La guerra contra el Yétzer Hará
“Y él dijo: ´Viajemos y marchemos, y yo marcharé a la par contigo´”. 33:12
Esav seguía odiando y persiguiendo a su hermano para cobrar venganza por haberle quitado las bendiciones de su padre, esta vez, estaba decidido a aniquilarlo. Yaacob salía de la casa de Labán con toda su familia, se dirigían al sur de la Tierra de Israel, donde se situaba la casa de sus padres. La ruta pasaba justamente por Edom, donde residía Esav y temían enfrentarse con él.[1] Yaacob envía mensajeros (ángeles) y le informan que su hermano está próximo con un ejército de cuatrocientos hombres. Yaacob toma varias precauciones estratégicas para el inminente encuentro: Separa a los campamentos, pide Tefilá, y le manda regalos para apaciguarlo. En el encuentro, los hermanos se reconcilian, Esav le propone: “¿para qué peleamos? Viajemos y marchemos juntos”. Yaacob, desconfiaba todavía de su hermano y esquiva el ofrecimiento.
Esto se compara al enfrentamiento que la persona libra a diario contra su instinto maligno. A veces se le presenta como un feroz enemigo; otras veces lo hace como un fiel colaborador que ofrece su consejo y amistad; confunde la mente y empuja a la víctima a pecar, inclusive lo induce a realizar buenas acciones: “¡Miren todos que justo soy, miren las buenas acciones que hago…!”, por un lado le muestra que es un Tzadik, pero también le hace caer en el orgullo, y en el deseo de que todos vean que es gente importante y de bien; Esto es lo que dice Esav: Viajemos y marchemos juntos... Hay que preguntarle ¿Hacia dónde?
La Torá nos advierte: Cuando salgas a la guerra sobre tu enemigo, y te lo entregará Hashem en tu mano.[2] Hashem advierte sobre la ruda y permanente batalla que cada uno debe librar una contra su más grande enemigo: el Yétzer Hará:[3] En una ocasión un grupo de soldados regresaban de la guerra, alegres por haber obtenido la victoria. En el camino pasaron junto a un hombre piadoso, quien les dijo: “triunfaron en la guerra pequeña, pero les espera la gran guerra”. Le preguntaron: “¿y cuál es esa gran guerra?”. Les dijo: “la guerra contra el Yétzer Hará”. La inclinación hacia el mal no tiene compasión por nadie, ni tampoco se da por vencida ni siquiera frente a la persona más justa. En todo momento está acechando con la esperanza de verlo tropezar. Día a día renueva su estrategia y ataque con el objetivo de conducir a su víctima hacia la muerte,[4] como lo cita el Salmista: Acecha el malvado al justo y busca ideas para matarlo.[5]
Rab Tanjúm bar Mirión lo comparó a los perros, quienes tienen que esmerarse y utilizar su sagacidad para conseguir su alimento. Se sientan delante del panadero, fingen estar durmiendo; al verlos el hombre se confía y comienza también a dormitar. Entonces el perro se levanta, empuja la bandeja y provoca que todos los panes rueden por el piso. El panadero se levanta y se pone a juntar sus panes, el perro aprovecha la oportunidad, toma un pan y se retira feliz moviendo el rabo.[6]
Cuando alguien lucha contra un enemigo, procura descubrir sus estrategias y sus armas para planear cómo enfrentarlo. Lo mismo necesitamos hacer contra el Yétzer Hará: dado que es muy poderoso y conoce los secretos de nuestros pensamientos, lo único que puede servir para oponérsele, es el arma más fuerte e inteligente que poseemos: “La Torá”, tal como dijeron los Jajamim: He creado al mal instinto, y también he creado la Torá como antídoto.[7]
En realidad, si no fuera por la ayuda de Hashem no podríamos vencerlo. Es decir, a pesar de que este ángel fue creado a partir del fuego, mientras que el hombre proviene de la tierra, esto no le exime la obligación de combatirlo, cuando uno se propone hacerlo es entonces que Hashem le ayuda a vencerlo. Como está escrito: Quien desea purificarse, lo ayudan.[8]
Nuestro Patriarca nos legó las estrategias para que las generaciones posteriores logren vencer al enemigo: Yaacob enfrentó a Esav, él venía mucho más armado y poderoso. Le dijo: Adelántate, no te detengas por mí, yo no puedo ir tan rápido debido a los niños, nos encontraremos más adelante... [9] No le dice que no está de acuerdo con la idea de que vivan juntos, solamente le hace entender que más adelante lo hará….
Así debemos tratar con el Yétzer Hará… cuando quiere seducir y vencer al yehudí por todos los medios posibles. Por ejemplo: cuando él quiere hacernos pecar, lo primero que hace es urgir la acción, si su víctima se detiene sólo unos segundos para pensar lo que va a hacer y las consecuencias que traerá, seguramente que se detendrá, es por eso que apremia la acción. Allí la estrategia es envolverlo alrededor de su propio consejo: “Esta bien, haremos lo que pides, pero no ahora, en un rato…
Cuando un yehudí se dispone a cumplir una Mitzvá, intenta persuadirlo para que no la efectúe, y si no logra su objetivo, sigue molestando para que no la concluya o para que la haga con ligereza y sin alegría; Él utiliza la técnica de la “postergación” o mejor conocido como: “déjalo para después… tal vez mañana...”, su fuerza se intensifica en la Mitzvá de estudiar Torá, le hace llegar tarde, lo distrae y lo desconcentra. Por eso, el pensar que no existe ese mañana, que solo existe el ahora, es una manera de evitar el enfrentamiento con él, ya que mañana tal vez no llegue….
Es sabido que el Jafetz Jaím luchaba contra el Yétzer Hará aún en su vejez como si fuera un muchacho joven, y cuentan que en una oportunidad, en la madrugada sintió un fuerte dolor de cabeza, al punto tal que le costaba levantarse de la cama. De pronto, cobró fuerzas como un león y comenzó a decirle al mal instinto: “¿Acaso quieres dominarme porque ya soy viejo? Tu eres más viejo que yo y aun así no te muestras cansado y te levantas antes para venir a convencerme que siga durmiendo…”. Juntó fuerzas y se levantó de la cama.
El Staipeler fue forzado a enrolarse en el ejército ruso. En una ocasión, le tocó montar guardia en la noche de Shabat, el soldado que debía entregarle el abrigo lo dejó colgado en un árbol. Rabí Yaacov sabía que al descolgar algo de una rama sería profanar el Shabat. Aunque, en verdad, se trataba de un caso en que la vida corría peligro. El Rab, pensó allí, que seguro que podía estar cinco minutos sin el abrigo y eso no se llamaría estar en peligro de vida, evitando la duda de profanar el Shabat. Pasaron los cinco minutos, y, viendo que la situación era soportable, estiró otros cinco minutos, y así siguió estirando hasta que terminó la guardia, sin sentir la mínima necesidad de usar el abrigo.
Algo similar contó uno de sus nietos. Cuando ya estaba muy anciano, los médicos le prohibieron completar el ayuno del diecisiete de Tamuz, argumentando que su cuerpo se debilitaría demasiado. El Rab, dijo que si esa era la razón, solamente ayunaría hasta las diez de la mañana. Cuando llegó esa hora dijo sentirse muy fuerte y pidió seguir hasta el mediodía. Al mediodía, otra vez, alargó un poco más y finalmente completó el ayuno.
Vivimos con una constante lucha que se desata en nuestro interior entre nuestra alma Divina que busca emular y conectarse con su fuente infinita y eterna, y por otro lado está nuestro cuerpo quien busca escapar al mundo de la comodidad, quiere comer, dormir y satisfacer todos los “placeres” existentes. Perder o ganar depende de cuál de las dos voces suene más fuerte al momento de tomar la decisión. La misión que tenemos en la vida es elevar el mundo físico, de acuerdo a la voluntad y empeño que invirtamos en tratar de someter al espíritu maligno estaremos aumentará la complacencia a Nuestro Creador, y de acuerdo con el esfuerzo así será la recompensa. ©Musarito semanal
“¿Dónde se encuentra el instinto maligno? En los lugares que piensas que no se encuentra.[10]
[1] Rambán
[2] Debarim 20:1
[3] Alshij en su libro Torat Moshé
[4] Jobot HaLebabot, Shaar Yijud Maasé HaElokím 5
[5] Tehilim 37:32
[6] Bereshit Rabá 22:6
[7] Kidushín 30b
[8] Yomá 38b
[9] Bereshit 33:14
[10] Rab Naftalí de Rofshitz
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