes por demás llamativas con algunos hombres. Se acordó de lo que le dijo su padre y puso en marcha un plan para confirmar sus dudas. “Me voy de viaje”, dijo a su esposa con un atado de ropas en la mano. “Creo que voy a estar fuera de la ciudad unos cuantos días.” “¡Oh, querido esposo, te voy a extrañar mucho! Sólo quiero que me avises cuándo vas a regresar.” “No lo sé”.” “¿Eso significa que hoy, mañana y pasado no vas a estar?”. Al joven le pareció que a ella le brillaban los ojos. “No. Seguro que no voy a estar por aquí”. Dicho lo cual, se retiró. Podía sentir la mirada de su esposa en sus espaldas cuando caminaba por la calle. Pero no se alejó mucho de allí. Se ocultó en un lugar y por la noche regresó a su casa. Al entrar, se encontró con lo que sospechaba: su esposa estaba con otro hombre. Lejos de mostrarse arrepentida o avergonzada, le dio un revólver al hombre extraño y le pidió que disparara contra su marido. El extraño disparó y la bala se incrustó en una de las paredes; el marido aprovechó esto y salió corriendo para salvar su vida. “¡Qué ciertas eran las palabras de mi padre...!”, pensaba mientras huía. “Las personas que exageran en sus actitudes y se muestran diametralmente opuestas están manifestando la hipocresía que ocultan…”.
Tenía que ir a denunciarla para que fuera castigada; el adulterio se condenaba muy duramente en aquellos tiempos. Pero era tarde y pensó que sería mejor ir muy temprano por la mañana y se vio obligado a dormir a la intemperie.
Se acostó en una silla del parque y apenas cerró los ojos fue despertado violentamente por unos soldados: “¿Qué haces tú aquí a estas horas?”. “Es una larga historia”, alcanzó a decir mientras se despabilaba. “Así dicen todos los delincuentes. Vas a tener que acompañarnos.” “¿Delincuente? ¡Sólo dormitaba!”. “¡No te hagas el desentendido! ¡Te llevaremos ahora mismo con el gobernador!”. “¡El gobernador! ¡Qué bien!”, pensó.
Llegaron al palacio: “¡Señor gobernador! Encontramos a este hombre durmiendo en la calle. ¿Qué piensa usted?”. “¡Oh, claro, claro!”, dijo el regente como reaccionando. “Éste es el culpable del asesinato del hijo del rey.” El joven no podía creer lo que escuchaba. “¿Asesinato? ¿Hijo del rey? Pero si yo...”. “¡Silencio!”, gritó el gobernador; se volteó y dijo: “¡Soldados! ¡Ejecútenlo de inmediato!”. De nada sirvieron las súplicas del joven mientras era arrastrado al cadalso. Al tiempo que caminaban, preguntó a uno de los celadores: “¿Puedes decirme qué está pasando?”. “Ayer secuestraron al hijo del rey y después de que pagaron el rescate, encontraron su cadáver frente al palacio”, le respondió aquel soldado en voz baja. En eso, se escuchó un grito del gobernador: “¡Alto! ¡No sigan caminando! Vamos a desviar este hormiguero. ¡Pobres criaturas! ¿Cómo podríamos hacerles daño?”. En ese instante, al joven se le ocurrió una idea: “¡Un momento! Están a punto de ajusticiarme. ¿Qué va ser del dinero del rescate?”. “¡No...! ¡No tenemos tiempo para eso!”, exclamó nervioso el regente. “Terminemos con esto y matemos al asesino.” “Señor…”, dijo aquel soldado complaciente; “el reo tiene razón. Vamos a colgarlo, pero antes recuperemos el dinero del rey”. Los demás soldados no tuvieron más que admitir y dijeron al joven: “Bueno. ¡Entréganos el dinero ahora mismo!”. “¡Quiero entregárselo personalmente al rey!”, respondió.
Se dirigieron todos de nuevo al palacio. Entre tanto, al gobernante se le veía entre intrigado y preocupado. Una vez frente al rey, el joven dijo: “Su majestad: quiero entregarle el dinero del rescate antes de que me maten”. “¿Y dónde lo tienes?”, preguntó el rey. “¡Está en la casa del gobernador!”, dijo el joven, ante el asombro de todos. El regente se puso blanco. “¡Pe... Pero cómo te atreves! ¡Este hombre está loco! ¡No sabe lo que dice! ¿Cómo van a creerle a un asesino?”, decía. “¡Sí, sí! ¡Es verdad! ¡Registren toda la casa del gobernador, y allí encontrarán el dinero del rescate...!”, aseguraba el joven. El rey vio que algo andaba mal en todo esto y mandó a sus soldados inmediatamente a la casa del regente. Mientras el joven contó al rey todo lo que le había pasado en su casa, y la razón por la que estaba durmiendo en la calle. “Soy inocente, su majestad. No secuestré ni maté a su hijo. El que lo hizo fue el gobernador”. En ese instante entraron los soldados con la bolsa de dinero en sus manos. Efectivamente, la habían encontrado en la casa del gobernador, junto con todas las evidencias de que también el asesinato también él lo había cometido. “Dime, hijo: ¿cómo te diste cuenta de que el gobernador estaba mintiendo y que era él el culpable de todo?”, preguntó el rey al joven. “Me lo enseñó mi padre”, respondió. “Descubrí que el gobernador era un hipócrita cuando vi que, por un lado, no tenía límites de crueldad al querer ahorcarme sin juicio y con la única sospecha de haberme encontrado durmiendo en la calle. Y por otro, se detuvo para no pisar a unas insignificantes hormigas. Ésta era sin duda una clara señal de que una siniestra personalidad se escondía detrás de una imagen piadosa”. El gobernador fue condenado. La mujer y el adúltero fueron severamente castigados y el joven pasó a formar parte de la corte del rey.[2]
“Conoce la verdad y conocerás a sus portadores”[3]
1 Vayikrá 11:3.
2 Extraído de Osar Hamaasiot.
3 Mozné Tzedek
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