las Mitzvot te protegen
“Y se quedó Yaakob solo, y un hombre luchó con él hasta el amanecer, y le dijo “déjame ir pues ya ha amanecido” 32: 25-27
Yaakob retronaba al hogar de sus padres y se encontró frente al río Yabok; primero asistió a sus esposas e hijos para pasarlos de una orilla a la otra, y continuó cruzando sus bienes. Justo antes de partir, Yaakob se percató de que había olvidado unas pequeñas vasijas y regresó a buscarlas. Apareció un extraño y lo confrontó. Después de medir su fuerza, Yaakob advirtió que se trataba de un ángel. La lucha se prolongó hasta el amanecer, para ese entonces Yaakob dominaba la batalla[1] y el ángel le pidió: “déjame ir pues ha amanecido”, necesito ir a alabar al Eterno.[2] Ese ángel era el representante de Esav, quien había bajado para luchar y debilitar a nuestro Patriarca. Él regresaba triunfante de la casa de su suegro, a pesar de todas las artimañas que le tendía constantemente para engañarlo, había conseguido sacar de allí a su familia con integridad, tanto física como espiritualmente: Con Labán viví, y las 613 Mitzvot cumplí.[3]
Cuando el ángel vio que no podía vencerlo, lo golpeó en su muslo”.[4] Los Jajamim extraen de este suceso una enseñanza sorprendente: En el momento, en el que el hombre siente que ha conseguido cierta elevación espiritual, es cuando el mal instinto[5] lo ataca para hacerlo pecar:[6] Él no intenta inducirlo a pecar en cosas “grandes” porque sabe que no lo va a escuchar; Shelomó HaMélej lo calificó como un rey anciano y sabio.[7] Él busca hechos que aparenten ser insignificantes a los ojos de su víctima y entonces lo hace tropezar; estos actos son los que simbolizan las pequeñas vasijas de Yaacob. Son las Mitzvot que la gente suele minimizar y pisotear, allí es donde la mala inclinación trata de aferrarse. Luego de lograr penetrar en sus decisiones, tiene un camino sencillo para hacer caer en sus redes hasta al hombre más fuerte y lo lleva a errar lentamente. Un día lo lleva a hacer algo, y al siguiente un poco más, hasta conducirlo a transgredir graves prohibiciones. Yaakob buscaba con esmero cumplir hasta el más mínimo detalle de toda Mitzvot; y por ello, analizó si por algún motivo había subestimado alguna, fue entonces cuando el ángel se presentó para atacarlo.[8]
Había en Éretz Israel un educador llamado Rab Zeev. Diariamente impartía sus clases en una Yeshivá que se encontraba muy cerca de su casa. Un día llegó a su casa, abrió el refrigerador y se alarmó cuando se percató que las manzanas que había dejado en la mañana dentro del refrigerador habían desaparecido, preguntó a su esposa: “¡Dime por favor dónde están las manzanas!”. La mujer le respondió: “Perdón, no sabía que tenías tanta hambre, si gustas puedo prepararte algo para que comas”. El Moré le dijo desesperado: “No, no tengo hambre lo que pasa es que estas manzanas eran de Shebiit y no se pueden comer. ¡Dime que no te las comiste…!”. “Tranquilo”, respondió la mujer, “no me las comí, se las regale a la empleada rumana que trabaja en la casa”. El Moré denotó entonces más turbación y acometió de nuevo: “¿Dónde está? Necesito recuperar esas manzanas. No debiste de haberlas regalado, ¡Eran de Shebiit y son prohibidas por la Torá![9] ¡Necesito encontrar a esa mujer! La esposa le dijo: “Creo que eso ya no va a ser posible, la vi subirse al camión que se dirigía a la terminal, y de allí toma otro camión que va a Mebaseret. Ya debe encontrarse lejos de aquí”. El Moré tomo las llaves del auto, mientras corría a la puerta gritaba: “¡Tengo que correr hasta encontrarla!”.
Salió a toda velocidad de la casa y partió en búsqueda de sus manzanas. Llegó a la terminal, preguntó por el autobús que va a Mebaseret y por fortuna le dijeron que tenía un pequeño retraso y que estaba justo partiendo en estos momentos. Zeeb corrió, localizó el camión, le hizo señas al chofer para que detuviera el autobús, subió y le dijo al chofer: “Me permite hablar con uno de sus pasajeros, ¡es un caso urgente!”. El chofer lo miro incrédulo y le dijo: “Pase usted, si se tarda me lo llevo. Ya vengo retrasado”. El hombre entró, escudriñó a todos los pasajeros hasta que la encontró sentada en la última fila, corrió hacia ella y le dijo desesperado: ¿Dónde está la bolsa?
Pronto ¡¿Dime dónde está?!”. La mujer se puso a temblar, metió la mano en su bolso y sin levantar la vista le dijo: “Aquí están sus joyas, por favor perdóneme… tengo mucha necesidad… y usted comprenderá… Por favor, no me lleve a la policía”. El hombre abrió la bolsa y encontró todas las joyas de su esposa, se había llevado todo objeto de valor que guardaban desde que se casaron… El venía solo por unas cuantas manzanas…[10]
Vemos que gracias al valor que Zeeb dio a la Mitzvá de Shebiit, Hashem lo recompensó al momento y consiguió recuperar sus valiosas joyas. Aprendemos de este hecho que no debemos dejar ir ni el más mínimo detalle de cada uno de los actos con los que servimos a nuestro Creador. Cada Mitzvá que nos venga a mano, debemos darle su importancia y no desestimar ninguna de ellas, pues no sabemos cuál es el valor que tiene.
El rey había dejado en su palacio un terreno libre y quería hacer un jardín. Anunció que cada cual trajera algo para plantar en el jardín del rey y luego sería recompensado. Ese día todos vinieron y cubrieron el terreno con todo tipo de especies. Árboles frutales, plantas decorativas, arbustos exóticos, de todo hubo en ese jardín real. Por la tarde el rey convocó a todos y le preguntaba a cada uno lo que había plantado. Yo planté un cerezo, Sr. rey, dijo el primero. El rey dijo: “Un cerezo, muy bien, toma una moneda de oro”. El siguiente mostró un naranjo, también a ése le dio otra moneda. “Yo planté un rosal”, dijo otro, y a éste también le dio una moneda. “Yo planté un olivo”, dijo alguien, el rey se puso muy contento y le dijo: “¿Un olivo? ¡Excelente! Toma 100 monedas”. Los demás presentes reaccionaron y dijeron: “Si tanto le gusta el árbol de olivo, ¿Por qué no nos dijo antes?”. Con una leve sonrisa el rey dijo: “yo quería tener un jardín y ahora lo tengo. Si hubiera dicho que me gusta el árbol de olivo, hubiera tenido un bosque de olivo, pero no un jardín”. Con esta parábola explican nuestros sabios por qué no se menciona en la Torá la recompensa de cada Mitzvá. Hashem quiere tener un jardín, y no un bosque. Si nosotros supiéramos de antemano el pago de cada Mitzvá, haríamos las más remuneradas y dejaríamos las otras de lado y este no es el objetivo de las Mitzvot, Hashem las entregó para refinar las cualidades humanas y solo por esto debemos cumplirlas. ©Musarito semanal
“Yo me regocijo con Tus mandamientos, al igual que quien ha hallado un gran tesoro”.[11]
[1] Midrash Rabá 77:7
[2] Julín 91b
[3] En la casa de Labán he vivido, 32:5. “Garti” en hebreo suma 613, aludiendo –“A pesar de su mala conducta, continué cumpliendo todas las Mitzvot, ellas me protegieron y no aprendí de las malas obras de mi suegro. Lo logré gracias a la Torá, la cual estudié con ahínco, en el Bet Midrash de Shem y Eber, sin dormir durante 14 años; Bereshit Rabá 68:11
[4] Bereshit 32: 26
[5] El representante de Esav personifica al Yétzer Hará
[6] Kelí Yakar
[7] Kohélet 4:13
[8] Shabat 105a
[9] El precepto de Shebiit trata sobre la prohibición de trabajar la tierra durante el séptimo año. Los frutos que crecen en esta temporada se consideran frutos de Shebiit, los cuales pueden comerse bajo ciertas normas Halajicas.
[10] Rab Tzvi Jaim Davidsohn
[11] Tehilim 119:162
.
© 2014. Musarito Semanal. Todos los derechos reservados.