¡Escapa de las malas influencias!
“Le dijo entonces Esav: Pongámonos en marcha e iré junto a ti” (33:12).
Esav viene con toda la intención de matar a su hermano Yaacob. En el encuentro se abrazan y Esav intenta morder el cuello de Yaacob, que milagrosamente se convierte en mármol haciendo que los dientes de su adversario se rompan.[1] Acto seguido, Hashem voltea milagrosamente el corazón de Esav y su odio se transforma; en un instante, se despierta en él un gran amor fraternal hacia su hermano. Además, el soborno de los regalos hace su efecto. Yaacob prefiere enviar carneros, cabras y camellos, cosas materiales. Está dispuesto a ceder de sus bienes con tal de conseguir la paz. Después de apaciguar a Esav, éste se ofrece a ayudar y acompañar a Yaacob, para demostrar así su “sinceridad y hermandad”, y le pide que no se separen más. Yaacob le responde: “Yo viajo con niños pequeños y rebaños de animales jóvenes. Por favor, que mi señor pase delante de su siervo y yo andaré a mi paso lento.[2] Sería mejor que viajes delante de mí a Seír; yo llegaré algo más tarde…”.
Esav deseaba llevarse a Yaacob a Seír para influenciarlo allí con su materialismo; Yaacob, en lugar de ir tras él, se dirige hacia el pueblo de Sucot para continuar con su filosofía de vida, colmada de humildad y sumisión al Creador.
Yaacob estuvo dispuesto a desprenderse de sus bienes con tal de conseguir la paz con su hermano, pero no estaba dispuesto a renunciar a ninguna de sus convicciones. La influencia de su hermano y sus acompañantes representaban un peligro para sus hijos y por eso se las ingenió para alejarse de él.
Dijeron nuestros Jajamim: “Las acciones de los padres son una señal para sus hijos”. Todo aquello que hicieron nuestros antepasados es para mostrar el camino a las generaciones posteriores sobre cómo deben actuar en situaciones similares.[3] Por tanto, así es como debe actuar y proceder todo padre de Israel. Debe educar y mantener a su simiente sin permitir que la corriente de un mundo materializado y completamente alejado del Judaísmo arrastre y aleje a un miembro de su familia del sendero que nos trazaron nuestros padres.
Cuentan acerca de un joven que deseaba ser conductor de carretas, por lo que decidió acercarse a los demás cocheros para solicitar el puesto. Ellos decidieron someterlo a una prueba de capacidad. Comenzaron el examen con la siguiente pregunta: “A ver, dinos, por favor, ¿qué harías si tu carro se atasca en el barro?”. El aprendiz respondió orgulloso: “Pues muy fácil, tomaría una palanca y lo sacaría del lodo”. Los carreteros se miraron unos a otros, como diciendo en forma sarcástica: “¡Ohhh! ¡El jovenzuelo sí sabe lo que hace!”.
Entonces preguntaron de nuevo: “¿Y si eso no funciona? ¿Qué harías?”. El principiante respondió tratando de aparentar conocimiento sobre el tema: “Pues conseguiría algunos caballos para arrastrarlo fuera del lodo”. “¡Muy bien!”, dijeron los cocheros mientras contenían la risa. “Y si eso tampoco diera resultado, ¿qué es lo que debe hacer un buen carretero?”. El joven se quedó pensando. Al ver que no respondía, le dieron la ultima estocada: “¿Y cómo los expertos sacan del fango sus carretas?”. “No… realmente no sabría qué hacer”, les respondió.
Esta vez los carreteros no pudieron aguantar la risa y le dijeron: “¡Muchacho, te falta todavía experiencia! Necesitas recorrer aún varios kilómetros para ser un buen conductor…”. “¡Está bien, ustedes ganan!”, dijo el novato. “Reconozco que son superiores a mí. Ahora, díganme, por favor, ¿ustedes cómo lo resolverían?”, preguntó a su vez. Los hombres del gremio respondieron burlonamente: “Nos aseguraríamos de evitar el lodo y, de esa forma, no permitiríamos que el carro cayese dentro de él…”.
Así nosotros: debemos evitar las trampas de las influencias corruptoras. Nadie puede confiar en su fortaleza; el medio ambiente es muy seductor y el desafío es muy arriesgado. La mejor forma de enfrentarlo es permanecer tan lejos de su influencia como sea posible, tal como lo hizo Yaacob Abinu.[4]
Dos jóvenes fueron compañeros de habitación en sus días de estudio en una yeshibá. Crecieron y sus caminos se separaron; uno logró ser un gran rabino, mientras que el otro llegó a ser un médico famoso. Un día el Rab fue llamado a una ciudad lejana para hacer un Din Torá (juicio rabínico) entre dos ricos comerciantes. Al mismo tiempo, su anterior compañero fue llamado a la misma ciudad para atender a un paciente.
Cuando cumplieron con sus respectivas misiones y recibieron sus honorarios, ambos se prepararon para volver a sus hogares. Iban en el camino cuando de repente sus carretas se encontraron. De inmediato se reconocieron. Comenzaron a conversar acerca de su vida y de los logros que habían conseguido. El médico dijo al rabino: “Por tu vestimenta y por el carro en el que viajas, se nota que me va mejor que a ti”. El Rab le respondió: “Voy a relatarte lo que me sucedió: dicté sentencia y recogí mis honorarios. Busqué alquilar una carreta para regresar a casa. Como ya te diste cuenta, no conseguí la más elegante. Mientras arreglaba el precio con el carretero, se acercó un tipo deshonesto que quería engañarme, pues me mostró un carro mucho más elegante que el del carretero con el cual estaba yo tratando de llegar a un arreglo. El carro tenía asientos mucho más cómodos y bien tapizados. Además el conductor estaba dispuesto a cobrar menos por el viaje, pues había llegado a la ciudad a dejar a un pasajero y no quería hacer el viaje de regreso vacío. Pues, ¿por qué no? Tenemos libre elección… Saqué el dinero de mi cartera para pagar y observé que la carreta apuntaba hacia el lado contrario. Comprendí que viajaba en una dirección diferente. Cuando pregunté al chofer si estaba dispuesto a cambiar de dirección, comenzó a vociferar insultos, dio un latigazo a sus corceles y se alejó del lugar sin siquiera despedirse. ¡Menos mal que no me dejé convencer por el charlatán que intentó tentarme con la apariencia del coche! Si yo no hubiese investigado, me habría visto en la necesidad de regresar la distancia recorrida, y recién entonces comenzar el viaje a casa. ¡Quién sabe si hubiera tenido las fuerzas de hacer un viaje de varios cientos de millas en estas pésimas carreteras!”.[5]
Esta parábola viene a enseñarnos lo siguiente: ¿cuántas veces al día viene “Esav” a incitarnos para que caminemos juntos? Se muestra cariñoso, nos invita a que seamos hermanos, que seamos partícipes de su ideología materialista y banal; en resumen, que gocemos de todos los placeres de este mundo. Su interés principal son los tiernos rebaños, aquellos que no tienen malicia. ¡Es a ellos a quienes más desea arrastrar con él! Aquel que cae en su trampa está retrocediendo en su servicio a Hashem; los caminos para retornar no están en tan buenas condiciones, por lo que no es fácil recuperar lo perdido y entonces comenzar a dirigirse hacia su destino…. Quién sabe si tendremos la oportunidad de reponer todo el tiempo que perdimos buscando esos placeres.
Tenemos que ser muy cautos y fuertes, como lo hizo Yaacob. Hay que rechazar todos los ofrecimientos del yétzer hará. Es preferible vivir en Sucot, “en cabañas” (con modestia, moderación y humildad). Es mejor caminar “lento”, manteniendo nuestra distancia en lo que respecta a la moda y los placeres terrenales. Quien se expone al riesgo, finalmente acabará siendo víctima de la filosofía de Esav…. ©Musarito semanal
“Afortunado es el hombre que no ha caminado en el consejo de los malvados.”[6]
[1] Bereshit Rabá 78:12.
[2] Bereshit 33:14.
[3] Sotá 34a.
[4] Lilmod Ulelamed, pág. 47; Rab Mordejai Katz.
[5] Parábolas del Jafetz Jaim.
[6] Tehilim 1:1.
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