La imagen del padre perdura por siempre
en el corazón de sus hijos
“Ordena a Aharón y a sus hijos…” (6:2).
Dice el Midrash que el nombre de Aharón se omite en toda la Perashá de Vayikrá. Sólo se menciona a sus hijos.[i] La omisión del nombre de Aharón expresa el reclamo de Hashem por su participación en la elaboración del Becerro de Oro. Por consiguiente, Moshé intercedió por su hermano. Cuando Hashem le ordenó la mitzvá de preparar la madera para el Mizbéaj, Moshé aprovechó la oportunidad para suplicar por su hermano Aharón. Preguntó: “¿Qué tipo de madera es apta para prender el fuego?”.
Hashem le respondió: “Todas, excepto la madera procedente de la vid y de los olivos. Ninguna de éstas puede quemarse en el Mizbéaj, debido a los frutos que producen. Las uvas de la vid son utilizadas para suministrar vino para los nesajim (libaciones); las aceitunas, provenientes de los olivos, sirven para producir el aceite que se utiliza en el encendido de la Menorá (candelabro) y para los korbanot de Minjá”.
De inmediato Moshé replicó: “Rey del Universo: conforme a tus palabras, parecería que una persona merece respeto sólo si produce frutos valiosos. Honraste a la vid y al olivo porque con su producto se trabaja en el Mizbéaj. Entonces, ¿no deberías tratar a Aharón de manera honorable (y dirigirte a él en forma directa) y dejar de lado tu enojo hacia él después de que él educó a sus hijos y ellos son tan valiosos?”. Hashem aceptó el argumento y demostró su asentimiento al comenzar la Perashá con las palabras: Ordena a Aharón y a sus hijos…[ii]
Un frío día de invierno, varios judíos se congregaban en un pequeño Bet HaKenéset de la ciudad de Tzefat (Safed) para recitar Tefilat Minjá. Cuando ingresaron a la sinagoga, se encontraron al anciano Ridbaz[iii] llorando. Su avanzada edad era evidente; los años habían menguado su fuerza y, para poder mantenerse de pie, debía aferrarse a la Tebá. Había desafiado el rigor del viento glacial; afuera nevaba abundantemente. Él había hecho un gran esfuerzo para llegar hasta allí. Ese día era el aniversario del fallecimiento de su padre y se presentó para recitar el Kadish. Nadie se atrevía a preguntar acerca de la razón de su pena y se sentaron a esperar el comienzo de los rezos. Un hombre ingresó al recinto y contempló la escena. Se acercó y le preguntó: "¡Rabino! Yo entiendo que se trata de una fecha especial para usted, dado que es el aniversario de su padre. Sin embargo, él falleció hace varias décadas, y al momento de su defunción ya era muy anciano. Se fue del mundo pleno de Torá y de buenos actos. ¿Por qué conmemora usted esta fecha con tanta emoción, como si se tratara de un hecho reciente y trágico?”.
El Ridbaz respondió: “Voy a explicarte la razón de mi llanto: nací en un pueblo de Rusia. Mi padre era armador de chimeneas. Los inviernos de Rusia son muy rigurosos; el frío penetra sin clemencia, aun con las puertas y ventanas cerradas. Gracias a la esmerada labor de mi padre, las familias no sufrían por la inclemencia del invierno. Era experto en ese trabajo y con lo que ganaba podíamos comer e incluso pagar al maestro que me enseñaba. Allá no había escuelas, sino que cada moré enseñaba en el Bet HaKenéset. Cuando era necesario, impartía las clases en las casas. Los padres pagaban directamente al moré. Por mi estudio mi padre pagaba un rublo al mes”.
“Ocurrió un año que escasearon los materiales para construcción. Esto significó que no hubo ingresos en la casa y a mi papá le costaba poner pan en la mesa. Al mismo tiempo, se atrasó con el pago del moré. Pasaron tres meses y al maestro le urgía el pago. Un día me mandó del Bet HaKenéset a casa con una nota en la cual informaba a mi padre que, si no liquidaba la cuenta, tendría que dejarme para tomar a otro alumno. Cuando llegué a casa aquel día, mis padres no sabían qué hacer. No podían soportar la idea de que yo me atrasara con mis estudios, o que dejara de estudiar del todo. Era ya la hora de ir a rezar y mi padre se apresuró para ir a la tefilá. En el Bet HaKenéset, entre Tefilat Minjá y Tefilat Arvit, una persona ingresó al recinto y comenzó a protestar en voz alta: ‘¡Qué problema tan grande tengo! No puedo concretar el casamiento de mi hijo porque no encuentro quien me pueda armar una chimenea para la casa que le construí. Busqué por todos lados, pero no hay materiales para hacerla... ¡Si pudiera encontrar alguien que lo hiciera, le pagaría seis rublos en el momento para que lo haga!’.
“Mi padre corrió a casa y habló con mi madre. Después de un rato, regresó con seis rublos. Los puso en mi mano y me dijo: ‘Por favor, entrega estas monedas al moré. Tres son por los meses que le debo, y tres por los meses que vienen’. Al día siguiente, mi papá desmontó cuidadosamente la chimenea de nuestra casa y la reconstruyó en la casa de la persona a quien se la había vendido. Como ya te dije, los inviernos rusos son despiadados y pasamos fríos todo el año. Aun debajo de las frazadas y todo con lo que intentáramos cubrirnos, no podíamos dejar de padecer el frío, que nos hacía temblar y castañetear los dientes.
“Hoy es la fecha del aniversario de mi papá. Pensé que, dada mi edad, podía pedir a algunos vecinos que se acercaran a mi casa para formar un minián y recitar Kadish por él. No me cabe la menor duda de que mis vecinos, quienes son muy amables, habrían accedido a mi pedido. Luego pensé que no era correcto hacer eso. Al recordar el frío que pasó mi familia, a fin de que yo pudiera progresar en mis estudios, no podía quedarme cómodo en mi casa sin hacer un esfuerzo en honor a mi padre. Cuando llegué al Bet HaKenéset, recordé cada detalle de esa época tan difícil, y no pude hacer otra cosa que llorar de agradecimiento por la fortuna de haber tenido un padre tzadik como el que tuve”.[iv]
Cualquiera que haya estudiado historia judía de las fuentes auténticas de la Torá, se dará cuenta de que somos enanos espirituales no sólo comparados con los iluminados de la Torá de hace muchos siglos, sino que también con nuestros abuelos. No tenemos ni su gran conocimiento de la Torá ni su rectitud, ni su mesirut néfesh (entrega al Creador), ni tampoco su kedushá (santidad). Su fuerza de voluntad y autodisciplina, su persistencia y concentración los hicieron extraordinarios en cuanto a su conocimiento de Torá y sus acciones. Inclusive, el cumplimiento de las mitzvot de las personas que no se dedicaban de tiempo completo al estudio era mucho más dedicada, inclusive bajo condiciones mucho peores que las nuestras, estamos tan lejos de ello que ya lo vemos como algo legendario.[v]
Aunque nos encontramos muy lejos de esa actitud, no nos exime de educar a nuestros hijos desde una edad temprana, a fin de que nunca disminuya el alto nivel de estudio. A veces no estimulamos lo suficiente a nuestros niños para utilicen toda su energía para estudiar, entender y cumplir lo que se imparte en las Yeshibot, siguiendo el falso argumento del yétzer hará que implora “misericordia”: “¡Es sólo un niño, espera a que crezca!”. Este vil consejo sólo provocará una falta que resquebrajará la formación del niño para siempre. Recuperar lo perdido le resultará muy difícil, por no estar habituado a aquellas buenas cualidades que no se le inculcaron desde pequeño.
Algunas personas piensan que basta con inculcar al niño un judaísmo superficial, y que con eso van a poder defenderse de toda influencia extraña. No ven que su sentimiento judío será tan débil y vulnerable que no serán capaces de transmitirlo a sus hijos. Y ni hablar de los nietos, quienes recibirán una educación carente de valores judaicos, completamente alejada de la filosofía de sus abuelos. Por eso la Torá nos muestra: Para que lo cuentes en los oídos de tu hijo y en los del hijo de tu hijo.[vi]
La obligación que tienen los padres de educar nunca termina. Sus hijos imitan sus virtudes y también reflejan sus defectos. ¡Qué responsabilidad tan grande tenemos! Mantener a los hijos dentro del sendero de la Torá da a los padres satisfacción y tranquilidad en este mundo y también en el Mundo Eterno. Es difícil relacionarse con un Padre Celestial sin haber establecido primero una relación con un padre terrenal. Es mediante nuestros ancestros que nosotros, el Pueblo Judío, hemos aprendido a comunicarnos con nuestro Dios. Son sus Nombres los que invocamos cuando nos levantamos tres veces diariamente para realizar nuestros rezos en meditación silenciosa, y es por el nombre de nuestros padres que se nos identifica cuando somos llamados a la Santa Torá. Pero, tristemente, la generación actual no conoce sus nombres judíos y mucho menos el de sus padres.
Los Jajamim explican que cuando quisieron introducir el Arón, las puertas del Bet HaMikdash quedaron pegadas entre sí, intentaron abrirlas pero no lo lograban a pesar de diferentes súplicas. Entonces Shelomó HaMélej comenzó a rezar, pero las puertas permanecían cerradas. Elevó su voz y ordenó: “¡Ábranse, puertas; permitan que el Señor de los Ejércitos entre…!”. Las puertas seguían cerradas. Fue hasta que desesperado, gritó: “¡Dios Todopoderoso, recuerda la rectitud de David, mi padre!”. Las puertas se abrieron súbitamente y el Arca Sagrada fue llevada al Santuario.[vii] (Este hecho milagroso demostró, a quienes pensaron mal sobre David, respecto a sus nupcias con Bat Sheba, que él estaba limpio de pecado).
Hay momentos en la existencia de todo hombre que las puertas de la vida se cierran ante él, que se siente atrapado y desesperanzado. Si en esos momentos tan sólo pudiera repetir las palabras de Shelomó HaMélej, sus ancestros aparecerían, le mostrarían el camino y lo conducirían por esas aguas tranquilas que su alma desesperadamente anhela. Pero alejado de su padre, sin conciencia de su pasado, el hombre no sabe cómo recordar la rectitud de sus antepasados. No obstante, si va a hacerlo, no tiene más recurso que encontrar su camino de regreso, ya que solamente por ese camino eterno podrá descubrir a su Creador y vivir.[viii]
Cuando el alma del padre se despide de este mundo y llega a su morada eterna, allá no pueden cumplirse ya mitzvot. Vivirá con lo que haya logrado reunir en su paso por la vida. Las mitzvot solamente pueden efectuarse aquí y ahora. Sin embargo, hay grandes esperanzas de que los frutos que se hayan dejado aquí, es decir, los hechos de los hijos de todos los que provengan de ellos, permitan a sus progenitores seguir ascendiendo eternamente, hasta alcanzar posiciones inimaginables. ©Musarito semanal
“Tu verdadero linaje no está en los que te precedieron, sino en los posteriores a ti, y que de ti nacieron.”[ix]
[i] Vayikrá 1:7, 8, 2:2, 3:5.
[ii] El Midrash Dice, tomo III, pág. 41, Rab Moshé Weissman.
[iii] Rabí Yaacob David Wilovsky, gran legislador y comentarista de la Torá y del Talmud.
[iv] Rab Daniel Oppenheimer.
[v] El Midrash Dice, tomo III, pág. 73, Rab Moshé Weissman.
[vi] Shemot 10:2.
[vii] Dibré HaYamim II 6:42
[viii] Rebetzin Ester Jungreis.
[ix] Rab David Zaed.
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