¿Sabes realmente quién eres?
“Y Yosef dijo a sus hermanos: Yo soy Yosef…” (45:3).
Yosef sintió que el momento de revelar su identidad había llegado. Ordenó a todos los que estaban en la habitación que salieran, con excepción de sus hermanos. Una vez que estuvieron solos, comenzó a llorar mientras exclamaba: “Yo soy Yosef”, y enseguida preguntó: “¿Vive aún mi padre?”.
Sus hermanos no pudieron responderle; estaban convencidos de que habían actuado de forma correcta y sólo allí, después de veintidós años, se dieron cuenta de que se habían equivocado y se sintieron avergonzados por lo que habían hecho a su hermano.
Yosef se percató de esto y les indicó que se acercaran a él. Los consoló y les pidió que no se sintieran mal por haberlo vendido, pues todo era un minucioso plan del Todopoderoso para hacerlo llegar a Egipto, con la intención de mantener a toda la familia viva durante los años de hambruna.
Después de que pudieron salir de la impresión, les indicó que regresaran con su padre y le dijeran que viniera a Egipto con sus hijos, nietos y todos sus bienes. Ellos vivirían en la tierra de Goshen (la tierra con más fina pastura de Egipto) y Yosef les proveería de suficiente alimento para los años de hambruna que aún restaban.
Yosef confiaba íntegramente en Hashem. Esto le dio fuerza para salir avante en los momentos más difíciles; le dio tanta entereza y confianza en sí mismo que no sólo consiguió manejar la economía de la potencia mundial, sino que consiguió además someter a sus instintos, lo cual es el logro más grande al que puede aspirar una persona. Cuando uno conoce el potencial que tiene, hasta dónde puede llegar y cómo encarrilar esas fuerzas para servir a Hashem, puede elevarse hasta donde desee.
Cuando el Netzib de Volozhin presentó uno de sus libros, contó una anécdota de su niñez:
En una oportunidad escuché a escondidas una conversación entre mis padres. Papá decía a mamá, con lágrimas y penuria, que comenzaría a enseñarme a mí un oficio para que comenzara a trabajar en eso, ya que había intentado mediante muchos métodos acercarme al estudio de la Torá y yo no demostraba interés. En ese momento, salté de mi lugar y fui corriendo hacia ellos, y les prometí que me dedicaría de lleno al estudio de la Torá.
¡Imaginen qué sería de mí si no hubiese escuchado con qué dolor hablaban mis padres!
Hubiera sido sastre o carpintero, y no más que eso. ¿Qué podía responder a Hashem después de 120 años, cuando Él me mostrara este libro y me preguntara: “¿Por qué no lo escribiste?”. Pobre de mí si hubiera vivido equivocado toda la vida...
La persona que consigue la integridad es la que sabe quién es y cómo es su naturaleza, cuál es su posición ante la familia y la sociedad, qué es lo que realmente le corresponde y cuál es el defecto que debe corregir.
La mayoría de los problemas que padece la sociedad ocurren a raíz de que el hombre piensa que le corresponde lo que él cree que merece, o que envidia lo que su compañero posee. O algo aún peor: a veces quiere imitar al otro; quiere ser como él, perdiendo de esta manera su legítima personalidad y su capacidad de autoestima.
No se da cuenta de que está incurriendo en un grave error, puesto que cada persona tiene su naturaleza. Hashem lo envió a este mundo para que perfeccione su alma conforme a los caracteres con los cuales fue dotado, y exclusivamente con los medios de que dispone. Al imitar a su compañero, deja a un lado estas preciosas cualidades que Hashem le otorgó, dando lugar a que su existencia no tenga razón de ser.
“¿Quién es sabio? Quien reconoce el lugar que le corresponde.”
Todo hombre tiene un lugar prominente en este mundo. El problema consiste en que confunde su lugar, y esto lo lleva a la decepción y el fracaso.
Se cuenta sobre el Jazón Ish que su anhelo en la vida era estudiar Torá con el Rab de Brisk. Y para ese propósito ahorró el dinero suficiente para comprar el boleto de tren que lo llevaría a Varsovia, donde el Rab de Brisk estudiaba. Cuando ya se disponía a partir, surgieron inconvenientes imprevistos que causaron la cancelación del viaje.
Después de muchos años, comentó que si realmente hubiese viajado, no habría sido lo que fue el Jazón Ish. Él poseía un método especial y particular para el estudio, y de haberse instruido con el Rab de Brisk, tal vez no se hubiera destacado, puesto que el sistema y el modo de estudiar del Rab de Brisk no se adaptaban a su espíritu.
El hombre debe saber exactamente cuál es el lugar que le corresponde y qué es lo que debe hacer en este mundo, explotando al máximo las cualidades de su naturaleza y de sus medios, para que su servicio al Creador sea cada vez más perfecto y más eficiente.
El error más grande que puede cometer una persona es cuando, por temor a equivocarse, deja de arriesgarse en el viaje hacia sus objetivos. Ese temor solamente opaca la capacidad que Hashem nos ha otorgado para conseguir el éxito…
No se equivoca el río cuando, al encontrar una montaña en su camino, retrocede para seguir avanzando hacia el mar; se equivoca el agua que, por temor a equivocarse, se estanca y se pudre en la laguna. No se equivoca la semilla cuando muere en el surco para hacerse planta; se equivoca la que, por no morir bajo la tierra, renuncia a la vida. No se equivoca el hombre que ensaya distintos caminos para alcanzar sus metas; se equivoca el que, por temor a equivocarse, no actúa. No se equivoca el pájaro que, al ensayar su primer vuelo, cae al suelo; se equivoca aquel que, por temor a caer, renuncia a volar permaneciendo en el nido…
No hay nada peor que vivir toda una vida con las metas confusas. Cuando uno no sabe todo el potencial que tiene, hasta dónde puede llegar y cómo encarrilar esas fuerzas para servir a Hashem, no podrá cumplir con la misión que fue encomendada a su alma antes de venir a este mundo.
En el día del Gran Juicio, ¡cuánta vergüenza podrá sentir la persona delante de Boré Olam cuando le solicite rendir cuentas de por qué no llegó a donde tenía que llegar![1] Él llena nuestra vida de oportunidades para poder conocernos y hacernos saber hacia dónde debemos dirigirnos; lo único que tenemos que hacer es estar atentos y aprovechar cada oportunidad que Él nos brinda. ©Musarito semanal
”Rab Israel Salanter dijo: ‘En el Día del Juicio Final no tendré temor cuando se me pregunte por qué no fui como Moshé Rabenu. La pregunta que debo tener en cuenta es por qué no fui todo lo que pude haber sido conforme al potencial que Hashem me dio en este mundo.”
[1] Jaguigá 4b
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