Dime con quién te juntas…
“Toma tu vara y arrójala ante el Faraón, y se convertirá en una serpiente” (7:9).
Moshé y Aharón se dirigieron al palacio del Faraón a cumplir su misión: anunciarle que debía dejar salir a su pueblo para cumplir con Su voluntad. Hashem quería mostrar al Faraón que si bien el Pueblo Judío se encontraba contaminado por la corrupción egipcia, no obstante, una vez que se vieran libres, ascenderían al más sublime nivel espiritual.
Cuando estuvieron delante del Faraón, Aharón arrojó su bastón al suelo y éste se convirtió en una serpiente. Entonces el monarca egipcio se burló de ellos diciendo: “¿Acaso vinieron hasta aquí, al país de los magos, a enseñarnos ‘magia’?”. De inmediato ordenó que algunos niños egipcios fueran traídos al palacio. Entregó una vara a cada uno de ellos y convirtieron los palos en culebras. El Faraón miraba la acción con orgullo, mientras que la “víbora” de Aharón se acercó a las otras y se las tragó. Los consejeros de Paró se burlaban de la hazaña indicando que ése era un truco arcaico. Entonces sucedió algo que dejó perplejo no sólo al Faraón, sino también a todos los hechiceros: Aharón tomó su vara y así, hecha madera, engulló a las “serpientes” de los magos. En ese momento, el Faraón temió correr con la misma suerte que las varas de sus hechiceros; pensó que de igual forma podría tragárselo a él. Sucedió entonces que cuando la vara se encontraba en manos de Aharón se convertía en madera, y cuando la arrojaba al lado del Faraón se convertía en serpiente.
“La vara” simboliza la rectitud; con ella Aharón comenzaba las milagrosas plagas que castigaron a los egipcios. Más adelante, cuando el pueblo se encontraba en el desierto, rumbo a la Tierra Prometida, hubo una insubordinación: Kóraj y sus hombres ambicionaron el cargo de Moshé y de Aharón que dirigían a Am Israel, y fue la misma vara la que demostró que Aharón era la persona a quien Hashem eligió para realizar las labores del Mishkán; esa vara quedó guardada como testimonio dentro del Arca Sagrada para siempre.[1]
“La serpiente”, por el contrario, simboliza todo lo degradante y pernicioso. Ella trajo el pecado y con él, la muerte al mundo. Aquellas víboras que se arrastraban en la suciedad a los pies del Faraón, volvieron a ser madera “pura” en cuanto entraron en contacto con la vara de Aharón.
La enseñanza es: no hay nada que ejerza tanta influencia en una persona como el ambiente en que se encuentra. La persona más corrupta puede mejorar sus actos si se le ubica en un medio positivo. Y por el contrario, la persona más noble habrá de sufrir una inevitable caída espiritual al unirse a gente de prácticas falsas.[2] Dijo Rambam: La tendencia natural del hombre es dejarse llevar por las ideas y actos de sus compañeros y amigos, y actuar de acuerdo con el comportamiento de la gente de su ciudad. Por tanto, el hombre debe unirse a los justos y sentarse junto a los sabios, a fin de aprender de sus buenas acciones.[3]
Había un rico empresario que tenía una hija en edad de casarse. Buscó en las principales yeshibot hasta que encontró a un joven que prometía ser un buen partido para la jovencita. El hombre comenzó a indagar y encontró que las referencias eran bastante satisfactorias; el único inconveniente era que el muchacho vivía en una ciudad donde la gente no tenía buena reputación. El casamentero refutaba que el joven había encontrado la forma de no contaminarse con el entorno donde vivía; sus buenas cualidades lo demostraban. Finalmente el padre de la joven permitió que se conocieran y contrajeran nupcias.
Los novios se despidieron de los familiares y partieron hacia la ciudad del joven, donde fundarían su hogar. Todos estaban felices. Sin embargo, al suegro seguía inquietándole el ambiente que había en el lugar donde vivirían los recién casados. Un día dijo a su yerno: “Te recomiendo que trates de no salir a la calle. Procura no tener tanto acercamiento con la gente que vive aquí”. El joven le respondió: “Usted ni se preocupe. A mí no me afecta su actitud. Yo me voy a encargar de influenciarlos…”. El suegro insistía, pero el joven no hacía caso. No pasó mucho tiempo y, como era de esperarse, ellos pudieron más que él y comenzó a caer. Bajar es mucho más fácil que subir, y el muchacho cada día fue debilitándose más.
Un día, el suegro va a casa de su yerno y le dice: “Tengo una pregunta que hacerte. Resulta que mi esposa estaba cocinando y, por algún motivo, cayó dentro de la olla un trozo de carne taref. ¿Qué podemos hacer?”. El yerno piensa un poco y le contesta: “Mire, la comida ya se arruinó. La olla se puede salvar por medio de hagalá”. El suegro insiste: “¡Pero si fue sólo un poco de carne! La cantidad del guisado kasher era mucho mayor. Por favor, busca la manera de permitirla, pues es lo único que tenemos guisado para comer hoy”. El joven responde: “Lo siento. No hay manera de permitir esa comida”. El suegro agradece la atención y se retira.
Después de una hora, regresa el hombre a casa de su yerno con una olla humeante en las manos y le dice: “Aquí está la comida”. El joven se queda atónito y le dice: “¿No me diga que es el guisado del cual conversamos hace un rato?”. El suegro le responde: “Sí, es el mismo. No te asustes, ya me ocupé de arreglarlo. Me dio tanto gusto que lo traje para compartirlo contigo”. El joven lo mira con recelo: “Pero, dígame, por favor, ¿cómo lo arregló?”. El hombre le responde, mostrando una gran sonrisa: “Pues muy fácil. Solamente le agregué otro trozo de carne kasher y entonces todo se convirtió en kasher”. El yerno se agarra la cabeza con ambas manos y le dice: “¡No, eso no puede hacerse! ¡Aunque usted hubiese metido a la olla toda la carne que tiene guardada en su congelador, ese guisado seguiría siendo taref…!”.
“Entonces no entendí lo que dijiste. Si cuando cayó un pedazo de taref hizo que toda la comida se convirtiera en taref, cuando metí un trozo de kasher todo el guiso debió hacerse también kasher, ¿no?”. El yerno dice: “No, así no es como funciona. Lo que es taref arruina lo kasher, pero si viene algo kasher no elimina lo taref”. Entonces el suegro le dice: “¡Ojalá que tus oídos escuchen lo que tu boca está diciendo! ¿Tú crees que vas a arreglar a los demás? ¡Ellos van a acabar arruinándote a ti…!”.[4]
Un yehudí que aprecia su alma debe evitar la compañía de los necios. Si se acerca a ellos, todos sus esfuerzos en el servicio a Hashem se verán muy afectados. Su sabiduría no perdurará. El aprendizaje será como verter un vino caro dentro de un barril con un agujero: se pierde.[5] Es muy difícil unirse con gente malvada y no adquirir sus modos, aunque la intención sea salvarlos. No es posible salvar a alguien que se hunde en un pantano sin ensuciarse al intentar rescatarlo del fango.[6] Y por el contrario, si el hombre se mantiene cerca de los eruditos acabará siendo grande como ellos. Si tocas el perfume, acabas oliendo a perfume.[7] Es como los cuerpos celestes que reflejan la luz del sol: mientras más cerca se encuentren del astro rey, más luz podrán reflejar.
Nitai de Arbela dijo: “Aléjate del mal vecino y no te unas al perverso”.[8] Una mala compañía conduce al pecado; una vez que la persona se acostumbra a actuar indebidamente, le es difícil corregir su proceder, debido a que, pasado el tiempo, pierde la percepción de su caída. Quien ingresa a un lugar donde curten pieles, aunque sea por un lapso breve, la pestilencia quedará adherida a su cuerpo; si permanece más tiempo, llegará a acostumbrarse tanto al mal olor que ya ni siquiera lo percibirá.
Cuando nuestros enemigos destruyeron el Bet HaMikdash, sintieron temor de entrar al Kodesh HaKodashim (el lugar más sagrado del Bet HaMikdash). Entonces dijeron: “Vamos a meter a un judío primero para ver qué le sucede. Además, sólo ellos saben dónde esconden sus tesoros”. Así que buscaron a un traidor que entrara por ellos. Localizaron a Yosef Meshita y le ordenaron: “Ingresa tú primero y te llevarás como pago lo que saques”. Ese hombre entró y sacó el Candelabro de oro. Cuando vieron la belleza del Candelabro, le dijeron: “No es correcto que una persona tan simple como tú posea algo tan precioso; una cosa así sólo un rey la merece. Entra de nuevo y lo que ahora tomes será tuyo”. Yosef Meshita se negó diciendo: “¿No es suficiente que haya enfurecido a mi Creador una vez? ¿Ahora ustedes pretenden que lo haga nuevamente?”. Los soldados no podían creer lo que estaban escuchando. Intentaron convencerlo con dinero y Yosef se negó de nuevo a hacerlo. Lo ataron sobre el caballete de los carpinteros y comenzaron a aserrarlo. Mientras agonizaba, Yosef Meshita gritaba: “¡Pobre de mí, que enfurecí a mi Creador!”.[9]
Rab Yosef Kanheman preguntó: “No cabe duda que Yosef Meshita había perdido todos los principios judaicos y morales al unirse al enemigo para profanar el Bet HaMikdash. Demostró que carecía de todo sentimiento y sensatez, mas de repente se transformó al grado de morir santificando el nombre de Hashem. ¿Qué sucedió con él?”.
Así responde el Rab: “Yosef Meshita ingresó por un instante a la Casa de Hashem. Esos segundos que permaneció en un lugar tan sagrado transformaron su pensamiento. De tal modo, se convirtió de un traidor en una persona que murió santificando el Nombre Divino”.
El mensaje para nosotros es claro: debemos acercarnos a los lugares de estudio de Torá, escuelas, yeshibot y baté kenesiot. El solo hecho de sentarnos en esos lugares tan sagrados, aparte de estudiar la palabra de Hashem con maestros y rabinos que predican con su propio ejemplo de vida, es la mejor influencia que podemos recibir para poder enfrentar con total convicción los mensajes negativos que la calle nos transmite, y así poder elevarnos continuamente en el cumplimiento de la Torá. Aquel que entra en una perfumería, aunque sólo permanezca poco tiempo allí dentro, su cuerpo y sus ropas absorben el aroma, el cual llevará con él a donde quiera que vaya.©Musarito semanal
“Si deseas conocer a una persona, pregunta quiénes son sus amistades.”[10]
[1] Bamidbar Rabá.
[2] Mayané shel Torá.
[3] Rambam, Halajot Deot, Cap. 61.
[4] Rab Yosef Jaim, el Ben Ish Jai.
[5] Rab Avigdor Miller.
[6] Rabí Israel Baal Shem Tob.
[7] Shebuot 44b.
[8] Pirké Abot 1:7.
[9] Midrash Rabá, Perashat Toledot 65-22.
[10] Rabí Menajem Hameiri.
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