Refinando cualidades

 

 

“Yaacob se había quedado solo y luchó un hombre contra él, hasta el amanecer” (32:25).

 

 

 

Yaacob retronaba a su hogar. En el camino se encontró con el río Yabok; primero asistió a sus esposas e hijos para que llegaran de una orilla a la otra, y continuó pasando sus bienes hasta que llegó un momento en que se quedó solo. Mientras recogía las últimas pertenencias, un extraño apareció e intentó atacarlo. Yaacob comenzó a luchar con él y la batalla se prolongó hasta la madrugada.

 

Preguntan los Jajamim: “El versículo comienza diciendo que Yaacob estaba solo; si fue así, entonces, ¿quién peleó con él?”.

 

¡Nadie! Yaacob estaba realmente peleando consigo mismo.

 

¿Acaso un hombre sano pelea consigo mismo?

 

Esto encierra una importante lección. Está escrito que cuando nuestro Patriarca se entera de que su hermano se dirigía hacia él con cuatrocientos hombres armados, dice: Y Yaacob temió mucho y se afligió.[1] Fue asaltado durante unos segundos por el miedo; cuando se percató de lo que estaba haciendo, se arrepintió de inmediato y se afligió: ¿cómo era posible que hubiera sentido un temor que no fuera a Hashem?

 

Los seres humanos nacemos con distintas inclinaciones; cada uno viene al mundo para dominar sus instintos. Yaacob, antes de luchar contra Esav, Labán y el ángel que representaba a Esav, debía luchar primero consigo mismo. Necesitaba vencer primero los rasgos de personalidad que pudieran afectar su integridad personal, a fin de tener la fuerza y el aplomo requeridos para vencer a todos sus adversarios. Esto no era una tarea fácil. Por eso Yaacob temió e hizo tefilá para poder lograrlo, y una vez conseguido, incluso un ángel podía ser vencido.

 

Cierta vez preguntó el Rab de Ruzhín a uno de sus seguidores: “¿Qué estás tratando de lograr?”. El alumno respondió: “Estoy tratando de eliminar algunos de mis rasgos que no me dejan crecer espiritualmente”. El Rab le dijo: “Todos tus esfuerzos serán por nada. Romper tu cuello será más fácil que eliminar un rasgo de tu carácter. Si realmente deseas cambiar tu personalidad, estudia Torá y ponla en práctica en tu vida diaria. Además debes hacer mucha tefilá para que Hashem quite de ti las cualidades que consideras indeseables. Tú no puedes hacerlo solo”. Es más sencillo concluir de estudiar todos los tratados del Talmud que mejorar un solo defecto de personalidad.[2]

 

Yaacob Abinu nos enseña que únicamente Hashem puede remover nuestros defectos de carácter; necesitamos hacer mucha tefilá para que nos ayude a conseguirlo. Si no fuera por la ayuda de Hashem, el hombre nunca podría someter a su inclinación malvada. Nuestra parte del trabajo es dedicarnos con total sinceridad a cumplir Su voluntad, tal como está expresada en la Torá. Este es el significado de He creado el yétzer hará (instinto maligno). Y también he creado su antídoto, que es la Torá. Si ustedes estudian Torá, no caerán en su trampa.[3] El vigoroso vence a su instinto guerreando. El sabio lo vence sin pelear.[4] Estudiar Torá como una ciencia no tiene ningún beneficio. Para que la Torá transforme la personalidad de la persona requiere de ésta un estudio profundo, con la intención de vivir conforme a lo que ella enseña. La Guemará nos muestra una parábola en la que quien estudia Torá es comparado con un fin en sí mismo, y no coloca el énfasis en ser observante y temeroso de Hashem:[5]

 

Cierta vez un rey entregó a su tesorero un juego de llaves de su palacio. Le encomendó que cuidara y mantuviera aseado todo hasta su regreso. El funcionario recibió las pesadas llaves y despidió al rey y a toda su comitiva. Al día siguiente se dirigió al palacio para inspeccionar cada una de las habitaciones, tal como se lo había ordenado el rey. Cuando llegó a la entrada principal, se encontró con que ninguna de todas las llaves coincidía con la cerradura de la llave de la entrada.

 

¿De qué le servían todas esas llaves?

 

Esta analogía nos enseña que, así como las llaves de las recámaras interiores no funcionan mientras no se tenga la forma de pasar de la entrada principal, si carecemos del temor a Hashem, no haremos caso a nuestro entrenamiento de Torá y, finalmente, lo adquirido se disipará, dado que no estaremos protegidos apropiadamente con Irat Shamaim (“temor al Cielo”). El estudio debe involucrar lo ético (musar), al igual que todos los conceptos halájicos (leyes) para saber cómo cumplir y conducirnos en cada situación. Entonces, y sólo entonces, podemos esperar que ocurran cambios favorables en nuestra personalidad.[6]

 

Una vez, el Jafetz Jaim decidió que un alumno en particular debía tomar un puesto vacante como rabino en una comunidad que vivía perdida en el oscurantismo. El alumno no quería ir. Confesó al Jafetz Jaim que tenía miedo de la responsabilidad de ser la única autoridad halájica de toda una comunidad. El Jafetz Jaim respondió: “¿Y tú crees que debería enviar a alguien que no tiene miedo? A veces, tener miedo no descalifica a la persona de ser el indicado para servir al Patrón del Mundo. Es la virtud esencial”.

 

El propósito de estudiar no debería ser volverse más astuto y más sabio, sino hacer de la persona un mejor siervo de Hashem y un judío temeroso de Dios.

 

Dice el Midrash que el ángel con el que luchó Yaacob representa al yétzer hará, el instinto negativo. Preguntan los Jajamim: “¿Por qué solamente Yaacob tuvo que luchar con este ángel, pues ni Abraham ni Itzjak fueron atacados así?”.

 

El Jafetz Jaim responde: “Al yétzer hará no le importa si una persona judía reza y da caridad durante todo el día. Lo que más le importa es que no estudie Torá”. Yaacob Abinu representa la Torá. Los sabios nos enseñan que el mundo está construido sobre tres pilares: jésed (bondad), la característica de Abraham; abodá (servicio), la característica de Itzjak; y Torá, la característica de Yaacob. Sin el pilar de Yaacob, la Torá, todo el jésed y la abodá no son suficientes para que el Pueblo Judío pueda cumplir con su misión.

 

La historia judía confirma trágicamente este punto: las comunidades que se destacaron como grandes donadoras de tzedaká construyeron sinagogas imponentes, pero terminaron siendo instituciones que se asimilaron y hoy están muriendo. ¿Por qué? ¡Porque abandonaron lo principal, que es el estudio de Torá! Pero aquellos que construyeron el tercer pilar, el de Yaacob, la columna de la Torá, se han mantenido fieles y unidos a su origen. ¿Por qué? Porque la Torá es fundamental para la existencia de Am Israel y, por ende, del Mundo entero… ©Musarito semanal

 

 

“El hombre sabio, estudioso del Talmud, la Halajá y los libros de Musar, tiene asegurada su integridad y preservada su rectitud.”[7]

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] Bereshit 32:8.

 

[2] Rabí Israel de Salanter.

 

[3] Kidushín 30b.

 

[4] Rab Yaacob Yosef de Polana.

 

[5] Shabat 31a.

 

[6] Viviendo cada día, pág. 367; Rab Abraham J. Twerski.

 

[7] Jazón Ish.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

.

 

© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.